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Hugo Martoccia
Foto: La Opiniónqr
La Jornada Maya

Lunes 9 de octubre, 2017

Los hechos son demasiado conocidos, no merecen más que una enunciación breve. El senador Félix González Canto y el ex alcalde de Cancún y actual secretario de Estado, Julián Ricalde, se enfrentaron a golpes en el desayuno previo a la conmemoración de los 43 años del Estado de Quintana Roo.

La anécdota generó todo tipo de interpretaciones, que quizá puedan englobarse en una pregunta. ¿Cómo puede ser que la política termine resolviendo sus conflictos a golpes? Esa pregunta dispara muchas respuestas fáciles y algunos lugares comunes. Una suerte de indignación empaquetada.

Pero quizá para encontrar una respuesta más amplia y satisfactoria la pregunta debería ser otra ¿Por qué en Quintana Roo los asuntos políticos no deberían resolverse de esa manera? Hace años que la política en este Estado se resuelve por la imposición o la violencia. Sería toda una novedad que alguien se sentara a debatir.

Durante el borgismo el lenguaje de la política fue violencia, cooptación o complicidad. Ser adversario de Borge era ser enemigo. El Congreso y el Poder Judicial fueron una extensión servil de la desmesura del Poder Ejecutivo.

Durante muchos años en Quintana Roo no se debatió absolutamente nada. Borge vació de contenido la política. Sólo usaba un débil maquillaje cuando era necesario. Un ejemplo: el ex gobernador presionó, persiguió, desterró, y encarceló a periodistas y defensores de derechos humanos. Y luego creó la Ley Borge, su maquillaje. Eso fue la política en los últimos años; violencia y simulación.

La campaña electoral del año pasado no fue diferente. El borgismo tenía un discurso viejo y gastado, y apostaba todo a la maquinaria electoral y a la estrategia del miedo y la represión. ¿Que debate político se dio? Ninguno.

El eslogan electoral de Carlos Joaquín fue el cambio. Y no tuvo tiempo ni espacio para explicar mucho más. La respuesta del borgismo fue la de siempre: presionar y amenazar a los que se unían al candidato opositor; reventar sus actos políticos.

“Cambio” podía significar mucho o nada, pero fue suficiente. Nada más. Lo de Borge era tan ominoso, que la mera enunciación del cambio era ya una plataforma electoral, política y de gobierno. No hacían falta más explicaciones.

Lo que el cambio de Carlos Joaquín realmente significa se está armando apenas ahora, poco a poco. Paradójicamente, su discurso de este domingo en el aniversario del Estado, es quizá la muestra más acabada de lo que el gobernador quiere para los próximos años.

En su portada de este lunes, el periódico Por Esto resumió ese discurso. Tituló: DIALOGO. Ese fue el mensaje. Y el medio también fue un mensaje.

El Por Esto es, podría decirse, el espacio donde las dos culturas políticas más arraigadas del Estado conviven. Dos fuerzas políticas fuertemente enfrentadas tienen, hoy, lugar en esas páginas. La palabra DIALOGO escrita en ese espacio, fue todo un mensaje.

Félix González y Julián Ricalde son dos exponentes políticos que transitaron una parte no menor de sus carreras durante el borgismo Cada cual a su manera, cada cual con sus aciertos y errores, pero convivieron y se enfrentaron en ese ámbito de violencia.

¿Cómo no cruzarse a golpes, si hace años que todo se resuelve con violencia? ¿Qué podrían haber debatido? ¿Cómo canalizar los agravios guardados, sean los que sean? O se insultaban o se golpeaban. Es difícil imaginar un desenlace diferente. Y no sólo entre ellos dos. Pensemos en dos nombres políticamente antagónicos, y el resultado podría ser más o menos el mismo.

La buena noticia es que quizá los golpes de ayer fueron el final simbólico de los años de violencia política, que no podían terminar de ninguna otra forma.

Al menos eso dijo el gobernador Carlos Joaquín un par de horas después, cuando elogió el diálogo como forma de resolver las diferencias.

Otra etapa debería comenzar. Lo que suceda de aquí en más, será su responsabilidad histórica, la marca de su sexenio.


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