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del

Rafael Robles de Benito
Foto: Fernando Eloy
La Jornada Maya

Miércoles 27 de diciembre, 2017

Igual que sucediera con el asunto de la denominación de origen del chile habanero que atravesó por largas y, a veces, muy duras discusiones, especialmente entre los estados de Campeche y Yucatán acerca de cuál de los dos estados debiera ser considerado el lugar de origen de este producto, antes de llegar a la resolución de compromiso y generar una denominación de origen de carácter peninsular, ahora parece que estamos arribando a una solución similar para el caso del pulpo endémico de la región (Octopus maya).

Para empezar, y para abonar a la discusión, habría que recordar algunos elementos fundamentales detrás de la captura de esta especie. Octopus maya fue descrita por el biólogo Manuel Solís, del Centro Regional de Investigación Pesquera de Yucalpetén, Yucatán, quien determinó su carácter endémico (es decir, que no se le encuentra en ningún otro lugar del planeta); su distribución ha sido exhaustivamente explorada, entre otros autores, por el doctor Manuel Pérez y sus colaboradores, todos ellos de los Centros Regionales de Investigación Pesquera de Yucalpetén, Yucatán, y Lerma, Campeche, que acreditaron con datos duros, generados por muestreos en campo, que la especie se encuentra entre el extremo nororiental de las costas de la Península de Yucatán y el límite entre Campeche y Tabasco. Su origen pues, independientemente de quién lo pesque, es de índole regional.

Por otra parte, el asunto de quién pesca pulpo maya, dónde lo captura y cuánto pesca no es para nada trivial: no solamente forma el meollo de la discusión acerca de cuál debe ser la denominación de origen de la especie, sino que ha dado lugar a conflictos entre comunidades que han tenido un alto costo social y han vuelto más espinosas las relaciones de por sí complejas entre dos entidades que debieran ser, en todo caso, fundamentalmente fraternas, no solamente por su integridad histórica y cultural, sino ante la necesidad de cerrar filas para garantizar la sustentabilidad de su existencia en un entorno nada favorable.

Los intentos recurrentes, y frecuentemente fallidos, por determinar si son campechanos o yucatecos los pescadores que tienen derecho a capturar pulpos en determinadas zonas de su área de distribución (Isla Arenas, Campeche, o Celestún, Yucatán, por ejemplo); así como las discusiones alrededor de los volúmenes de captura y las vías para comercializarlos, las cuales suelen girar alrededor de la cantilena: “estas toneladas de pulpo fueron capturadas por pescadores de Campeche, pero comercializadas a través de permisionarios de Yucatán”, no son más que un reflejo del carácter medieval de la pesca en la región (y me atrevo a decir que del país), donde los permisionarios se conducen como señores dueños de cuerpos, vidas y hacienda; y explotan a los pescadores como siervos. Es cierto que son “señores ilustrados y caritativos” que garantizan la sumisión de los hombres de mar, otorgándoles préstamos, ayudándoles (no como una prestación laboral, sino como una generosa dádiva) con gastos médicos para ellos y sus familias, además de equipamiento y avituallamiento para sus embarcaciones; pero son Señores al fin, así, con mayúsculas.

Antes de que los diversos actores interesados emprendan discusiones similares acerca de otros productos peninsulares (como mieles, maderas, carbón, maíces, henequén o pitahaya, por mencionar únicamente las primeras que vienen a la mente), quisiera sugerir tres premisas que deberían encabezar los esfuerzos por dotar de valor adicional a los productos de nuestra península y aproximarlos a algo parecido a los mercados justos: la primera es que la denominación de origen que a veces puede ser muy positiva desde un punto de vista económico, como el tequila, no es garantía de sustentabilidad, por lo que la determinación de cuál ha sido el origen de una u otra especie de interés para el mercado no es necesariamente pertinente, y habría que poner los ojos en otros factores; la segunda es que lo que debería animar las discusiones alrededor del papel que juegan las especies “útiles” en el ecosistema, de modo que lo que resulta pertinente es evaluar los efectos que su sustentabilidad, o agotamiento, significarían para el ambiente regional a fin de que la certificación de su carácter sustentable fuese factor de valor ante el mercado, más que su sitio de origen; y la tercera, implica la necesidad de garantizar que el proceso de extracción, procesamiento y comercialización de estos elementos de la biodiversidad nacional se lleve a cabo de una manera socialmente responsable, de tal forma que no se reproduzcan los oscuros, anacrónicos e injustos rasgos que hoy enturbian la operación del sector pesquero.

Sin más por hoy, deseo a todos unas felices fiestas y, sobre todo, un 2018 mucho más próspero de lo que ha sido este año.

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