de

del

José Luis Preciado
Foto: Fernando Eloy
La Jornada Maya

Lunes 5 de marzo, 2018

La gente rural pierde sus tierras por centavos. La avaricia y corrupción son de tal dimensión que las autoridades usan la ley para legalizar el despojo.

Quise saber un poco más y me atreví a preguntar, “¿así de fuerte, don Miguel?”

-“Sí, hace poco fui despojado de unos 35 mecates de tierra de un fundo legal, aquí en la comisaría. Era un buen pedazo que los demás compañeros del ejido decidieron vender, y eso está bien por ellos, pero yo no quería vender mi parte, así que discutiendo y toda la cosa nos fuimos a la asamblea. Llevaba al ejido encima, pero yo quería decirles que no estaba bien, que vender a ese precio era como decirle a nuestros viejos “aquí está lo que nos toca por todo aquello que peleaste, así que discutiendo y ganando enemigos llegamos al domingo de asamblea; yo sabía que la tenía perdida, pero usaría la voz para decir lo que pienso y listo; cobro los centavos que me están tirando y me voy a comprar cerveza y me los zampo; total, para eso alcanza esa porquería”.

Mientras don Miguel apuraba su cerveza, me acomodé en la silla y en tono casi aburrido me puse a escuchar, casi adivinar lo que don Miguel me iba a contar; siempre he pensado que no es bueno adelantar vísperas y menos aun suponer que eso sería todo; una asamblea que lo desplaza mediante el voto, que aquí sí cuenta. “¿Qué más pasó, don Miguel?”

Noté bien claro que se le humedecieron los ojos y tragó saliva. Aún así continuó: “No me va a creer; cuando el visitador federal contó los votos y vio que la mayoría quería vender, nos preguntó si alguien quería hacer uso de la palabra, así que yo levanté la mano y pedí que me lo pasaran. Detrás escuchaba el ruido, que iba creciendo, hasta convertirse en frases completas, insultos a mi persona; ya sabían lo que iba a decir y no les gustaba.

Respiré profundo, evité mirar a nadie a los ojos… Compañeros ejidatarios, comprendo su prisa por vender; sé que todos tenemos necesidades muy fuertes y que este dinero, aunque sea muy poco, comparado con el valor que tienen esas tierras por la zona donde están, pero me gustaría que hiciéramos un poco de memoria y recordemos a nuestros viejos, a sus abuelos, papás que lucharon y algunos hasta murieron peleando por estas tierras; las querían para trabajar y luego para heredar a sus hijos. Eso era por lo único que valía la pena luchar. Todos esos viejos fueron casi esclavos en esta hacienda; eran menos queridos que los perros y cuando ya no servían, los dejaban por allí tirados, como algo inútil. Bueno, pues por eso pelearon; nosotros creo que podemos conservar estas tierras y dejarlas a nuestros hijos. Esa será su única herencia”... En esta parte, don Miguel se quedó, callado, sacudió la cabeza y se pasó la mano toscamente por el rostro. Respeté su silencio, hasta que él mismo lo rompió y siguió contando.

“Dejé de hablar en el micrófono y alcé la vista para ver si me estaban entendiendo. Creo que cometí un error, porque al callar yo, otras voces se escucharon más fuertes; una de ellas, la oí bien clarito, la de mi compadre y cuñado José, desde atrás grito con fuerza: ¡coño Miguel, si tanto quieres tierra, que te den las del cementerio! Me fui poniendo rojo de coraje, la voz se me volvió ronca, y así, con el micrófono en la mano y casi rompiendo las bocinas le respondí: Y cuando se muera tu madre, ¿dónde la van enterrar?

Le digo que las palabras no se las lleva el viento. José es mi gran amigo, compadre, cuñado, y esa palabra me mató, me quitó el respirar y el mismo aliento. Ya no pude seguir, entregué el micrófono y me fui a la casa; a lo lejos escuchaba al visitador que anunciaba: La asamblea manda y aquí se respeta la mayoría, así que las tierras se venden a don Severiano.

“Llegué a la casa y me dice mi vieja:

“¿Qué te pasa, Miguel?

“No se pudo vieja, son mayoría, contra eso no se puede.

“Pero si lo sabias viejo”

“Sabía que esto pasaría, pero no estaba listo para escuchar a los vecinos decirme hasta de lo que me voy a morir, sólo por defenderme; bueno, hasta el compa José me recetó las tierras del cementerio. Me dolió mucho eso y ya dejé de luchar, contra eso de las mayorías, contra de tus amigos y vecinos, no se puede”.

“Pero allí no para todo eso -don Miguel siguió-

“Nunca me dieron nada de la parte que me tocaba; ni un peso y así pasó el tiempo, pero no la rabia. Mi esposa se preocupaba por como me veía, ya solo, sin amigos; si quería conversar con alguien me iba al pueblo vecino, allí si tengo amigos.

“La pobre me dijo un día, ya Miguel supera eso, te vas enfermar” - no, no puedo, no es tan fácil -le respondí- los veo a todos darme la espalda, sueño con matar a alguien, nada menos la otra vez, allí en medio del monte, le dije al señor ¡Dios mío, dame fuerzas para ver que caiga por lo menos uno de ellos y luego me llevas a mi!

“Miguel, por Dios, te va a llevar el diablo”

- ¿Así de fuerte es el coraje?

-Y mucho más. Le juro a usted por la vida de mis hijos que no soy ambicioso, que no me interesan los bienes terrenales o las fortunas malhabidas, ni las casas de lujo ni nada de eso. Sólo lucho y peleo por lo justo; yo comencé a trabajar desde los ocho años, aquí en esta hacienda. Yo no regateo nada que no me toque”.

Me dice que fue al gobierno, ¿qué le dijeron?

Don Miguel se levantó y alzando las manos se transformó en una especie de maniquí y con voz engolada respondió.

Lo sentimos, don Miguel, la asamblea manda. Está en la ley, ellos son mayoría, usted está solo.

-¿Oiga abogado y la justicia? ¿Y este papel firmado por el Presidente de la República? ¿Qué hago con él?... Me lo achoco por el culo.

[i]Mérida, Yucatán[/i]
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