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José Juan Cervera
La Jornada Maya

Lunes 4 de septiembre, 2017

La experiencia humana, en tanto apropiación subjetiva del universo sociocultural, admite las múltiples variantes de un mundo que se construye con significados cambiantes. La interpretación de las vivencias cotidianas representa un acto común a todos los herederos de la civilización, formalmente heterogénea e intensa en su esencia, íntima en sus líneas más finas y vasta en la recepción de sus condicionamientos externos.

Si bien todo el tiempo interpretamos nuestra realidad y de este modo reafirmamos nuestras convicciones y alimentamos nuestras expectativas, de igual modo es verdad que no siempre plasmamos, en algún registro que pueda dar cuenta de él, el resultado de este ejercicio constante de la percepción, muchas veces inadvertido por la frecuencia que lo vuelve habitual.

En este punto reside la importancia de un libro y de sus sucedáneos históricamente determinados: en su valor documental, descriptivo y testimonial, pero también en la intención estética que en ocasiones se diluye en una sensibilidad compartida en el seno de los sectores mayoritarios de una población, los que se afanan desesperadamente en atender su supervivencia biológica y en exaltar su identidad de grupo, su razón de ser más allá de una individualidad restrictiva y engañosa en sus alcances.

La cultura popular –y su multiplicación en la diversidad simbólica que tanto parece abrumar a los temperamentos autoritarios- encierra contenidos de poderoso impulso creador, al que no siempre se le concede legitimidad intrínseca. De ella emanan valores ampliamente reconocidos en ámbitos de pertenencia étnica ajenos a la exclusión clasista y al regodeo en refinamientos de élite.

A esa franja del acontecer vital ha consagrado Edgar Rodríguez Cimé su aptitud narrativa, cultivada profusamente en sus libros, de los cuales es una muestra fehaciente el que lleva el título de [i]No tengo tiempo de cambiar mi vida[/i], inspirado en una frase de Rodrigo González, compositor e intérprete de rock mexicano, que parece extender sus vasos comunicantes a la canción Beautiful boy, de John Lennon (“La vida es lo que te sucede mientras estás ocupado haciendo otros planes”). Uno de sus intereses primordiales se enfoca en las prácticas y concepciones de la juventud de ayer y de hoy, de aquí y de otras partes.

Llama la atención, en este volumen, la variedad de escenarios y personajes que remiten sus experiencias a tiempos y lugares diferentes unos de otros, y expresan una gran riqueza de conjunto gracias a la cual llega a apreciarse la concurrencia de hechos cuyos lazos pierden de vista los criterios estrechos. Tal perspectiva panorámica transmite el valor que las comunidades tradicionales atribuyen al relato como imagen del equilibrio rector de sus fuerzas internas. Y este principio es aplicable a las circunstancias variadas que el autor del libro invoca como ejemplos de su discurso y de su exploración cualitativa de la existencia.

De semejante modo, Edgar Rodríguez se complace en reunir en su obra figuras que contribuyeron a catalizar los gustos populares de subsecuentes periodos, como Guty Cárdenas, Pedro Infante y Chico Ché; expone los temores atávicos y las obsesiones que atormentan a las sociedades opulentas de nuestro continente, y se concede el gusto de referir las paradojas que gobiernan las relaciones amorosas, sus decepciones y deleites, e incluso las creencias del pueblo maya, aun cuando traslada a ambientes urbanos la carga emotiva de sus costumbres previas.

La escritura es una forma de darle sentido también a historias que afloran de distintas fuentes, sea la tradición oral, la nota periodística, la observación directa, la anécdota pintoresca, la evocación comunitaria y el fugaz vuelo de la fantasía que adquiere forma verosímil y entretenida. Todo al calor de un estilo persuasivo, que por igual puede retratar paisajes de melancolía o de regocijo, escenas de desamparo o atributos del pensamiento transfigurados en letra de molde y en recuerdo persistente. Cada quién le toma el pulso a la vida desde un común denominador que prescribe metas a la vez que acepta cambios de ruta e inmersiones profundas.

*Edgar Rodríguez Cimé, [i]No tengo tiempo de cambiar mi vida[/i]. Mérida, Ayuntamiento de Mérida, 2012, 89 pp.

[i]Mérida, Yucatán[/i]
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