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Alejandro Guerrero Flores
Foto: Afp
La Jornada Maya

Viernes 1 de diciembre, 2017

Los problemas de salud entre los seres humanos que tienen origen entre cientos de agentes microbianos, clasificados según sus elementos y características, no se circunscriben a un simple proceso biológico del paso de un organismo que lo porta (caso fuente), con o sin síntomas, por un mecanismo directo o indirecto, a otro organismo susceptible, el cual, luego de un período de incubación, terminara por convertirse en un nuevo portador sin síntomas o, bien, con síntomas que sean específicos de un cuadro clínico que pone de manifiesto lo que interpretamos como enfermedad.

En el proceso que alcanza y afecta, en menor o mayor medida, a la persona contagiada van correlacionados múltiples factores como: edad, género, situación emocional, estilo de vida, nivel de información o conocimientos, condición económica, grupo al que pertenece, etcétera. Por este motivo los notables esfuerzos para erradicar del paisaje planetario a los agentes infecciosos, ha resultado exitoso con uno sólo de ellos, el virus causante de la viruela, que fue el origen de devastadoras epidemias durante siglos, tal como lo han sido hasta nuestra época la peste bubónica (Madagascar enfrenta ahora el peor brote en los últimos 50 años), cólera morbo, tuberculosis, paludismo y más recientemente el VIH.

Casi dos centurias hubieron de pasar para que el afortunado descubrimiento del “padre de la inmunología”, el médico británico Edward Jenner, nos legara su humanitaria ciencia, en tiempos en que la atención de la salud no se regía por la economía del mercado, al servicio del género humano para abatir los casos de esa terrible y contagiosa infección que fue traída al “nuevo continente” por un esclavo en un barco de la corona española hacia 1520 y que se extendió tan ampliamente que tuvo resultados funestos en la caída de los centros de nuestros ancestros, en las regiones azteca e inca.

El incipiente uso de esa rudimentaria vacuna que el doctor Balmis llevó en los navíos desde la Coruña en 1803 y le dio la vuelta al mundo en un viaje de diez años, alcanzando territorios como Cuba, México, Venezuela, Colombia, Perú y Argentina en el continente que aún pertenecía a España fue considerada como la expedición filantrópica más relevante en los anales de la historia de la Salud Pública; para poder hacer los “pases” del líquido vacunal de costras y úlceras de niños con lesiones variolosas en la piel brazo-brazo y conservar la viabilidad de la vacuna se contó con el auxilio de Isabel Cendala, quien es considerada en Cuba como la primera enfermera internacionalista.

Para la mitad del siglo pasado, la viruela fue erradicada en México y a la par de la “Guerra Fría” iba concluyendo entre los colosos que tenían que llegar a acuerdos, incluso en materia de salud. Hacia 1978 en Somalia se detectaba el último caso de la enfermedad, que permitió a la Organización Mundial de la Salud (OMS) dictaminar en su reunión de 1980, como erradicado de la faz de la tierra al único agente patógeno infecto-contagioso, entre todos los que causan enfermedades en los seres humanos.

Volviendo al SIDA, que trae de la mano decenas de infecciones y cáncer oportunistas, asociadas a la condición de deterioro inmune que el virus provoca, no hay ninguna incipiente vacuna; si la hubiera, seguramente será puesta con fines comerciales, no como la de Edward Jenner. Al respecto pensemos cuánto habría que esperar para que dé resultados y para la erradicación definitiva del VIH, ¿lo habrá?

De acuerdo a las cifras consultadas en los reportes del Centro Nacional Para la Prevención y el Control del VIH y el Sida (Censida) para fines del 2016 habría en nuestro país casi 225 mil personas identificadas con VIH, de las cuales el 52 por ciento permanece con vida, en diversas etapas del horizonte clínico de la infección-enfermedad. El 95 por ciento de estas infecciones derivan de sostener relaciones sexuales sin condón, representando las mujeres el 20 por ciento del total de estos casos y observándose una tendencia en el sector poblacional de entre 15 a 29 años con un incremento en los últimos años. Además de acompañarse de otras infecciones de transmisión sexual (sífilis, herpes, virus del papiloma humano, gonorrea, etcétera) lo que señala la poca adopción de prácticas sexuales “protegidas”.

A partir del verano de 1983, cuando el doctor Hugo Cabrera Bastarrechea describió a la primera persona con los síntomas del VIH en nuestro medio (Hospital Benito Juárez del IMSS), la UADY en su Centro de Investigaciones Biomédicas Dr. Hideyo Noguchi realizó un seguimiento del comportamiento de la epidemia en la península por un espacio de 10 años. Asimismo, la doctora en Ciencias Beatriz García publicó en la Revista de Investigación Clínica, a fines de 2006, la encuesta de tamizaje entre 39 mil 393 donadores de sangre del CMN Ignacio García Téllez del IMSS en Mérida en los que se identificaron a 53 personas “sanas”, que eran portadoras de anticuerpos contra el VIH (0.13 por ciento.

Con base en la página de Censida se asegura que Yucatán acumuló prácticamente 5 mil personas afectadas de 1983 a 2015. La incidencia acumulada de casos de VIH en la península rebasa notablemente el promedio nacional que es de 175/100 mil habitantes; en tanto para Yucatán fue de 300/100 mil (sólo por debajo del Distrito Federal con 415/100 mil); Campeche y Quintana Roo 265/100 mil.

Asimismo, los nuevos casos registrados por año en Yucatán y Campeche tienen tasas más elevadas que el promedio nacional (186/100 mil), pues es de 295 y 271 por 100 mil para esas entidades respectivamente.

Por lo tanto, no sólo es importante que las personas afectadas, desde el 2003, cuenten con el recurso terapéutico antiretroviral, aún aquellos que no tienen seguridad social, lo que representa para el sector oficial una inversión anual aproximada de 45 mil pesos por caso tratado. Sin embargo, sólo cubre los antivirales, luego entonces, debe enfatizarse en las campañas para una detección oportuna (es probable que más de la mitad de personas con VIH vivan sin saber que están contagiadas); ofrecerles un tratamiento temprano y eficaz disminuyendo la “carga viral” y al mismo tiempo el riesgo de contagio; asimismo, retenerlos en el sistema de atención médica para su control a largo plazo, metas que en estas tres categorías (detección, tratamiento eficaz y retención) la Salud Pública en México debe alcanzar un 90 por ciento en cada uno, situación que aún está lejos de cumplirse para el 2020.


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