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Óscar Muñoz
Foto: Rodrigo Díaz Guzmán
La Jornada Maya

Martes 24 de abril, 2018

En la actualidad hay varios museos que han modificado sus funciones originales con el propósito de mejorarlas, por una parte, y de orientarlas hacia la educación, por otra. Lamentablemente esta situación, que sucede en la mayoría de los museos del mundo, principalmente en Europa, no está ocurriendo en los museos de Yucatán. La excepción podría estar en el museo de antropología Palacio Cantón, aunque una exclusión parcial, ya que aún faltan precisiones en su orientación educativa.

En cuanto a las modificaciones que los museos hacen en sus funciones originales, destaca aquella que apunta a la necesidad de generar un discurso a través de las exposiciones que montan en sus salas. Este discurso ha sido fundamental para que el público pueda leer cierta narrativa, que podría estar a través de la museografía diseñada. Aunque algunos museos, además del discurso armado mediante la secuencia de los artefactos expuestos, acompañan la exhibición con textos que permiten conocer los objetos en tres dimensiones: a) la superficial, aquella que es posible leer durante el recorrido de las salas; b) la profunda, aquella que da cuenta del origen histórico de los objetos expuestos o su paso por el tiempo, y c) la proyectiva, aquella que permite detectar el valor sociocultural, socio histórico o de índole filosófico, y su repercusión en la formación crítica y creativa del espectador.

El discurso que los museos han comenzado a diseñar en sus salas tiene un sentido necesariamente narrativo para que los visitantes tengan la oportunidad de leer sin dificultad todo aquello que fue posible extraer de los objetos exhibidos, con una orientación estrictamente educativa. Si bien, desde la adquisición de objetos valiosos obtenidos de colecciones reales en los siglos XVI, XVII y XVIII, los museos han mantenido latente una vocación educativa.

Pero, a pesar de ello, el concepto de museo como recurso didáctico, y consecuentemente como un organismo al servicio público que incluye actividades formativas, culturales, artísticas, científicas y tecnológicas y publicaciones, ha tardado cientos de años en configurarse como tal. Durante el Siglo de las Luces, los museos obtienen un enfoque ciertamente científico, en los cuales fue posible ordenar y clasificar las colecciones a manera de enciclopedia. Además, en el siglo XVIII, surgió el concepto de museo público, por lo que generó una aspiración legítima de adquirir un valor educativo y difundió la idea de que las exposiciones, que habían beneficiado a unos cuantos, serían ofrecidas a todos los ciudadanos.

En esta época enciclopedista, uno de los primeros museos públicos, el Louvre, abrió sus puertas en 1793, en el momento en que surgió como derecho civil tener acceso a los tesoros públicos. Sin embargo, a pesar de esta disposición por la República, el Louvre encaró una contradicción en sus funciones como espacio de conservación, es decir, se encontró entre el acceso público y el elitismo artístico, un aspecto típico de los museos modernos.

Precisamente en estos museos del siglo XVIII, la educación estaba limitada a la sola exposición de obras y objetos en sus salas, y no existía ninguna actividad adicional que tuviera un intento de aclarar o interpretar las exhibiciones. Esta noción restringida de educación museística se mantuvo hasta el comienzo del siglo XX en la mayoría de los museos. Y no fue sino hasta la llegada del siglo XX, principalmente en Estados Unidos y en Gran Bretaña, que la concepción de educación museística incluyó actividades de instrucción, eventos culturales y publicaciones informativas.

Este tipo de actividades son las que en la actualidad mantienen vivas los museos de Yucatán, creyendo que con ellas cumplen la función educativa que deben ofrecer al público. Es lamentable que, de acuerdo con lo exhibido en este panorama histórico de la incorporación de la educación en los museos, los espacios de exposición que hay en Yucatán no cuenten con auténticas actividades formativas para todos, pasando desde los más chicos hasta los más grandes. Y más preocupante aún, que en los museos del estado no exista la necesidad de transformarlos en espacios educativos, y de esta forma contribuir en el mejoramiento de los individuos y de la sociedad en su conjunto.

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