Francisco Martín
La Jornada Maya

Mérida, Yucatán
Martes 10 de octubre, 2017

[b]Don Mario[/b]

El yerbatero don Mario preparó dos tipos de remedios diferentes, repitió el llenado de las botellas diez veces por cada preparado. Asentó las botellas en la vitrina de la sala de trabajo de “U Yits Ka’an”, la escuela de agricultura ubicada en el kilómetro dos de la carretera a Maní, ahí van regularmente varios como él, a preparar tinturas y remedios para diferentes enfermedades.

Don Mario sacó de una bolsa de plástico unos troncos húmedos, comenzó a pelarlos poco a poco, ignorando el tiempo que lleva todo el proceso (dos horas), luego hizo lo mismo con unas hojas de un verde oscuro y fue descascarándolas lentamente, como mordidas de langosta, las fue acumulando. Un silencio largo, dos o tres hojas y dijo al fin:

“Esta planta es muy poderosa...”.

Quería que dijera inmediatamente por qué, pero pausó de nuevo, el tiempo ya era otro. ¿Por qué dice tanto y con tan pocas palabras?, y al fin señaló: “entendí que la planta no sólo arreglaba el dolor físico, igual la impalpable angustia sicológica”.

“Quita el dolor de cabeza… y los malos pensamientos… hay unos que se quieren matar o nada les quita el dolor de cabeza... sólo necesita tankasché, una hoja de árbol que se da en el monte; y preparamos su medicina...”.

Pasaron otros 15 minutos sin que nadie dijera nada, en la cabaña sólo se escuchaba el canto de los pájaros y el silencio de don Mario era realmente relajante; vi que prepare la tintura, mientras su ayudante aguardaba atento y callado, pendiente de la elaboración.

Don Mario ya se encontraba pelando ajos, que después revolvió con alcohol y agua, luego tomó de una bolsa un puñado de clavo y entre él y su ayudante quebraron uno a uno, estos fueron revueltos con el ajo finamente picado y el alcohol, pero en una botella diferente.

[b]Doña Francisca[/b]

“Esta es la farmacia con medicinas vivientes”, dijo doña Francisca de Valladolid señalando un montón de plantas que estaban a su lado.
Para conocer más de estas tradicionales formas de curar nos dispusimos a visitarla, y durante la charla mencionó combinaciones entre plantas, así como las enfermedades o males que curaban la raíz, flor u hoja. Ella sabe cómo prepararlas para el tratamiento de una amplia gama de padecimientos.

Con voz segura decía que la tierra nos da todo lo que necesitamos para vivir y también para sanar los diferentes males que el hombre tiene. Cuando conocí a doña Francisca tenía esa sonrisa amena y amable, como quien está acostumbrado a tratar con muchos clientes, me acerqué porque tenía una caja de cartón con productos naturales, como la miel melipona. Sin embargo, lamenta que le hayan robado a sus abejas meliponas, de donde sacaba infinidad de productos medicinales.

No gasta en gas, porque tiene un sistema natural a base de cerdo pelón, en el que funciona el biogás, con el cual puede cocinar utilizando combustible natural. Además de que cosecha su propio alimento.

Los productos que prepara para vender son su entrada de ingreso. “Todo te lo da la tierra”, repite mientras levanta esa sonrisa de nuevo.

En una parte del recorrido por el jardín con plantas, dice doña Francisca: “esta es para el sida, no te lo cura, pero sí ralentiza su desarrollo, retrasa sus efectos”, refiere mientras jala del árbol esas hojitas medio puntiagudas.

A unos metros de ahí, el primo de doña Francisca, va y mete su mano en la tierra, saca una raíz y dice: “esta planta es por si te pica una serpiente venenosa”. Las raíces eran extrañas y bellas de alguna manera.

[b]“No queremos mucho, sólo lo suficiente para comer”[/b]

Don Gustavo, tampoco hablaba mucho, eso me hizo pensar que cada silencio es distinto, como si cada uno tuviéramos una forma de hacer silencio. Él escuchaba paciente que los otros hablen y luego cuando ya casi todos habían pronunciado demasiado, por fin habló, pero en maya: “Es trabajo lo que hacemos con la tierra, fue lo que aprendimos desde pequeños; es nuestra forma de vivir. La manera en que buscamos nuestros alimentos… sustento para nuestros hijos. Esta forma de vida ya no se la podemos enseñar a nuestros hijos porque el gobierno ha implementado el programa de escuelas de tiempo completo, los niños salen hasta las tres de la tarde, sólo regresan a hacer la tarea y así se acaba el día”.

“Los niños ya no tienen tiempo para compartir con sus padres. Veo que este programa perjudicó, antes aunque sea una hora o dos, se podía ir al monte con ellos, por lo menos a buscar un poco de leña”.

“Hace mucho tiempo, cuando yo estudié la primaria, nos enseñaron historia, la historia de la tierra, cómo vivir de la tierra, veíamos fotografías de la manera de vivir y sobrevivir de la tierra; esto ha desaparecido, ya no se enseña y no entiendo por qué; si es muy importante para poder sobrevivir, para tener comida”.

“Nosotros queremos rescatar ese conocimiento, el tiempo está ganando, no tenemos tiempo para compartir con nuestros hijos, la comida es escasa, nadie quiere producir; ya no nos permiten educar bien a nuestros hijos, nos han quitado el mando sobre nuestros hijos. Nosotros ya estamos grandes, vamos de salida, aunque queramos no nos queda mucho tiempo para enseñar. El estudio no es malo, pero también es importante el trabajo, aprender a ganarse la vida de la tierra; no queremos mucho, sólo lo suficiente para comer”, dijo preocupado porque sus descendientes difícilmente conocerán y comprenderán la importancia de estas tradiciones ancestrales que provienen del trabajo en el campo.


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