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Hugo Martoccia
Foto: La Opiniónqr
La Jornada Maya

Lunes 16 de octubre, 2017

Una pelea entre dos políticos en un evento público pareció disparar todas las internas y las intrigas del poder, y resucitó los fantasmas de un pasado que todavía está demasiado presente como para intentar revivirlo sin costos.

El enfrentamiento entre el ex alcalde Julián Ricalde y el senador Félix González Canto ya fue bastante analizado. Pero sus ecos invadieron toda la esfera política, y dejaron algunas señales inquietantes.

Amplios sectores del gobierno respondieron a la reaparición pública y mediática del ex gobernador con excesivo celo. Un signo preocupante se generó: se empezaron a buscar culpables y a imaginar alianzas probables e improbables para intentar explicar lo que estaba sucediendo, que no era otra cosa que una noticia.

Hay un hecho que se dejó de analizar en profundidad: Félix González llegó como invitado a un evento público. Se saludó cordialmente con el gobernador Carlos Joaquín, y conversó con él en una mesa de alta densidad política. Si a esa reunión no la hubiese sucedido una pelea, habría sido, junto con el discurso del gobernador (que llamó al diálogo y a terminar con enfrentamientos estériles) el hecho político de la semana, y una clara señal a futuro.

Sin embargo, los pasillos del gobierno se llenaron de exégetas del mandarino estatal que cambiaron radicalmente esa versión. Algunos, incluso, sobreactuaron enconos y enemistades, como si necesitaran de ese escándalo para sobrevivir.

Más que el relato oculto de una realidad, pareció más bien parte de la interna entre grupos políticos del gobierno que quieren imponer su agenda. Y ya se sabe, en los grupos políticos hay quienes orbitan alrededor de un enemigo, real o inventado, que es toda su razón de ser en ese espacio.

Pero más allá de especulaciones, los hechos están ahí y sucedieron. Hasta hoy, al menos, no hay nada que diga que el gobernador ha dejado de pensar que el diálogo y el fin de los enfrentamientos estériles es el camino que va seguir.

[b]La relación con la prensa[/b]

Este gobierno, que se autodenomina del “cambio”, está obligado a comprender, en el más amplio sentido de la palabra, el funcionamiento de la prensa. Veamos el caso del domingo pasado.

No es concebible que la prensa hubiese publicado la versión de una sola de las partes. En este caso, la de Julián Ricalde, que es funcionario de la administración. Esa era la pretensión de un sector del gobierno.

La versión de Félix González Canto era igualmente necesaria. La gente debía escuchar ambas voces y tomar partido, si así lo consideraba. Es la razón de ser del periodismo.

Al generar dos versiones, el periodismo mantiene el equilibrio al que está obligado, y por el otro lado genera audiencia; le da al público lo que quiere ver, y pelea por un espacio en la consideración de la sociedad. Esa es su dinámica natural.

Pero ese hecho básico no se entendió. Hubo algunos sectores del gobierno que intuyeron allí una suerte de conspiración mediática. Hay un dejo de pasado en esa situación. Durante el borgismo, la mayoría de los medios sólo necesitaba agradar a un lector, que era el gobernador. Pero eso ya no es así, ni volverá a ser.

Cuidado: aquellos funcionarios que no entiendan que las cosas han cambiado, mucho más allá de un eslogan, van camino a la intolerancia, pero también al fracaso. El cambio lo impuso la sociedad, no lo ofreció un candidato.

Es preocupante, en todo sentido, que volvamos a un submundo de sospechas persecutorias y a las campañas de lodo.

Estamos a semanas del inicio de una campaña electoral en la cual, lógicamente, la oposición debería radicalizarse. ¿Qué va a pasar? ¿Tenemos que esperar lo peor?

No se trata de ser ingenuo. La política en tiempos electorales se radicaliza y los enfrentamientos son duros. La versión y el rumor, incluso, son válidos, mucho más en tiempo de viralización y redes sociales. Pero de ahí a la guerra sucia hay un paso que no debe darse.

La dinámica de esa campaña va a decir mucho del Gobierno y de sus adversarios. Si alguien propone reeditar la guerra sucia de la campaña de 2016, pero con otros destinatarios, puede cometer una equivocación terrible.

Habría que recordar un dato nada menor: en 2016, la guerra sucia perdió la elección.

[b]La tentación autoritaria[/b]

Hace tiempo en este mismo espacio se advirtió sobre el que es, quizá, el mayor riesgo de esta administración y, en general, de cualquier gobierno. En un sistema político como el mexicano, donde todo se articula alrededor de la figura del gobernador, sea del partido que sea, la tentación autoritaria es muy grande.

Desde junio del año pasado, la oposición política ha sufrido un proceso de lenta desintegración. El PRI es un fantasma escondido detrás de esa cobardía política llamada “oposición constructiva”. El Partido Verde, que ha sido levemente más consecuente con el papel que le toca, tiene una responsabilidad de gobierno tan grande y desgastante en Cancún, que prefiere guardar las batallas solo para el tiempo electoral. Por supuesto, ambos pagan con silencio una parte de las culpas que le corresponden del sexenio pasado.

Hace un tiempo que diversos funcionarios le hablan al oído al gobernador Carlos Joaquín para explicarle las bondades de una prensa sumisa y obediente, sin crítica. Su teoría no es del todo descabellada. Presupone que la prensa sólo busca participar del presupuesto.

El único problema de esa teoría es que no es absoluta. O sea, siempre habrá quien no esté de acuerdo, y quiera hacer periodismo en un marco de libertad de expresión.

El borgismo resolvió ese problema con la persecución, la difamación, el destierro y hasta la cárcel para los que pensaban distinto. ¿Alguien se animará a llevarle esa receta al gobernador? Sería un retroceso y un error; la nostalgia de una forma de ejercer el poder que pierde día a día más espacio en la política mexicana.

Hay que ser muy claros. Eso no sucede hoy en Quintana Roo. Se vive un ambiente de libertad de expresión, que es diametralmente diferente a cualquier momento del borgismo.

Esta reflexión sólo apunta a que la agitación política de una semana algo atípica despertó a muchos fantasmas del pasado. Y se trata de un pasado reciente, que aún genera reacciones sensibles.

Es un llamado de atención; nada más ni nada menos que eso.


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