Gabriel Graniel Herrera
La Jornada Maya

Ciudad del Carmen, Campeche
Jueves 8 de marzo, 2018

“Fui vendida, violada, agredida física y sexualmente, pero tuve que superarme, empoderarme por mi hija. Ella me dio la fuerza para hacerlo”, expresa Lucía, una mujer de 42 años, oriunda de la comunidad San José La Esperanza, en el municipio de Las Margaritas, en el centro – oriente de Chiapas.

Hoy se desempeña como secretaria en una oficina del gobierno federal, en el municipio de Carmen, Campeche, donde vive con su hija de 25 años de edad, que cursa una ingeniería en la Universidad Tecnológica de Campeche.

Guardó silencio por años, “por la manera en que nos juzga la sociedad, que no comprende los usos y costumbres de algunas comunidades indígenas en estados como Chiapas, en donde las mujeres valen menos que un animal. Una vaca o un toro tienen un valor más alto que ellas”.

[b]Es vendida a un ganadero[/b]

Lucía fue la menor de tres hermanos. Don Hermelindo y la señora Trinidad la vendieron, a los 13 años, a un ganadero de nombre Joaquín, que ya había comprado a dos niñas de la misma localidad, de quienes no volvieron a saber nada.

“Don Joaquín llegó al pueblo con un remolque, en el que llevaba dos vacas, las cuales las ofreció a mi padre a cambio de mí, por lo que mi madre me pidió que guardara mis pocas cosas en una bolsa, porque me iba a ir con este hombre”, narra a [i]La Jornada Maya[/i].

Don Joaquín era un hombre gordo y de estatura mediana, quien la subió a su camioneta y la condujo hasta su rancho en Macuspana, donde la entregó a un grupo de mujeres que la bañaron, le dieron ropa y “me prepararon para él".

“A partir de esa noche fui violada por este hombre, a quien poco lo importaron mis gritos de dolor y nadie me quiso ayudar”, puntualiza.

[b]Llegan los golpes[/b]

Con lágrimas en los ojos, Lucía recuerda que su “dueño” impedía que tuviera comunicación con hombres del rancho, por lo que debía permanecer en la “casa grande” todo el día.

“Fue Martina, una mujer de edad avanzada, quien me enseñó a leer y escribir, gracias a quien tuve la oportunidad de crecer, tiempo más tarde”, comenta.

Los golpes eran frecuentes, por cualquier motivo, principalmente cuando llegaba borracho y exigía “que le cumpliera como mujer”, más aún, cuando pedía permiso para salir.

Las mujeres que la cuidaban se encargaban de darle anticonceptivos, pero a los 16 años resultó embarazada, ante lo cual los golpes no cedieron, ni cambió el tratamiento.

“Un día don Joaquín se llevó a la niña y cuando regresó, me entregó un papel, que luego sabría que era el acta de nacimiento de mi hija. La había registrado como si yo fuera madre soltera, no la reconoció como hija de él”, expone.

[b]¿Soy libre?[/b]

Cansada de la vida de encierro y las continuas vejaciones, Lucía se armó de valor y dos años más tarde logró escapar de la casa grande, llevando consigo dinero que robó de la cartera de don Joaquín y otras cosas de valor.

“Durante más de dos días caminé; iba de un lado a otro, dormía en los parques, en las iglesias, en donde podía, hasta que me encontré con doña Lupita, una mujer de buen corazón que me cobijó y me ayudó a quedarme en su casa”, detalla.

Con el apoyo de Lupita, Lucía comienza a trabajar en una fonda, donde lavaba trastes y hacía limpieza, para ganarse un raquítico sueldo que le permitía comprar lo necesario para su hija.

La muerte del propietario de la fonda, la obligó a buscar un empleo, sin lograrlo por espacio de más de cuatro meses, lo que provocó que escasearan las cosas para su hija.

Por entonces conoció a Fernando, un joven que le ofreció hacerla artista, ganando lo suficiente para darle a su hija lo que necesitara. Para ello, debía viajar hasta Ciudad del Carmen.

Financiada por Fernando, Lucía llegó a Ciudad del Carmen, donde inmediatamente fue llevada a un bar, en donde su “patrocinador” recibió su pago por la “mercancía” y le explicaron que su trabajo consistiría en “bailar mientras se desnudaba y ser muy complaciente con los clientes.

“La necesidad de darle a mi hija lo necesario y no conocer a nadie en este lugar, me llevó a prostituirme, en una época en la que industria petrolera generaba buenos ingresos para todos”, subraya.

[b]Comienza su empoderamiento[/b]

Sin embargo, Lucía veía crecer a su hija en un ambiente que no le agradaba para su futuro, por lo que siempre pensaba superar esta etapa algún día. Orientada y auxiliada por doña Carmita, una mujer que cuidaba a su niña y siempre la exhortaba a dejar ese tipo de vida, comenzó a estudiar en el Instituto Nacional de Educación para los Adultos (INEA), donde cursó la primaria y la secundaria.

Meses más tarde se enteró de una beca que se otorgaba a través del Servicio Estatal de Empleo, para quienes desearan estudiar para auxiliar administrativo y computación, recibiendo un apoyo económico y el servicio de seguridad social, por lo que decidió dejar su anterior empleo.

“Es así como una de las compañeras del curso me comenta de una convocatoria para trabajar en una oficina del gobierno federal en Carmen, por lo que al asistir presenté todos los exámenes que se me pusieron, logrando ser contratada como suplente y hasta hace tres años logré mi base como secretaria”, detalla.

[b]Aún venden niñas[/b]

Lucía afirma que hace un año, visitó a su familia en San José La Esperanza, donde pudo percatarse que la práctica de venta de niñas y adolescentes aún persiste, sin que las autoridades hagan nada por impedirlo.

Explica que una mujer es vendida por 4 mil y hasta 15 mil pesos, según la edad, la figura y otros factores, aunque también hay quienes aceptan ganado y otros equipos por ellas.

“Doy gracias a Dios el haber podido salir de ahí, de poder darle a mi hija una mejor vida. Creo que valió la pena todo el sufrimiento que pasé, cuando la veo superándose, y sé que pronto será una profesionista”, concluye.


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