de

del

Jhonny Brea
Foto: Rodrigo Díaz Guzmán
La Jornada Maya

Martes 6 de marzo, 2018

Ha de ser signo de los tiempos o en la península ya estamos invadidos. El pasado fin de semana me tocó ir a comprar un regalo, envolverlo y llevar al Kizín y La Cutusa a una fiesta infantil –ya saben, las labores propias de mi sexo– y el espectáculo me pareció de lo más raro.

Van a decir que es la edad, pero sí, soy de la generación a la que el plato de fiesta era un vaporcito de carne molida roja, al que se le pegaba el merengue del pastel, y un arrolladito, y el “show” era un fulano que llevaba un proyector de películas con varios carretes y una pantalla portátil. Por supuesto, había otros espectáculos como los títeres de Wilberth Herrera, el mago Denis, el Tío Salim, Pepillín o El Oso Yogui, la primera botarga que hubo en Yucatán.

El caso es que ahora veo que lo citan a uno a la hora del show. Éste suele ser de botargas temáticas, según el programa de televisión o película de Disney de moda que le guste al festejado, y el micrófono queda en manos de un conductor importado, o al menos todos los que he visto tienen un acendrado acento tepiteño, cuya voz resuena por una bocina. No sé por qué los expats y en general todo yucateco que se precie de serlo no los denuncia por contaminación auditiva, porque suelen ser peores que ciertos bares.

En fin, mi tribu y yo llegamos, hicimos los saludos y caravanas que la ocasión amerita, y ahí vino la advertencia de parte de la mamá: “Ojalá que les guste el show. Va a ser incluyente”… Mientras no incluya que yo me pare al centro a hacer el ridículo, todo va a estar bien, pensé para mis adentros y le comenté a La Xtabay, ya en la mesa y con el primer vaso de agua mineral en la mano.

A todas estas, han de saber que la dieta de auditor del SAT que me aplica La Xtabay desde que empezó el año sigue en pie. Por supuesto que si se alinean los astros –esto es, que coincida el hambre con la oportunidad y suficientes fondos en la cartera, lo cual ocurre cada luna azul– me desayuno en el mercado algo que de verdad tenga sabor y sustancia, pero mayormente, en lugar de comer, me toca rumiar hierbas, y por supuesto, los refrescos están prohibidos.

“Jhonny, tienes que estar al tanto de que los tiempos cambian. Lo más seguro es que quieran que los niños convivan, se integren y estén contentos”, intentó suavizar mi dulce tormento, pero la repentina reverberación producida por un micrófono demasiado cerca de una bocina nos obligó a callar, y sirvió de anuncio para el inicio del show.

-“Que vengan todos los niños y todas las niñas a la pista” –clamó la animadora, a lo que la horda de rapaces respondió dirigiéndose en tropel al punto referido, mientras yurstruli, como buen macho omega grasa en pecho, espalda peluda, nalga post Rafaelita, abdomen de lavadora y bebedor de cerveza light, me dispuse a gustar del espectáculo y preparar la credencial del INE, llaves, un zapato y revisar si sobrevivía algún billete en la cartera, por aquello de todo lo que piden los “animadores”.

-“Niñas y niños, les quiero presentar a dos bellísimas princesas. Miren qué bonitos vestidos traen; una vive con una bestia, y la otra le cocina a siete enanitos”, siguió la del micrófono, mientras La Cutusa viraba a verme con cara de “¿no eran más interesantes sus vidas’”. Mientras, la animadora hizo que los niños se fueran con Blanca Nieves y las niñas con Bella, cosa que aprovechó mi nena para escabullirse. “Suena a guerra de sexos”, me dijo ya en la mesa.

En efecto, la de los alaridos organizó un partido de futbol con un tablero. Gol gana, y las niñas ganaron dos partidos consecutivos en menos de lo que sube el precio de la gasolina, pero luego de identificar a un par de compañeros del Kizín, algo se me hizo sospechoso, pues pese a las derrotas consecutivas, estaban más que sonrientes, y no era porque el show se había terminado y les tocaron premios por participar.

Después de Las mañanitas (insisto, es signo de la invasión cultural), le pregunté al Kizín qué había pasado, pues sus cuates son de lo más competititvos.

-“Es que a Regina y Camilo se gustan pero no se dicen nada, así que los nombramos capitanes y apostamos que el perdiera iba a sentarse a la mesa del otro y nadie los iba a interrumpir hasta después de la comida”, fue la versión de mi engendro. Y en efecto, los rapaces en cuestión ya estaban rompiendo el hielo.

Al final, la fiestecita fue incluyente. Fe en la infancia restaurada.

[b]Macho omega que se respeta[/b]

A la domadora se le pide que compre una red para lavadora, para poner en ella calzones, brasieres, pantimedias y mallas. De la alegría que consideres su ropa delicada, ella misma va a pagar, y así te libras de asolearte un rato en la batea.

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