Eduardo De Luna
Foto: Infoqroo
La Jornada Maya

Playa del Carmen, Quintana Roo
Miércoles 21 de marzo, 2018

En memoria de Rosa Aída

Amanece y Rosita sale de su cuarto todos los días a darle un beso en la frente a su mamá. “Hola mami, te quiero mucho, qué bonito día es hoy”, exclama la joven de 20 años, mientras recibe la mirada amorosa de su madre quien le anima a lavarse las manos y cara antes de desayunar. “Mamá, ¿hoy es un día muy bonito, verdad?”, “Sí hija, es el más bonito porque sonríes hermosamente”, responde Mercedes, quien mira con gracia que su hija repita frases parecidas durante el día, “ay, mi niña, tanto que ha pasado y sigue siendo un sol”, reflexiona mientras sirve el desayuno a su hija.

Rosita es hija de un ingeniero industrial, de carácter fuerte y desde su nacimiento, los cuidados por su condición de síndrome de Down han recaído en su madre, quien con apoyo de su esposo e hijos, han procurado brindarle a la joven todas las atenciones y cuidados que requiera. “Entendimos que es una persona especial y desde que lo asumimos, nuestra vida cambió. Es tan grato cuando entiendes que tu hija sólo puede dar amor porque es el único lenguaje que conoce; cada vez que la veo sin que ella se dé cuenta, mi corazón se oprime pero no de tristeza, sino porque veo en cada acción de ella, cada juego o cada canción que canta, un acto de amor”, platica Mercedes por teléfono a su hermana quien vive en otra ciudad. “Hoy iremos al festival de la primavera, también es el día del síndrome de Down así que todos en el taller protegido estaremos celebrando”.

Para Rosita la vida diaria no es tan simple, pues cada suceso nuevo es un poco complicado de asimilar, pero sí tiene muy claro lo que le gusta: “Me gusta mucho nadar, siempre quiero ir a la alberca; también me gusta escuchar la música de Luis Miguel y las fiestas, me gusta mucho bailar con mi sobrino, es muy bueno conmigo, me hace reír y todos mis primos son geniales”, platica la joven con su sicóloga antes de la fiesta.

En el taller protegido al que acude, jóvenes como ella aprenden a hacer trabajos para ayudar a su familia, carpintería, serigrafía, clases de idioma, manualidades y otras cosas que integran a los niños y jóvenes que padecen de este trastorno genético, ocasionado cuando una división celular anormal produce material genético adicional del cromosoma 21 lo que ocasiona que compartan características físicas similares, retraso en el desarrollo y discapacidad intelectual.

En la fiesta, Rosita saluda a sus compañeros, quienes la reciben con gusto porque ella es de las más avanzadas, puede expresarse muy bien y los ayuda cuando quieren algo y las terapeutas no entienden. Es “mandona” también porque entiende que sus compañeros no puedan comunicarse. El lugar donde se celebra la reunión para festejar la primavera y el día internacional del síndrome de Down no es lujoso, pero está decorado con mucho esmero por las sicólogas y terapeutas que ayudan a estos niños a integrarse a la sociedad,

A Rosita le gusta comer dulces, pero los tiene prohibidos por una prediabetes diagnosticada, común en las personas con esta afectación genética por lo que sus padres ponen mucha atención en lo que come en las fiestas como hoy.

Por la noche, después de bailar y cantar muchas canciones, Rosita se dispone a dormir, rezando junto a su madre y dando gracias por un día más, de esperanza, de alegría por haber pasado una jornada que tiene a la joven contenta y agotada. Antes de pararse, posterior a las oraciones, Rosita le comenta a su madre Mercedes sin abrir los ojos, como si todavía estuviera rezando: “Mami, ¿verdad que hoy fue un día lindo?”.


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