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José Juan Cervera
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La Jornada Maya

Miércoles 9 de mayo, 2018

La riqueza y la diversificación del pensamiento de Karl Marx mantienen fresco su potencial explicativo, de modo tal que sólo burdas resistencias ideológicas pueden negarlo. Bien se sabe que en el terreno de la estética, sus ideas no crearon un cuerpo tan compacto como el que alcanzó en otras áreas del conocimiento, y sin embargo marcaron atajos para una reflexión equilibrada de los procesos artísticos.

Las obras que estudian o comentan la relación de Marx con el análisis de los valores estéticos suelen situar, como línea de aproximación a la materia, la propia experiencia del filósofo como autor literario, durante los tiempos juveniles en que escribió poemas románticos, distribuidos en tres cuadernos que dedicó a su amada Jenny, tal como lo relata Franz Mehring en su excelente biografía Marx. Historia de su vida. No pasó mucho tiempo para que el hombre de Tréveris desdeñara estos versos, que Mehring califica como “los primeros caminos extraviados” en los que habría de discurrir su talento, del que dio muestra inobjetable en sus estudios científicos, siempre investidos de una palabra ágil y atrayente.

También se han ocupado de este tema David Riazánov, Marcel Ollivier, Roger Garaudy, J. M. Gorkin, Adolfo Sánchez Vázquez y Mijaíl Lifshitz, entre otros. Este último ofrece un detallado examen del asunto en su libro La filosofía del arte de Karl Marx, que atiende sus conceptos primerizos al respecto comparándolos con los de su etapa de maduración intelectual, y alude también a las lecturas que formaron su criterio artístico y su juicio de la historia, ya que incursionó con deleite en las páginas de Homero, Esquilo, Sófocles, Ovidio, Tácito, Shakespeare y Diderot, por mencionar sólo a algunas plumas de gran calidad; así nutrió la vasta cultura de que dio cuenta en el conjunto de su obra. Un aspecto metodológico que es útil destacar del pensador alemán concierne a los extractos que acostumbraba tomar de los libros en que encontró valiosas claves de interpretación, allanando su trayecto teórico.

La adhesión temprana de Marx a la escuela hegeliana lo llevó a estudiar la filosofía de Epicuro y las implicaciones sociales del arte griego, con particular énfasis en las analogías que descubre entre las concepciones políticas de la antigüedad y la representación de los dioses helenos. Su distanciamiento de la influencia directa de Hegel se manifestará con claridad en obras como La ideología alemana, en que se solaza polemizando con los discípulos del teórico de la progresión idealista de la historia.

Varios años antes de que Marx desarrollara su concepto del fetichismo de la mercancía, ya contrastaba algunos rasgos notables entre la religión y el arte. Afirmó que en muchos pueblos se advierte la personificación de la divinidad al representarla en objetos extraídos de la naturaleza, los cuales denotan el apego sensorial a la imagen atribuida a las fuerzas metafísicas que hacen encarnar en ellos. En cambio, en las formas artísticas –y en este punto el fundador del marxismo toma de nuevo como referencia el arte griego– emerge el flujo creador de la sensibilidad humana de un modo desinteresado, gozoso y pleno.

La interpretación materialista de la historia enfoca el desarrollo de las fuerzas productivas señalando cambios en las relaciones sociales, tendencias que repercuten en la posición que el arte ocupa en ellas. Su florecimiento en el mundo antiguo lo hizo posible el marco institucional de la esclavitud, que avalaba lazos directos con el amo y se asociaba con una producción sustentada en algún tipo de pequeña propiedad. Cuando en fases más recientes la acumulación de capital hace del valor de cambio el factor dominante, las potencias creadoras se ven constreñidas por la circulación del dinero, que todo lo subordina y despersonaliza. Sin embargo, las formas clásicas siguen produciendo placer estético en un contexto que ya no es el suyo.

La correspondencia de Marx con Engels, con Lasalle y con otros personajes expone varias apreciaciones sobre sus postulados estéticos; de igual manera, numerosos pasajes biográficos muestran sus vínculos de amistad con poetas como Heine, y la admiración que suscitó en él la obra de Cervantes y de Balzac.

La agudeza de su espíritu crítico, su indeclinable vocación científica y el rigor que anidó en sus juicios constituyen un legado excepcional que atañe a toda la humanidad.

Mijaíl Lifshitz, La filosofía del arte de Karl Marx. México, Ediciones Era, 1981. Serie Popular Era núm. 76, 182 pp.

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