Nido de víboras

Fernando de Ita
Foto: Infoqroo
La Jornada Maya

Jueves 15 de febrero, 2018

En la Biblia, Adán y Eva, origen de la humanidad, son expulsados del paraíso. Con el tiempo, el edén soñado se abrió de nuevo para sus descendientes en muy diversos lugares de la Tierra. Uno de ellos fue aterrizado en la costa noreste de la península de Yucatán, a siete kilómetros de Isla Mujeres. Ahí, el presidente Luis Echeverría decretó en 1974 la construcción de Kaan Kun, voz maya que se puede traducir como “nido de víboras”. Si esta figura quiso presagiar el destino de Cancún, dio en el blanco.

El primer reportaje sobre el Mayab que hice para el diario unomásuno fue sobre aquel “Centro Integralmente Planeado”, que junto al desarrollo turístico, diseñó el municipio Benito Juárez, orgullo de sus planeadores, pues era la primera vez que se levantaba un pueblo pensando en la multitud de albañiles y derivados que se encargarían de su construcción. En 1978-79 que hice el reportaje, ya estaban trazadas las calles principales y había un enjambre de casas en crudo que no cumplían con el paisaje de la ciudad moderna, amplia y con todos los servicios que pintaban los ingenieros que me acompañaron en el recorrido.

El brutal crecimiento de Cancún, que pasó de unos miles de habitantes en 1974 a los 700 mil pobladores en la actualidad, deterioró por completo el trazo racional de su fundación. Paradójicamente, el problema fue el éxito que tuvo el desarrollo turístico, porque el florecimiento económico llegó con los cuatro jinetes del apocalipsis mexicano: corrupción, impunidad, abuso de autoridad e incumplimiento de la ley. Acaso el rencor por aquella primera expulsión de la gracia divina nos convirtió en expertos demoledores de paraísos.

De nada sirve sangrar por la destrucción social, ecológica, cultural de la Rivera Maya. Quién llegó o nació ahí cuando ya todo estaba consumado, no tiene idea de lo que le arrebataron, y con el chip cerebral de la era digital, tal vez el paraíso sea el infierno en que se ha convertido una de las costas más bellas del mundo, más rica en pasado y ya condenada al por-venir, esto es, a los políticos de siempre, sean cual sea el color de su ganzúa.

Prefiero hacer una mínima reflexión sobre la génesis del derrumbe que es México. Con Luis Echeverría, el poder presidencial alcanzaba para subirse al avión imperial, volar sobre las coordenadas geográficas 21º09’38’’N 86º 50’51’’O y decir: “Ahí quiero el paraíso. A ver, José (López Portillo, secretario de Hacienda), encárgate del presupuesto”. Como en tiempos de Porfirio Díaz, el progreso era definido por el Hombre en el Poder. Digamos que fue sensato y ordenó una auténtica planeación del desarrollo turístico y urbano, pero en la derrama del presupuesto público, comenzó la distorsión del proyecto. En ese tiempo, los políticos del PRI se llevaban “solamente” el 10 por ciento del costo de la construcción, que comparado con los montos que han robado los gobernadores de Peña Nieto, es casi una cortesía.

Ya en su apogeo, Cancún fue el paraíso de la tranza, el despojo, el abuso inmobiliario, el incumplimiento de las normas de todo tipo. Se dieron los cacicazgos familiares que le cedieron el poder a políticos notables por su falta de ideas y exceso de costumbre. ¡Qué zoología ha gobernado este siglo al estado de Quintana Roo! Con tales personajes, no debe sorprendernos que el sexenio pasado haya sido jefe del Poder Ejecutivo un auténtico depredador del dinero público. Nadie con un mínimo de conciencia social, de obligación hacia el servicio público. Aquel Centro Integralmente Planeado para ser la plataforma de entrada al paraíso del caribe mexicano, se convirtió en otra imagen sangrienta de la crisis vital que sufre nuestra vida pública. Cuando el paraíso comienza a teñirse de sangre, es que se va a convertir en el averno.

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