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Fabiola De Yta
Foto: Raúl Angulo Hernández
La Jornada Maya

Jueves 1 de febrero, 2018

Es difícil empezar un texto como símbolo del cierre de un ciclo para el inicio de uno nuevo, pero al mismo tiempo es necesario. Con toda confianza puedo decir que a [i]La Jornada Maya[/i] llegué rota. Había culminado una carrera en letras y la vorágine del ámbito laboral parecía no tener alguna ventana para mí, o para nadie, pues el irrisorio sistema exige a los recién graduados experiencia laboral y, casi casi, ser un todólogo. Aunado a ello, fui “preseleccionada” por una universidad de San Luis Potosí para cursar una maestría en letras, aunque, finalmente, fui rotundamente bateada. Para ese entonces también tuve una ruptura amorosa que contribuyó a empapar mi mirada dificultando la posibilidad de ver con claridad el panorama.

No sé si el periodismo sea el sueño de muchos; yo tuve la inquietud de hacerlo desde niña. Creí que mi título en letras bastaría para que alguno de los pocos periódicos que tenemos en Mérida me abriera sus puertas ¡ja, ja, ja! Sin embargo, Sabina León se tomó el tiempo de mirar mi CV y ofrecerme un espacio laboral periodístico los fines de semana. Comencé haciendo guardias, faena temida por los jornaleros. Empecé viernes, sábado y domingo subiendo notas a web. Pensaba en una foto con base en la información, un título de no más de siete palabras destinado a lectores digitales, la edición del cuerpo del texto y demás, tratando de ser lo más ágil posible. Suena simple, en realidad lo es, pero, en mi caso, fue toda una odisea, tenía error tras error y pensaba que nunca disminuirían. La muerte de Fidel Castro y las elecciones del Edomex (2017) fueron eventos de locura total en mi paso por las guardias. Luego de éstas vino la edición impresa. Durante alguna charla con mi padre, éste me dijo: “y qué si empiezas trabajando fines de semana; si quieres estar diario, pues es necesario”. En efecto, quería experimentar la edición en formato impreso. No pensé lograrlo, pues, como toda tarea periodística, exige otro grado de complejidad. Al igual que en las guardias, los errores parecían no acabar, era tropiezo tras tropiezo. En el impreso el nivel de análisis es aún más exigente: se piensa en función de lectores-verdugos que con una pluma pueden contar tus erratas. (tus en itálicas porque los errores y aciertos tienen nombre, se evidencian y se asumen).

Discusiones por el uso de una coma, punto y coma, fonética de una palabra, rima, verso, uso preciso de un artículo, semiótica, semántica, diseño, publicidad, religión, pronóstico del futuro, etcétera, etcétera, etcétera, han sido parte de la jornada. La jornada también ha sido compartir un espacio laboral directo con Felipe, Tony, Víctor, Ana, Sandra, Sásil, Saúl, Christián, Tato, María, Andrés, Raúl, Tania y mucha más gente que indirectamente contribuyó para enriquecer mis días de modo personal, emocional, social y profesionalmente, entre ellos, reporteros, fotógrafos, repartidores, personal de limpieza y demás.

De las plumas, ni hablar: leer a José Juan Cervera, Margarita Robleda, Giovanna Jaspersen, Jonnhy Brea, Felipe Escalante Ceballos, Felipe Escalante Tío, Andrés Silva, Eduardo del Buey, José Luis Domínguez, Rafael Robles de Benito, Clara Huacuja, entre muchas otras, ha sido todo un honor para mí, pues con sus letras han enriquecido también mi persona. Podría también hacer un listado de mis personajes favoritos, esos que son reales, pero que adquieren un halo ficticio en formato “entrevista”. Se me viene a la mente Alpha Tavera, Adolfo Patrón, El Válvula, Maru Medina, Jorge Carlos Ramírez, Celia Rivas, Liborio Vidal, por mencionar algunos, aunque no son predilectos porque tenga alguna inclinación política, sino que observarlos desde una óptica periodística me hace pensar que todos tenemos una historia que contar para aportar y como lectora esa podría ser yo contando mi historia, pues aquellos personajes que pululan entre realidad y ficción me reafirman que sólo con esfuerzo se alcanzan los sueños.

Y si de sueños hablamos, La Jornada Maya es en sí misma un sueño hecho realidad, fruto del trabajo y vocación de Fabrizio León Diez, quien de la mano de Sabina León Huacuja e Israel Mijares, fundamentalmente, hacen que todo sea posible. Desde luego, es necesario decir gracias, gracias infinitas a Fabrizio por su luz, a Sabina por su ímpetu ante la vida y a Israel por su precisión en la técnica para que esta máquina marche más rápido.

Se me viene a la mente una nota leída en algún momento, decía que “el periodismo tiene la función de cambiar vidas, hacer ciudadanía”. En efecto Fabrizio, eso es lo que haces todos los días, soñar y aterrizar para iluminar. Evidentemente hay un antes y un después en mi persona: la maestría llegará si así lo decido, si no hay trabajos, pues hay que crearse uno, ¿el amor?, éste empieza por uno mismo. Gracias Fabrizio León, Sabina e Israel por hacerme parte de esta travesía y por su aporte para hacer de mí una persona más plena. Hasta pronto.


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