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del

José Ramón Enríquez
Foto: Tomada de la web
La Jornada Maya

Miércoles 11 de abril, 2018

La desaparición de un mínimo análisis de la política que cedió su lugar a la producción de fáciles reduccionismos en el pensamiento mexicano, corrió al parejo del crecimiento espectacular de dos individuos, opositores por naturaleza, que supieron llegar a la emoción del pueblo sin exigirle haber leído con fervor la encíclica Rerum novarum de León XIII ni haber cursado un seminario sobre El Capital de Marx en ninguna escuela de cuadros.

Cuando lanzó, en vivo y a todo color, su “¡Hoy, hoy, hoy!” (contra toda razón, a causa de la imposibilidad de hacer esa noche un debate) pensé que Vicente Fox se había suicidado y que mi candidato Cuauhtémoc Cárdenas había ganado. Pero fue precisamente lo contrario. Años después, cuando el mismo Vicente Fox ordenó el desafuero de Andrés Manuel López Obrador para luego dar la contraorden, comprendí que cualquier análisis salía sobrando (es más, la inteligencia había sido desterrada de la polis foxista) y que esos dos hombres habrían de atizar las incertidumbres sociales sin ofrecer, fuera de sus propias voluntades, ningún programa más o menos racional para reformar las cosas o para transformar las estructuras.

Ahí comenzó el momento de los reduccionismos movilizadores. A Vicente Fox le funcionaron sus terquedades dadaístas para llegar al poder, pero lo desnudó precisamente haberlo asumido. A López Obrador no le funcionó su “¡Cállate chachalaca!” para llegar a la silla grande pero, en cambio, gracias a no haber llegado al poder pudo forjar un gran movimiento (si bien lleno de contradicciones, lo mismo entre sus colaboradores como entre sus eslóganes) en el cual no llamó a debatir, sólo a creerle. Algunos piensan que ha llegado la hora de que tome el poder para quemarse en él, como le ocurrió a Fox, o para demostrar que tenía razón.

Creo que gane quien gane, en nuestro terruño es hora de recuperar los rigores del análisis serio, mientras nos cubrimos, pecho a tierra, de balaceras verdaderas y de mentiras publicitarias que hoy se llaman “las posverdades”.

Hay una interesante bibliografía que da elementos para un debate que necesitamos recuperar con urgencia, sobre todo en las izquierdas. Yo propongo un libro que considero imprescindible para ubicar eso que se ha llamado lo mexicano, y situarlo en el fenómeno global del Siglo XXI. Me refiero a La democracia fragmentada, de Roger Bartra, del cual he tomado el título de esta nota porque Bartra, al referirse a “las formas más alarmantes de la derecha”, señala que “el nacionalismo reaccionario [de Trump] ha fortalecido el eje mundial de la estupidez política”.

No se trata sólo de un problema específico en un país lastrado por el autoritarismo y la demagogia del priato. Hay que ver La fragmentación de la democracia, como propone Bartra, en su muy amplia y honda dimensión global.

Ya caído el muro del socialismo real y en una ingente búsqueda democrática, afirma Bartra que “cuando exploramos nuestro entorno se perciben todavía añoranzas, pues no acabamos de entender la nueva realidad” y ofrece “sondeos y reflexiones sobre el enigma que es todavía el siglo XXI. Han surgido nuevos despotismos que parecen indescifrables. Las grandes potencias parecen estar en transición, pero no sabemos hacia dónde se dirigen”.

Reflexionar sobre ello, más allá del reduccionismo, es vital en esta hora.

Mérida, Yucatán

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