de

del

Eduardo Aguilar B.
Foto tomada de http://abismosonico.blogspot.mx
La Jornada Maya

Viernes 6 de octubre, 2017

El 8 de octubre de 1974 el Congreso de la Unión finalizó el proceso para la creación de dos nuevos estados, integrantes de la federación mexicana. Baja California Sur y Quintana Roo dejaron de ser territorios federales, bajo jurisdicción central, para convertirse en entidades soberanas adheridas al Pacto Federal.

Fue la suma de todas las luchas y de todos los miedos. Mucho se había luchado y, sin duda, algo se había ganado, mucho se había perdido en los malos golpes de la política y hasta la identidad misma había sido amenazada en más de una ocasión, pero al final había triunfado la férrea voluntad de los habitantes del Territorio Federal, que primero lograron la restitución y, acto seguido, soñaron con la conversión, el anhelado autogobierno que les ponía en posibilidades reales de determinar su destino conforme a sus sueños y expectativas.

Actores y voluntades

No fue un camino fácil, pero el proceso de más de una década culminó con éxito y contó con la participación decidida de cúpulas del poder de ese momento.

Quintana Roo había luchado por dejar de ser una dependencia del ejecutivo que le asignaba presupuesto y jefes, según las preferencias de cada presidente o que simplemente borraban de un plumazo su existencia y repartían sus haberes sin remordimiento alguno, que finalmente la existencia del territorio federal e identidad misma de sus habitantes estaba sujeta al capricho del presidente en turno, de sus intereses y amigos.

Algunos gobernantes de esa época entendieron claramente lo que el pueblo quintanarroense quería, entre ellos el general Rafael E. Melgar, que se tomó muy en serio su trabajo y con ello marcó una huella positiva de su paso por estas tierras que nacieron de una guerra, que fueron territorio de prisión para renegados, convictos y hasta esclavos y que, aún como territorio federal, hubo de soportar injusticias, saqueos, indiferencia y castigos.

Pero ni Melgar, ni otros gobernantes con buena voluntad serían los constructores del Estado Libre y Soberano, tarea que recayó en el hidalguense más querido por los quintanarroenses, Don Javier Rojo Gómez, nombrado gobernador del territorio en el año de 1967, Gustavo Díaz Ordaz, y ratificado luego por Luis Echeverría Álvarez con le encomienda definitiva de crear las condiciones exigidas por la constitución mexicana, para transformar al territorio en un nuevo estado de la federación.

La idea ya venía de antes, el conocedor del proyecto, Rojo Gómez desarrolló un intenso trabajo desde su nombramiento, enfocando el esfuerzo en la consolidación de una economía que pudiera sustentarse a sí misma, que contara con fuentes de empleo estables y capaces de multiplicarse, así como en la creación de la infraestructura necesaria para darle a Quintana Roo una base sólida al momento de la conversión.

[b]Todo por hacer[/b]

¿Qué faltaba? bueno, casi todo. Entre la desidia de sucesivos gobernantes, saqueos, inestabilidad política, falta de comunicación con el resto del país y ausencia de proyectos económicos para esta tierra, el territorio vivía más del lado de Honduras británica, Belice, que como parte de México.

La educación apenas alcanzaba la secundaria, la infraestructura sanitaria era, por decir algo amable, insuficiente, y el Hospital Morelos soportaba toda la carga de la demanda en una tierra de paludismo, aserraderos y chiclerías; las carreteras disponibles no llevaban a lugar alguno y, si bien, eran parte del mismo territorio, Chetumal, Cozumel, Felipe Carrillo Puerto e Isla Mujeres apenas convivían como vecinos desconocidos e incluso desconfiados, como una familia que se conocía poco a sí misma.

La población era escasa y el aislamiento del resto del país no permitía al territorio ser parte de flujos migratorios que llegaban a la Península de Yucatán, desde todas partes de México. Los movimientos sociales quedaban aislados en cada ciudad en que se manifestaban y los grupos políticos corrían la misma suerte, de manera que la sociedad existente no había logrado conformar una clase política que pudiera aspirar a convertirse en gobernante, menos aún cuando la actitud normal del gobierno había sido la represión y castigo a todo intento local de organización política.

Si Quintana Roo quería realmente ser un estado libre y soberano, mucho, o casi todo, estaba por hacer aún, y era imperativo empezar, organizarse social y políticamente.

Así se forja un Estado…

Fueron tiempos de la construcción de Cancún, la utopía inconcebible que pretendía levantar un emporio en una franja de arena en la que apenas cabían camiones y maquinaria que hacían la faena, desmontando, aplanando dunas, tratando de creer que ahí cabría una ciudad y que en esa selva insalubre se levantaría el futuro de Quintana Roo. Era una visión difícil de concebir, pero que como toda visión no admitía dudas.

Fueron los años de empuje del recién creado Centro de Bachillerato Tecnológico Agropecuario número 11, con el que la educación preparatoria llegó a Quintana Roo en el momento justo, subsanando una carencia fundamental y abriendo un horizonte mucho más amplio a las nuevas generaciones, a la juventud que habría de ver el milagro de la conversión, pero buscando también alentar un modelo de producción en el sector primario, formando técnicos que harían falta en el proyecto cañero que se levantaba a marchas forzadas en torno al ingenio azucarero Álvaro Obregón, producto también de esos tiempos de búsqueda y creación continua, y de la necesidad de no dejar todo al azar, porque a final de cuentas Cancún prometía, según sus promotores, pero nadie tenía claro aún si cumpliría.

De 45 mil a 75 mil habitantes en menos de un década, Chetumal era ejemplo del éxito en la marcha del proyecto constitucional, como lo eran las nuevas carreteras, el ingenio azucarero, los pocos y enormes hoteles que en Cancún comenzaron a recibir visitantes que corrieron la voz de sus playas, de una nueva meca para el vacacionista.

Fueron los tiempos del trabajo incansable de un pueblo alentado por su líder, Javier Rojo Gómez, bajo cuya mano se vivieron días insospechados de progreso y labor dura, de crecimiento, fortalecimiento imposible de creer apenas una década atrás, un pueblo que un día, sin creerlo también, perdió a su líder, arrebatado por la muerte.

El Estado Libre, Soberano…

El ocho de octubre de 1974 nació oficialmente el Estado Libre y Soberano de Quintana Roo, promulgados y publicados los documentos oficiales que daban cuenta legal de ello, entre festejos, desfiles oficiales encabezados por un exultante David Gustavo, marchas populares en cada ciudad del nuevo estado, ceremonias de todo tipo, mucho júbilo y algunas dudas.

Es la historia de una sociedad que ha batallado para encontrarse a sí misma, sumergida en una vorágine de crecimiento desmesurado, migraciones continuas e imparables, grupos políticos que evolucionaron, se consolidaron y perdieron el factor común para caminar cada uno por su lado y a su aire, de grupos económicos que más de una vez han dividido a la entidad y de un pueblo que no termina de entenderse como unidad, que sigue considerando del centro, norte o sur, maya o emigrado, caribeño o centroamericano, rico o pobre, hotelero o campesino, y que con el tiempo se hizo consciente de su urgencia de unidad, pero que no ha podido o quizá no ha sabido encontrar la fórmula y 43 años después celebra con gran entusiasmo la hazaña de la conversión que le dio la capacidad de autogobierno, pero que no ha logrado enseñarle, cuatro décadas y varios huracanes después, el modo de reconciliarse con su propia geografía, y alejarse de sus regionalismos.


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