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José Luis Domínguez Castro
Foto: Carlos Santiago
La Jornada Maya

Martes 12 de diciembre, 2017

El objeto de Bolívar era establecer lo que los republicanos llaman una sociedad libre, pero también estable. Pues no bastaba declarar la igualdad civil para encontrar la felicidad y la seguridad. Sin mecanismos de estabilización y sin vigilancia ciudadana, todo sistema político se condenaba a la anarquía y tiranía, como lo mostraba la experiencia histórica antigua y reciente” Así escribió hace diez años el historiador Jaime Urueña Cervera, en la presentación de su [i]Bolívar Republicano[/i] (2007:71).

En efecto, la mencionada participación ciudadana está lejos de ser una realidad cotidiana. Por ejemplo, recién se estrenó en México la modalidad de los candidatos independientes para los diferentes cargos de elección popular y ya salieron a relucir las falacias que puede haber en torno a la legislación que las rige y contradicciones en que incurren dichas normas.

Compartí hace unas semanas cierto escepticismo ante los llamados “independientes”, ni son todos los que están… ni están todos los que son. Sin embargo, a esta novedad bien vale la pena darle puntual seguimiento. Candados, requisitos, controles, fiscalización inaudita… y los ciudadanos nos preguntamos: ¿De verdad no quieren que se dé esta participación? ¿A qué le tienen miedo? ¿No se dan cuenta que a mayores obstáculos mayor hartazgo y, por ende, más deseos de participar? Como dijo Silvio Rodríguez: “Te doy una canción…te hago un discurso sobre mi derecho a hablar…”

Somos miles los ciudadanos que a nivel municipal no estamos conformes con la ejecución del poder y toma de decisiones: saturación urbana en aras de la “densificación”; mega-construcciones permitidas brincando los permisos que marcan las leyes o los ordenamientos básicos que marca el sentido común y que en ocasiones terminan en accidentes lamentables. Y a nivel estatal, cuando vemos casi culminada una de las obras emblemáticas de esta administración estatal, los ciudadanos recibimos la sorpresa de que el flamante CIC (el turismo como destino manifiesto de nuestra empobrecida tierra) no podrá tener nombre de héroe patrio, ni de prócer peninsular, porque tiene por apellido el de una simple marca de productos electrónicos de consumo cotidiano… y los ciudadanos nos preguntamos: ¿Qué acaso esto no debería de estar regulado? Como si no hubieran suficientes leyes… aunque sabemos que cuando no las hay, las inventamos. Como el que crea un Fideicomiso ad hoc para administrar tan trascendental obra sexenal reservándose la autoridad el derecho de designar a su titular.

Pero este malestar es a escala nacional: concursos “abiertos” de obras ya amarradas ¡desde la campaña! Proveedores que participan en libre competencia cuando sabemos que ya están previamente cerrados los contratos. ¿Quién en este país no ha comentado en corrillos privados o quién no ha compartido posiciones en debates públicos acerca del hartazgo que padecemos ante tales hechos que se repiten día con día y que se han convertido en parte del paisaje político: desde las sedes más recónditas y modestas de las comisarías municipales, hasta los más visibles centros de decisiones públicas del Palacio Nacional. Escándalos grandes, moches chiquitos, contratos y acuerdos perversos de distinta escala. Como dicen los paisanos de Bolívar: ¡Qué hartera!

Por eso, ante la noticia de la posibilidad de tener a candidatos independientes una luz se encendió de nuevo en el horizonte. La esperanza volvió a aparecer para millones de mexicanos que quisiéramos hacer de este país, y en aras de la democracia republicana, una sociedad bien ordenada. Por eso es importante que sigamos de cerca los procesos de aquellos ciudadanos libres que aspirando a ocupar alguno de los puestos de elección, cuenten con el respaldo ciudadano necesario. En particular apoyemos a aquellos aspirantes que han decidido empeñar su tiempo, energía y propio patrimonio en aras de una propuesta diferente para ser llevada a los congresos locales, donde finalmente se toman las decisiones que nos afectan a todos y se generan las leyes que pueden contribuir a crear un nuevo orden social.

Apoyemos a quien consideremos realmente libre de compromisos preestablecidos. Recordemos también que dar la firma de apoyo en favor de Marichuy, Olga, Adrián o Santiago, no significa que estemos ya ejerciendo nuestro derecho al voto. Se trata de escuchar otras voces que no vienen de los anquilosados partidos o de las “novedosas” coaliciones. Demos la oportunidad a que ciudadanos del común nos puedan proponer algún día posibles y originales soluciones a viejos problemas. Nos queda poco tiempo, y las restricciones están a la orden del día: sólo conectando a agentes autorizados de los aspirantes, que tengan en sus celulares la app correspondiente podrán recibir nuestras firmas (¡como si los mexicanos tuviéramos celulares de reciente generación!). Pues, ¡A CONSEGUIR LAS FIRMAS necesarias! Al fin que habemos miles de miles ciudadanos inconformes y deseosos de construir “una sociedad bien ordenada”.

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