de

del

Giovana Jaspersen
Foto: Rodrigo Díaz Guzmán
La Jornada Maya

Viernes 31 de agosto, 2017


[i]Para la mayor parte de la historia,[/i]
[i]“Anónimo” era una mujer[/i]
(V.W)


Siendo niña me di cuenta de que debía estar cerca de los hombres si quería aprender cómo “funciona” (o no) el mundo, pues fue hecho para ellos. En la escuela -como a todos- me enseñaron la historia de los hombres, escrita por hombres en lengua de hombres y al lado de hombres; con ellos crecí y crecieron mis dudas.

Mientras descubría que incluso “lo femenino” me sería dibujado por ellos, pedí prestados sus ojos para intentar comprender un mundo a su imagen, escala y justa medida. Así, y a su lado, aprendí de ser mujer en mi tiempo. Por ejemplo, desde su comodidad, pude ver el borde claro de la inercia y supe todo lo que quedaba por hacer para que mañana, las niñas ya no necesiten los ojos de otros para ver y transformar un mundo que les es propio.

Así, y desde entonces, me pregunté mucho, les pregunté a otras y me pregunto a diario. Hoy, el número de mujeres con voz va en un aumento lento pero sustancioso, con todas las reacciones y crisis de sentido que ello implica, la realidad es ya distinta. Desde el sector empresarial, hasta el servicio público y las instituciones; pasando por la academia, la ciencia y las artes y, por supuesto, la elección popular y el gobierno; las mujeres avanzan y nos enseñan, a pasos grandes y no poco complicados, siendo tema y referente como nunca antes. Es claro que la equidad se está construyendo hoy, y por ello, es urgente gestionar los riesgos y cuidar -todos- el camino. Preguntarnos por ejemplo ¿qué necesita el mañana de las mujeres de hoy, para lograr un mundo con un ojo masculino y otro femenino, enfocados ambos en el respeto y la igualdad de derechos?

Probablemente el punto de partida sea saber que ser mujer no es suficiente para hacer las cosas distinto y que la equidad no es una cuota a cubrirse. Así como reconocer y subrayar lo imperioso que es el que las voces que hoy se pronuncian lo hagan -mínimo- desde tres puntos constantes: consciencia, responsabilidad y congruencia.

La consciencia, como el más primario y profundo paso, el reconocimiento del género y su agenda; pues el ejercicio de la voz sin enfoque puede ser acto que reste y no trabajo que sume. Parece una obviedad, pero no lo es. Las mujeres tenemos que enfrentarnos a nuestra historia y constructos culturales, estadísticas y situación en que se encuentran las otras mujeres; sólo así podremos dimensionar el poder de una voz, siendo la suma de todas las que en el silencio no pueden decidir ni siquiera sobre sus cuerpos. Ser conscientes es saber que en nuestra voz va también la de la mujer indígena, la presa, la maltratada, la enferma, la anciana, la migrante y cualquier otra enmudecida. La voz de una mujer que se escucha habla por todas, y eso, debe de concientizarse.

Esta conciencia, nos lleva a la responsabilidad de género, pues es imperioso vivir en ella y su ejercicio. Ser responsables no es sólo evitar la reproducción de esquemas y estereotipos; sino también serlo con la forma en la que nos expresamos, especialmente cuando lo hacemos de otras mujeres. En esta responsabilidad, también discursiva, es necesario repensar muletillas como: “Yo no soy feminista, pero las respeto” o “No creo en el feminismo, pero sí en la igualdad”; el feminismo, contrario a cómo se percibe, no mata. Nos ha dado vida, libertad y seguridad a hombres y mujeres, al lograr por su conducto la participación política y el voto femenino, la libre elección matrimonial, la posibilidad de estudio, trabajo y posesión de bienes. No es necesario el análisis de las diferentes “olas”, basta y sobra la RAE y su definición más fundamental para comprender: la ideología que defiende que las mujeres deben tener los mismos derechos que los hombres. Entonces, ¿cómo se puede creer que puede separarse de la igualdad? Y quienes afirman que no son feministas ¿quieren la desigualdad?

El primer ejercicio de la responsabilidad es dejar de descalificar lo que no se conoce y no tomar a la ligera nada; es dejar de repetir lo que no se comprende. Es conocer, y decidir qué decir y cómo decirlo; ser responsables de nuestras palabras y actos por estar conscientes de que serán juzgados como de todas; es reconocer también que mucha de la carga de roles viene de nosotras mismas y somos responsables de borrarla.

Una vez siendo conscientes y responsables, el camino y fin, es la congruencia. En ella, y desde ella, cada proyecto que se trace, y cada palabra que se pronuncie debe de tener la misma impronta, la de la construcción de la equidad, sin géneros. Ser congruentes es formar familias en igualdad y trabajar por los derechos humanos; reconocer el esfuerzo y el trabajo de las personas (todas) por sus méritos; saber que la superioridad de género no existe y que el hembrismo es tan dañino como el machismo; es desandar el separatismo de género y construir juntos. En la congruencia de nuestros actos, está el aterrizaje de nuestros pensamientos.

Ser congruentes es que nuestras palabras, silencios y acciones digan lo mismo.

Consciencia, responsabilidad y congruencia; fueron primero un mantra al tratar de volver atrás en lo que se me había enseñado y re-aprender el mundo; después, fueron ingredientes de una fórmula de convivencia, trabajo y tranquilidad; hoy, son casi una súplica generalizada para poder avanzar hacia un mundo que hagamos todos y sea para todos.

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