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José Alberto Salazar Cardozo
Foto: Rodrigo Díaz Guzmán
La Jornada Maya

Martes 31 de octubre, 2017

Hace muchos meses, movido por el interés hacia temas sobre igualdad, discriminación y participación de las mujeres en la vida pública, llegó a mis manos un texto publicado por la revista [i]Nexos[/i] en su edición de noviembre del año 2010, escrito por Luis González de Alba (asiduo articulista de esa publicación), y cuyo título era [i]De género y cuotas[/i]. Este ensayo se sumó a una gran lista de textos que surgieron como respuesta al artículo de Fernando Escalante Extraños números, en el que se preguntaba por las pocas mujeres que conseguían publicar en las revistas [i]Letras Libres[/i] y [i]Nexos[/i], y donde además, se afirmaba que éstas conformaban el “rincón más inteligente, abierto, cosmopolita y desprejuiciado de nuestro espacio público, y el que en muchos sentidos tendría que poner la pauta.”

En general, tales respuestas rondaban sobre una interrogante principal: ¿de qué depende que haya menos o más mujeres publicando en estos medios? Para González de Alba la causa no era tan complicada: no hay, porque a las mujeres no les interesa publicar, y no les interesa, porque así lo dicta su genética.

Por muy extraño que parezca (o al menos a mi me lo parece), este argumento se ha hecho cada vez más y más presente cuando se acusa que un espacio en la industria, la política, el arte o el trabajo, es sexista y que restringe directamente a la mujer de participar en él (si las mujeres no participan en política, es porque no les interesa la política; si no publican en revistas, es porque no les interesa publicar en ellas; si no acceden a trabajos que demandan presencias prolongadas e ininterrumpidas, es porque sólo les interesa quedarse al cuidado del hogar y de los hijos). Para muchos otros, la razón es “ligeramente” distinta: si hay muy pocas mujeres en los espacios laborales o en las publicaciones sobresalientes es porque no tienen las suficientes credenciales para ocupar esos lugares (por supuesto, el mérito).

Lo que más sorprende de este debate no es que González de Alba haya retrocedido unos cien años la discusión sobre este tema, sino que este tipo de discursos, aún, sigan siendo tan usados cuando se cuestiona el problema de la imposibilidad de las mujeres para acceder a espacios laborales o de participación. La desigualdad numérica entre hombres y mujeres en los espacios laborales, políticos, artísticos, académicos, literarios, etc., es un problema serio que requiere evitar las respuestas fáciles, aunque reconozco que el tratar de dar soluciones a estos temas sobrepasa las pretensiones de este trabajo.

Estefanía Vela, en su texto No es el sexo, es el trabajo, afirma que históricamente las normas jurídicas han jugado un papel muy importante para la producción de las diferencias entre mujeres y hombres en el ámbito laboral. Por ejemplo, la Constitución mexicana de 1917 en su artículo 123, fracción II, establecía que las mujeres no podían desempeñar labores insalubres o peligrosas, ni tampoco podían realizar trabajo nocturno industrial o laborar en establecimientos comerciales después de las diez de la noche. En 1974, el Código Civil del Distrito Federal, en su artículo 169, establecía que las mujeres podían trabajar siempre que ello no perjudicara la misión que les imponía el matrimonio o dañara la moral de la familia o la estructura de ésta. Si bien estas diferencias fueron erradicadas de las normas jurídicas con la igualdad entre hombres y mujeres ante la ley, hasta nuestras fechas las vidas laborales que llevan éstos siguen siendo distintas en cuanto al tipo de trabajo que realizan y el ingreso que perciben por el mismo. Ahora, la diferencia no existe a causa de la ley pero quedó fijada en quienes tienen el control de los espacios labores, de quienes son los encargados de realizar los procesos de selección para los trabajos, de la propia dinámica laboral, etc. El texto en cita, presenta un enorme abanico de teorías que buscan explicar la desigualdad entre hombre y mujeres, y todas a partir de procesos sociales que han excluido a la mujer de la vida pública y laboral.

No es desinterés, no es meritocracia. La manera en la que las mujeres se incorporan al campo de trabajo y el proceso de las relaciones sociales en su interior, responden a un conjunto de ideas y representaciones culturales sobre los estereotipos, los roles y las funciones que se han asignado a las personas de acuerdo con su género.

El problema de la falta de acceso de ellas requiere el replanteamiento de la dinámica laboral, la forma en que se estructuran las jornadas laborales, la manera en que se ofertan los empleos y que excluyen a las mujeres de la posibilidad de postularse a los puestos.

Es importante que las mujeres participen y se adueñen del ámbito laboral, no es necesario dar razones para justificarlo, pero es más importante conocer los factores que impiden que ellas no lleguen a los espacios laborales que le son destinados cuando las barreras ya han sido eliminadas por las legislaciones.

“¿Qué clase de vida es compatible con trabajos que demandan presencias prolongadas e ininterrumpidas? Una cuya única prioridad sea trabajar.”


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