Inclusión o amor por la vida

Claudia Martínez
Foto: Rodrigo Díaz Guzmán
La Jornada Maya

Lunes 22 de enero, 2018

Cada vez percibo más este susurro social que nos exige tener una “posición” política ante la deteriorada situación que vive nuestro país y, una vez más, me declaro proclive de lo apolítico y con mala calificación en diplomacia, por lo que cuando me permito externar mi opinión no siempre soy del agrado de todos; pero, aquí entre nos, considero que el deterioro social comienza en casa; la mía es mi empresa, donde por más de ocho horas por jornada convivo diariamente con más de 600 personas que opinan, hablan y sienten de manera única.

En esta exclusividad de la individualidad es necesario reflexionar respecto al orden de las cosas, donde la religión y la moral no sean parte de este sistema interno que organiza a tantas personas para convivir de manera sana y productiva, donde nada desdibuje el inteligente y digno respeto que cada uno merece.

El término incluir, como muchos otros, se ha pervertido por quienes pretenden ser políticamente correctos y quieren sentirse del lado de los “buenos”, llamando a crear espacios donde todos participemos, pero sin practicar nada concreto.

Vale la pena echar un vistazo a los significados del diccionario. Incluir: verbo transitivo. 1. Poner una cosa en el interior de otra o dentro de sus límites: "incluir a alguien entre los mejores; la necesidad de incluir a un actor o una actriz en el reparto puede obligar a inventar sobre la marcha un personaje que justifique su aparición"; 2. Contener o comprender [una cosa] a otra: [i]el libro incluye un capítulo sobre anatomía; el precio incluye el desayuno y la comida[/i]. En cuanto a su origen, el diccionario menciona que es un préstamo (s. XVI) de la voz latina includere [i]encerrar dentro de algo[/i], tomado especialmente en sentido figurado. De la familia etimológica de cláusula (V.). Más ejemplos de su uso: “incluyo una carta en el paquete”; “el menú incluye pan, vino y postre”; “me incluyes en el grupo que hace la obra de teatro”; “Nos incluyeron en el equipo de tenis de la universidad”; “El precio incluye los gastos de envío”.

La lista es innumerable y en ninguna encuentro el sentido “político”. Por eso sonrío cuando leo o alguien me felicita porque mi empresa es “incluyente”, pues para construir un lugar en el que se pueda convivir y se resalte lo mejor de cada uno de quienes participamos, es decir, valores como la honestidad, respeto, compromiso, honorabilidad, ser positivos, responsabilidad, y tanto más, responde a algo ancestral, más universal y sencillo: el amor al prójimo y el amor por la vida. Eso hace que en estas cuatro paredes uno escoja, reciba, abrace, enseñe y ayude.

Seguramente te preguntarás, querido lector, si no soy producto de un contundente [i]guamazo[/i] en la cabeza que ha borrado de mi sentido común los claroscuros humanos. Pues no, no soy inocente, ni comparto el ánimo de los “soñadores”; he recibido, como cualquier otro ser humano que hace empresa, la más grande de las desilusiones; he sido víctima de mentiras y abusos, de robos, de cinismos, de cotos de poder tejidos entre la piel de la empresa; he tenido que luchar duras batallas para superarlas, pero, a pesar de todo, en ningún momento he perdido el amor por la vida ni por el prójimo, ingredientes esenciales que, considero, quienes habitamos este planeta deberíamos tener, y que si algún día llegan a desaparecer de mi espíritu, es seguro que, sin tregua, llegará mi muerte.

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