En el día del eclipse solar

José Luis Domínguez Castro
Foto: cortesía
La Jornada Maya

Jueves 24 de agosto, 2017

Fue un día de hablar mucho sobre el Sol y del momento en que se eclipsó. Pero más allá de este fugaz momento, durante el mismo día del eclipse nos enteramos de la muerte de la distinguida dama -mitad yucateca mitad argentina- OLGA ASCENSIÓN PEREYRA PERALTA, allá en su natal Buenos Aires. La conocí hace diez años y desde que nos presentaron sentí al encontrarla que hablaba con alguien a quien conocía de toda la vida. Y para quienes no conocieron a la esposa del yucateco Alfonso Moguel Díaz, baste decir que se trataba de una embajadora permanente de Yucatán en el sur del continente. Como prueba de su identidad peninsular, una de sus últimas voluntades fue que la amortajaran con su hipil bordado y la calzaran con zapatos de raso.

¡Quién iba a pensar que los lazos de amistad e identificación política iniciados con la visita del diputado argentino Alfredo L. Palacios al gobernador yucateco Felipe Carrillo Puerto en 1923, se iban a prolongar en el tiempo gracias a los puentes comerciales y culturales establecidos por esta pareja binacional formada por el maestro Moguel, quien como agregado comercial llevaba pacas de henequén y otros productos yucatecos a esa nación hermana, y Olga, que como compañera incansable le ayudaba a preparar los eventos culturales en la embajada de México! Ella recordaba con entusiasmo las celebraciones del día de la Independencia, los ciclos de cine mexicano y sus pesquisas históricas relacionadas con aquel virrey español que lo mismo ejerció el cargo en Buenos Aires que en Mérida. Su memoria siempre fresca me contaba así mismo la anécdota cuando su padre don Roque le brindó un servicio de transportación al primer diputado socialista de América y no obstante su resistencia a cobrarle por sentir que era un honor servirle, éste insistió en pagarle en congruencia con la denodada lucha que emprendía como legislador en favor de los derechos de los trabajadores.

Se trataba de una mujer incansable: lo mismo en Argentina, que en México o en Estados Unidos, donde vivieron por algún tiempo. Cuando cesaron sus actividades diplomáticas, la vimos por más 20 años laborando administrativamente en la Facultad de Derecho de la benemérita Universidad de Buenos Aires (UBA), años que le dieron, no obstante no haber estudiado la carrera, una especial experiencia en materia pedagógica y un nivel de conocimientos en materia jurídica, de tal suerte que, como ella misma recordaba, era consultada con frecuencia por académicos y abogados.

Yucatán y los problemas de los yucatecos siempre estuvieron en su imaginario y en sus continuos viajes a esta entidad, donde hizo de amistades perdurables que llevaba hasta el último momento a su tierra natal: “¿Por qué no va usted a la Argentina, para que yo le muestre todos esos sitios históricos de su interés? -me insistía- y mientras tanto le estoy enviando este dato, ya aquel recorte de prensa relacionado con el tema del que me preguntó…” Extrañaré mucho a “mi corresponsal en Argentina”.

Como una herencia simbólica de su existencia de nueve décadas repartida entre dos naciones nos deja a Roque y a Olga, y con ellos su constante y amorosa lucha por trabajar en pro de los derechos de los ciudadanos y la dignidad de las mujeres.

Olga recordaba cuando de la mano de su padre se acercó con profundo respeto al féretro que contenía el cadáver del general Juan Domingo Perón y junto a aquella interminable fila que se formó por días enteros para darle el último adiós, recordaba las palabras que escuchó de su padre: “No cabe duda: era un gran hombre” Las hago mías en este día del eclipse solar, al enviar un abrazo solidario a sus deudos: “Sin duda alguna, Olga Pereyra fue una GRAN MUJER”.

[b][email protected][/b]