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Rafael Robles de Benito
Foto: Afp
La Jornada Maya

Martes 20 de septiembre, 2017

Hace algunos años, en París, muchos de los países del mundo acordaron llevar a cabo acciones dirigidas para evitar que la temperatura de nuestro planeta creciera más de dos grados centígrados. Ese fue un acuerdo entre gobiernos, y los conminó a hacer lo posible por mitigar los efectos del cambio climático; es decir, a evitar que este proceso implicara un cambio de temperatura mayor a los dos grados centígrados antes de llegar el 2030, dedicando esfuerzos a disminuir la cantidad de gases de efecto invernadero que se emiten en la atmósfera. Los gobiernos, entonces, se comprometieron a abatir el aumento de la temperatura y es, por tanto, su tarea generar acciones de mitigación.

Logremos o no quedar por debajo de este límite de los dos grados, el clima está y seguirá cambiando. Serán diferentes los regímenes de lluvias, hará más frío en sitios que antes fueron calurosos, y se sentirá más calor en lugares que antes fueron frescos. Los eventos potencialmente catastróficos, como los huracanes, o las sequías, se harán más frecuentes e impactarán sitios que antes se habrían considerado insólitos. El cambio climático es, entonces, algo a lo que todos tendremos que adaptarnos.

Esta cuestión de la adaptación, dado nuestro actual modelo de desarrollo, es algo que cuesta mucho dinero. Cuando sucede algo así, estamos acostumbrados a decir que el gobierno (federal, estatal, o municipal) nos tiene que apoyar y no lo está haciendo, ni puntual, ni suficientemente: si ahora hay más incendios, que el gobierno federal nos ayude a combatirlos. Si las inundaciones son más frecuentes e intensas, que la Sedena nos mande más despensas; si el huracán destrozó embarcaciones y motores, que la Sagarpa nos regale otros nuevos.

Quizá deba aclarar que en esta argumentación no estoy necesariamente defendiendo las actuaciones del gobierno federal. De hecho, no está cumpliendo a cabalidad con sus deberes en materia de cambio climático. Pero más bien, de lo que quiero hablar ahora es de nuestro papel, el de todos los ciudadanos, en lo que atañe a la adaptación a este proceso.

Para dejar claro lo que quiero decir, el ejemplo de la pérdida de playas en Quintana Roo y el papel que al respecto juegan, tanto los turistas como los hoteleros, resulta esclarecedor. Ya hace años que el sector hotelero de Quintana Roo demanda la atención del gobierno, tanto estatal como federal, para resolver el asunto de la erosión de las playas. Este proceso está vinculado en parte con el cambio en los patrones del clima. Pero sobre todo, y eso es lo que parecen olvidar los inversionistas, están relacionados con la arrogante posición de que “puedo hacer lo que yo quiera, en tanto genere divisas, utilidades y empleos”. Sin embargo, eso no es todo.

Las playas se están perdiendo. La posición de los dueños de los hoteleros es que el Estado las debe recuperar. Pero lo que parece quedar fuera de la lectura de todos es que esto no es una adaptación al cambio climático: es una resistencia desesperanzada. Las playas retroceden y aventar más arena encima parece no resolver el problema. Solamente nos coloca frente al reto de traer más arena, y tirarla al mar. Esa, parece claro, no es la solución.

Hay que poner los ojos en la raíz del problema. No está en la emisión de gases de efecto invernadero, ni en la ineficiencia del Estado. No es cierto que se trate de un asunto de impacto ambiental que debiera haber sido previsto: los hoteles construidos sobre la primera duna ocasionará la pérdida de las playas, porque impide su mecanismo natural de recuperación. Casi todos los hoteles, desde Cancún hasta Tulum, ejercen esta presión sobre el ecosistema de las playas quintanarroenses. Más que el cambio climático, los responsables del deterioro de las playas de Quintana Roo han sido los inversionistas dedicados al desarrollo de la infraestructura turística. ¿Por qué entonces reclaman de manera tan airada la asignación de recursos del erario público para la satisfacción de sus intereses privados?

Si todos nos tenemos que adaptar a un cambio climático inexorable, todos tendremos que contribuir al proceso lo que nos corresponda, para vivir mejor en circunstancias cada vez menos extremas. Para los hoteleros de Cancún, y para los turistas que pagan por estar ahí, la adaptación al cambio climático debiera ser más que la mera resistencia inútil y repetitiva de pretender que el Estado les tire más arena a sus playas: tendrían que pagar por hallar mejores soluciones (más en la próxima entrega).

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