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del

Carlos Meade
Foto: Marco Peláez
La Jornada Maya

Viernes 22 de septiembre, 2017

Como respuesta espontánea a las tragedias provocadas por temblores, huracanes, deslaves e inundaciones, los mexicanos hemos demostrado, una y otra vez, nuestro enorme compromiso de solidaridad y nuestra enorme capacidad de acción, adelantándonos siempre a la reacción gubernamental.

El ejército de voluntarios que en estos días ha removido escombros, organizado colectas, entregado alimentos, medicinas y herramientas es un contingente que actúa motivado por el desastre evidente de edificios colapsados que sepultaron a cientos de personas, muchas de la cuales pudieran estar vivas y esperando ser rescatadas.

Nos rendimos ante lo evidente, nos conmovemos con el drama de nuestros vecinos y nos organizamos para ayudar. Y procuramos estar bien informados para hacer más eficiente nuestra participación, encontrando que hasta las empresas de televisión se han sumado a las acciones de auxilio, difundiendo información relevante y oportuna, si bien su cobertura periodística no está exenta de morbo.

Esta misma movilización, sin embargo, no la vemos ante tragedias en curso: la epidemia de corrupción e impunidad que vivimos, el clima de violencia desatado por la guerra contra las drogas, los feminicidios, la crisis de credibilidad de los partidos políticos, la disfuncionalidad de las instituciones electorales y de procuración de justicia.

Creo que la escasa y dispersa reacción ante estas tragedias se debe a que no las percibimos como tales, sino que las hemos incorporado a nuestra cotidianidad. Tan persistentes como son, nos aparecen parte de nuestra naturaleza como nación. Esta falsa percepción se debe, en gran medida, al manejo y control de la información de los medios de comunicación masiva, principalmente las televisoras, aunque también buena parte de la prensa escrita, impresa y virtual.

En las redes sociales se empiezan a larvar pequeños movimientos que, por ahora, no representan una amenaza al sistema económico-político dominante. Quizá crezcan y, ante la coyuntura electoral, quizá se logre conectar el poder solidario y la capacidad de movilización ciudadana con estas tragedias disfrazadas y trivializadas. Entonces sí crecería el poder ciudadano al punto de empujar transformaciones de fondo en el ejercicio del poder político.

Es muy probable que este crecimiento del poder ciudadano se contemple ya, entre las élites, como un riesgo que hay que desarticular. Bajo esa lógica se están surgiendo iniciativas “novedosas” como la de coaliciones partidistas insólitas (todos contra Morena), candidaturas nominalmente independientes (J.A. Meade, J.R. de la Fuente, por ejemplo) y movilizaciones ilegales de gigantescos recursos para campañas electorales.

No sabemos en qué va a parar la iniciativa para que los partidos destinen parte de sus enormes presupuestos a apoyar la reconstrucción de las poblaciones afectadas. Por lo pronto, Morena ha tomado ventaja al proponer, con todo y las objeciones del INE, un esquema de fiscalización para que estos recursos tengan buen destino.

Por otra parte, los sismos han sido también utilizados para hacer campaña y elevar la popularidad de los funcionarios. Hemos visto a un Peña Nieto que ha demostrado en su infame gobierno que el país le tiene sin cuidado; ahora apareciendo en las zonas de desastre poniendo cara compungida y prometiendo apoyos que quizá nunca llegarán.

También hemos visto a Mancera y a Osorio Chong presentarse en escenarios devastados para ser entrevistados por los medios, dar muestras calculadas de su solidaridad y presumir la eficiente respuesta oficial ante la catástrofe.

Mientras tanto, los análisis serios nos previenen sobre el reto inconmensurable que representa la reconstrucción de infraestructura y vivienda, sobre todo en el contexto de la crisis económica que ya era inmanejable antes de los terremotos.

Ya veremos si la respuesta gubernamental está a la altura y se sostiene después de que la tragedia sísmica deje las primeras planas.

Esperemos, también, que el drama humano no se convierta en botín durante el proceso electoral que apenas arranca. La tentación de que los apoyos se entreguen a cambio de votos está presente en todos los partidos ya que es una costumbre arraigada, una segunda piel que los políticos no se arrancarán si no existe una movilización ciudadana que los arrincone y despelleje.

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