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Texto y foto: Paul Antoine Matos
La Jornada Maya

Lunes 29 de enero, 2018

"Luz es lo que falta, aclarar la tinta que los mancha, escribir a oscuras como ciegos, cuando punza la verdad", Marcial Alejandro.

Toda vela, tarde o temprano, se consume. Depende de su tamaño cuánto tarde en hacerlo. Pero Guillermo Vela Román es inmenso, tanto como un cirio Pascual. Aun cuando las velas se extingan, por el suelo se derrama la cera formada por la sustancia del ser.

Por eso, tras 71 años de iluminar, su cera se expande aún por entre aquellos que son cercanos a él y su familia: su esposa, sus hijos, sus amigos son moldeados con esa cera de su ser. Ellos la reciben y forman nuevas velas.

Al mismo tiempo, con la flama que se mantiene ardiente, Guillermo prende las nuevas velas. Comparte fuego y cera.

Su homenaje, realizado en la Universidad Marista, reconoció su vida y trayectoria en el activismo social yucateco y meridano.

Su liderazgo logró un sismo en una sociedad, una ciudad y un estado planos, no sólo geográficamente, donde a veces parece que no tiembla, pero que tampoco pasa nada. Sus réplicas, a través del Frente Cívico Familiar, lograron cambios sociales en la entidad, con efectos en la política y en el empresariado.

Durante la década de 1980, la clase media y alta, empresarios en su mayoría, de Yucatán estaba cómoda. Apática e indiferente a lo que ocurría a su alrededor, los meridanos carecían de causas sociales, envueltos en una burbuja que les cegaba los ojos y les causaba una oscuridad insensible.

Guillermo Vela y sus amigos rompieron con esa indiferencia presente en Mérida. En 1988, decide organizar al 80 por ciento de los meridianos para el Apagón. La ciudad, ciega hasta ese momento, abrió los ojos. "Más vale encender una vela que maldecir a la oscuridad", frase de Confucio que adoptó como propia.

El ocho de enero de 1988 nace el Frente Cívico Familiar. Con unos meses de diferencia, también surge el Grupo Indignación, hoy principal defensores de los derechos humanos en la península. La sociedad civil yucateca se organizaba.

Los valores de Guillermo son tan importantes hoy como hace 30 años. Desde el ejemplo propio, es digno tanto en la salud como en la enfermedad, líder sensible, humilde y crítico.

Servicial, responsable, participativo en la comunidad, transforma en hechos las palabras y las ideas. Capaz de sacar lo mejor de las personas, contagiarles alegría, y motivador. Creyente de Dios y de la justicia, luchador incansable por la verdad. Perdona y olvida el rencor de males pasado. Una persona con un corazón honesto.

Con un ideal como el de Nelson Mandela, el de la búsqueda de la paz y la justicia social. Es momento, otra vez, de que ese calor y esa sustancia que Guillermo Vela ha generado sea reutilizado.

El ciclo de 1988 se repite 30 años después. Una rueda que nunca ha dejado de girar se quiebra de nuevo. El México, el Yucatán y la Mérida de hoy, el de los próximos seis meses, y el del futuro, nuestro, de nuestros padres y nuestros hijos, requiere que esas velas encendidas ofrezcan su luz y calor.

Alejadas de ese azul, que en su momento fue funcional, pero que hoy ya no se sabe si es verde, rojo o amarillo, pero que está repleto de marrón inodórico.

Lo que vivimos en el país, nuestra realidad, nos ciega. No vemos -no queremos ver- lo putrefacto de México, pero también de Yucatán y Mérida. La sociedad retorna lentamente a esa pasividad e indiferencia de los años ochenta.

Tomemos esos valores de Guillermo en nuestra ciudad, estado y país. Repliquémoslos.

[b]Vela a la orila de Chapala[/b]

Guillermo Vela nació a la orilla del Lago de Chapala, en Jalisco, el seis de octubre de 1946. Fue Marista, “magnífico futbolista” como le dijo un ex gobernador yucateco, profesor y director de la escuela Montejo. Trabajó socialmente en Cuzamá, fundó Bester Consultoría y presidió el Frente Cívico Familiar, entre otras tantas acciones.

Su hijo menor, Gabo, desde Puebla le envió un mensaje a él y su madre: son los mejores maestros. Recordó una anécdota en la que él, a sus cuatro años, tenía miedo a las alturas al subir una resbaladilla que lo paralizó a medio camino. Guillermo, quien acababa de sufrir un infarto, le dijo que siguiera subiendo, que si se cae él le atrapa. “Fuerza tengo”, le dijo el padre al hijo. El hijo le dijo al padre “fuerza tienes y te sobra”, el jueves en el homenaje.

Siempre al lado de Guillermo su familia. Patricia Monforte, su esposa, un alma tan o más enorme que el propio Guillermo. Fuerte en espíritu, es el pilar fundacional de los Vela Monforte. Los hijos, Chato, Gerardo, Paty y Gabo, tienen sus cimientos en ella; la estructura llega hasta los nietos.

Durante los últimos tres años, desde el infarto de Guillermo, Patricia aprendió y se adaptó a una nueva etapa de la vida conyugal. Cuando otros se ha habrían rendido, ella se mantuvo más firme que nunca. “Sabemos que sin ti, simplemente papá no estaría aquí con nosotros”, le expresó Gerardo Vela a su madre.

El homenaje fue para Patricia Monforte también.

“Nunca, nunca, nunca darse por vencido”, cuelga de la puerta de su oficina en Bester Consultores. La frase de Winston Churchill le da significado a su vida. Cuando el 10 de octubre de 2014, apenas cuatro días después de su cumpleaños 68, Guillermo Vela sufría un infarto cerebral. A los ojos miró a sus dos Patys, esposa e hija, y les dijo “todo va a estar bien”.

“Le creí”, dice Patricia Monforte. “No deja de sorprendernos con sus progresos y sus logros”, menciona. Tres años maravillosos de un aprendizaje continuo.

Al hablar con Guillermo, él voltea a ver. Extiende su mano derecha, tiembla, pero en su mirada el saludo es más firme de lo que el cuerpo puede lograr. En sus ojos las canciones están, las vemos cuando sonríe.

Una Vela, Guillermo, que resplandece en el firmamento.


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