El espía

Texto y foto: Fabrizio León Diez
La Jornada Maya

Viernes 2 de febrero, 2018

Mi amigo el espía enfermó y es complicado explicar lo que le dejó de funcionar, tanto como la degeneración del órgano que lo mantiene jodido.

Por suerte tiene dinero para pagar el tratamiento, siempre y cuando sea en hospital público, con algunos ingresos moderados a los privados, que ahora son su lujo, cuando antes eran los hoteles.

No bebe, ni fuma, a menos que vea Camel sin filtro. Pide oler el tequila que bebo; “te suplico”, exclama, que a la siguiente solicite un mezcal; “huele duro”, justifica.

Sin mujer y con un hijo que no lo quiere bien (él tampoco), se ha rodeado de un servicio peculiar que lo mantiene atento a lo que pasa en la política y sobre todo al espionaje y las pintas de la guerra sucia que se avecina por el cambio de poderes, luego de las elecciones, “si llegamos”, aclara.

Con un camillero de rasgos indígenas acendrados, una enfermera (de entrada por salida, tres veces a la semana) y Pamela, quien hace el aseo los días que la enfermera no va; “no se pueden ver”, indica. Mi amigo el espía se auxilia y sobrevive en rutinas penosas, medios días buenos, tardes de mal humor y noches largas, aburridas y gloriosas.

Después de una temporada de 14 meses en la península de Yucatán, durante la cual pasó por Campeche, donde el gobernador le dejó operar “un asunto”; luego en Mérida estuvo “pendiente” de la instalación de un equipo para espiar el WhatsApp (“que por cierto todavía no me pagan”) y por Quintana Roo, donde “hasta a mí me tocó el batidero”, ahora está anclado en un departamento cerca del hospital y la clínica, en la capital del país.

El camillero lo mueve y le sirve de secretario. Le lleva los periódicos, recorta y pega en el corcho; también sabe de computación, lo conecta y escucha sus disertaciones. La enfermera lo cura, lo checa, lo limpia, le soba y a veces le lee y explica. “¿Sabes que en el auxilio, los primeros minutos son los fundamentales para regresar a la vida después de una crisis?”, pregunta.
Para comer, Pamela le cocina algún guiso o pide servicio a domicilio, la mayor de las veces. En ocasiones recurre a un restaurante, como lo hizo conmigo.

Gasta su pensión total en pagar los servicios, mientras sus ahorros se diluyen en paisajes que siempre vio en los ojos de sus amigos, que igual se apagaron.

Está seguro de que las elecciones serán “limpiezonas”, como siempre. Que la caballada está sobrada, “obesa”, y que todavía “no se sabe si va a haber o no carnita asada”, no olvidando su origen sonorense.

“Voy a votar por quien tenga idea de la inteligencia en seguridad del Estado”, afirma y se le agita la papada tanto como le brillan sus ojos vidriosos y húmedos de tanta tos provocada por fumar los Camel sin filtro que me roba.

Adusto por el tema que le apasiona, se niega rotundamente a darme detalles del sistema de inteligencia y espionaje yucateco. Se divierte de mi curiosidad y se carcajea hasta el espasmo cuando le digo que lo quiero publicar.

“¿Cómo crees? Eso no lo puedes hacer, no tienes nada, ni sabes nada. Si te digo la cifra de lo que cuesta vas a decir que es una barbaridad, cuando es nada en comparación a lo que sostiene. ¡Claro que no!”.

Ahora que, si no le pagan, lo pensaría, y volvió a reírse.
“Con eso no se juega”, reflexiona.

Bueno, lo publico después de tu muerte, le propongo.
Vete a la chingada, concluye.