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Giovana Jaspersen
Foto: Cuartoscuro/Archivo
La Jornada Maya

Viernes 13 de octubre, 2017

Hay personas que son rotundamente funcionales, incluso a pesar de sí mismas, funcionan y nos funcionan. Entre los casos más interesantes se encuentran los que accionan en realidades pasivas y parsimoniosas, o bien, totalmente adversas, activando todo lo que en torno a ellas se encuentra. Hacen girar al mundo y sus engranes, son víricas constructivas cuando la lógica convencional se pone de cabeza, y (se-nos) muestran, haciendo que cuestionemos todo.

María de Jesús Patricio, quien se registrara este 7 de octubre ante el INE como candidata independiente a la Presidencia de la República, se ha convertido hoy en uno de estos casos. Su capacidad transformadora va incluso más allá de ella. No es la candidata, sino su candidatura; pues no se trata de ella, sino de todos. Nos enseñó en el pasado, desde que se pronunciara con su voz digna; lo hace en presente, recordándonos que “hay que organizar esos dolores y esas rabias” pues sólo así saldremos adelante; y habrá de hacerlo en futuro, accionando lo que había estado inerte y recordando que los derechos humanos, la equidad y la igualdad son temas que no podrán quedar fuera de la agenda de ninguno de los candidatos.

En un país de candidaturas independientes ficticias que tienen más que ver con un divorcio partidario que con una convicción accionaria, se ha dicho que ella es la única candidata verdaderamente independiente; si lo vemos bien, es una rotunda mentira. De hecho, probablemente es la menos independiente que exista o haya existido. Una representación nunca es independiente, como no se puede serlo en la colectividad. Marichuy, en tanto que vocera es ella misma una subordinación. Ella no es ella, podría tener su nombre o cualquier otro, su rostro o el de una yaqui, tzetzal, rarámuri o wixarica. Marichuy nunca será independiente, ella es una suma, es un resultado; es la adición de las voces de los 61 millones de mujeres que habitamos el país y que no queremos que nos sigan matando, de los 11 millones de personas que conforman nuestros pueblos originarios y han sido negados durante siglos y de los más de 53 millones de mexicanos que viven en situación de pobreza y que tienen hambre, también de justicia.

Ella es la materialización de los invisibles y los mudos, es la activadora de la verdad amarga que después de su registro -que sin duda es uno de los más grandes ejemplos de organización pacífica y diálogo que los grupos originarios nos han dado- salta a devorarnos cuando en voz de los otros diciendo en redes cosas como: “No es bueno burlarnos por Twitter de #Marichuy, ya que ni leer sabe, mucho menos prender una computadora”; “Alguien ha visto a #Marichuy no me limpió la casa y me dejó quemar los frijoles!”; “¿Quién es #Marichuy y por qué no está haciendo pozole?”; “Yo si votaría por #Marichuy. Se ve que tiene experiencia en limpiar a México”; etcétera. Esos otros incapaces de hablar de su postura, discurso o propuestas; pero sí de juzgar su color de piel, origen y “condición”. Su candidatura nos hace girar la vista para ver horrorizados que somos un país que se expresa así de los pueblos originarios, de su pasado y futuro patrimonio vivo. Ella destapó y nos mostró -una vez más- que la inteligencia es tan relativa como la pobreza, y que no hay peor miseria que la humana.

En quienes representa no hay ambición, sino develación, mucha enseñanza. Como no hemos querido verlo. Ahora nos van a mostrar, paso a paso, lo que se vive y cómo se vive. La discusión no gira en torno a si será o no presidente, el suceso está en el aprendizaje y la (de)construcción del Estado mexicano, sus líderes y procesos.

Imaginemos, sólo como un ejercicio, un debate en la misma línea de los que hemos visto en últimos años. ¿Qué estamos acostumbrados a ver? Una sumativa de acusaciones y escapes con relación a la corrupción y el enriquecimiento, un desfile de pruebas y desacreditaciones; muchísima retórica e incomprensión de los verdaderos problemas de la sociedad a quienes buscan representar los candidatos. En este escenario ¿Cómo habrán de tratarla? ¿De qué habrán de inculparla? ¿Empobrecimiento ilícito? ¿Brecha e injusticia histórica? ¿De su condición? ¿Cómo habrán de prepararse para debatir con quien sí ha vivido los problemas de México?

Su nada simple y sí muy compleja presencia en el proceso electoral exige otro tipo de reflexiones y análisis por parte de todos. Con ella el CNI detona y viriliza las necesidades y negaciones históricas y contemporáneas, gira los rostros a otras realidades, marca una agenda política; eso también es triunfo, y poder. Ella ha venido a activarlo todo, lo peor y lo mejor está girando en su voz y presencia; en cada firma de las casi 900 mil que su candidatura exige, estará inscrita la posibilidad de las discusiones tomen otro curso y podamos verlo.

Pedro Kumamoto la llamó [i]Esperanza[/i]; Juan Villoro, [i]el único camino[/i]; mientras Elena Poniatowska deseaba que nos bordara los sesos la nueva candidata. Y justo eso ha hecho, incidir con punta aguda para marcar un trazo en la mente de todos nosotros, accionó y delineó los bordes de la(s) realidad(es).

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