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Eduardo Lliteras Sentíes
Foto: Rodrigo Díaz Guzmán
La Jornada Maya

Jueves 7 de diciembre, 2017

El eco de los golpes de marros se escucha en la oscuridad de las calles aledañas a la obra convertida en oscura sepultura para los obreros que edificaban la mega estructura hotelera que erige en Mérida el empresario José Chapur Sahoul y la empresa Bacsa, de los hermanos Barbosa y que repentinamente se vino abajo con miles de toneladas de hierro y concreto, aplastando a las frágiles humanidades de los trabjadores que se encontraban ahí.

Los marrazos en la distancia rompen la noche, la hacen pedazos, como los trozos de vigas, de concreto, metal, ahora mortaja de pobres peones yucatecos y de otros venidos de lejos, atraídos por el crecimiento urbano de la "ciudad más segura del país".

La luz amarillenta de las lámparas no alcanza a disipar el río de oscuridad de la calle 37, en la que repentinamente irrumpen las torretas azules y rojas de patrullas de la Secretaría de Seguridad Pública, de las que bajan cubetas, agua, comida y personal para laborar en la búsqueda del señor Enrique Javier Torres de 47 años, quien nunca regresó a su casa, tras el hundimiento de la obra.

Apenas un escaso grupo de 6 reporteros esperamos en la acera el desenlace de la reiniciada búsqueda mientras decenas de policías, algunos bomberos y miembros de la Fiscalía General del Estado ,con perros adiestrados del K9, entran y salen por la reja de ingreso a la obra paralizada desde el lunes por la tarde.

La madrugada se avecina. Desde un hoyo en el muro perimetral observo a los policías y bomberos inmersos en la montaña de desechos, que dejó el colapso de la obra, casi hasta la cintura. Han pasado apenas unas horas de que retomaron los trabajos, luego de que con bombos y platillos el gobierno del estado y el director de Protección Civil estatal anunciaron que “el rescate” oficialmente había terminado, apagando las luces y cerrando la obra colapsada a las 10.30 de la noche del lunes, como si tuvieran mucha prisa en irse a cenar y dormir, más bien preocupados por el destape del nuevo mandamás del estado y de los demás candidatos a los diversos cargos del PRI.

Ninguna autoridad de alto nivel acudió a la obra el día del incidente. Tampoco se ha decretado luto en institución o gobierno alguno por la muerte de los obreros que laboraban en la última obra faraónica que se levanta en Mérida a ritmos forzados, con mucha prisa para obtener tajada de los negocios fabulosos que promete el nuevo Centro de Convenciones del gobierno del estado.

En una esquina, sentados sobre la calle 60, se encuentran cuatro familiares del señor Enrique Javier Torres de 47 años. Tienen frío, no han comido y, lo peor: no saben nada de su familiar.

Ninguna autoridad está en el lugar para brindarles apoyo moral, legal o al menos una manta o una botella de agua para pasar la fría madrugada a la espera de noticias de su ser querido.

Tampoco hay rastro de algún representante de la empresa constructora, o de los propietarios del nuevo hotel y centro comercial. Los familiares están solos y no saben qué hacer, sólo esperar a que los policías anuncien que por fin han hallado el cadáver, porque no tienen muchas esperanzas de que esté vivo tras tantas horas bajo toneladas de cemento armado.

Los familiares, hermanos y esposa, de 47 años han peregrinado desde el día del colapso de la obra de un hospital a otro, de la T1 al Hospital Juárez y a Semefo. En ningún lado encontraron rastro de su familiar. Ninguna autoridad los ha apoyado en su búsqueda. Simplemente los tratan con frialdad, diciéndoles que nadie con esas características se encuentra en la bóveda de Semefo u hospitalizado, entre los cadáveres o heridos, algunos aún inconscientes, negados por el boletín oficial del gobierno estatal, que se apresuró a afirmar que habían muerto cuatro personas; para después apagar todo y marcharse, dejando entre los escombros a Enrique Javier Torres y quién sabe si a alguien más.

Como único mudo testigo de su paradero está la bicicleta de Enrique Javier Torres, de oficio “fierrero”, quien ya nunca regresó a su hogar.

Su teléfono móvil quedó en silencio hace días, luego de que le estuvieron llamando, sus familiares.

No debería sorprender que los teléfonos celulares de los trabajadores fueron decomisados, según nos dicen, para que no salieran videos comprometedores de lo que pasó en la obra.

Eso sí, corre la versión de que estaban “asegurados” y de que la delegación de la Secretaría del Trabajo y Previsión Social “investiga alguna posible irregularidad”.

¿Cuánto recibirán por la muerte de su familiar estas nuevas víctimas del boom inmobiliario de Mérida? La ciudad de moda, en el país. ¿Cuántos más morirán para erigir los nuevas obras de las fortunas peninsulares y de los capitales que ven en Mérida la nueva Tule, El dorado redivivo en la ciudad fundada por los Montejo?

[b]@infolliteras[/b]


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