de

del

Armando René Domínguez*
Foto: Rodrigo Díaz Guzmán
La Jornada Maya

Miércoles 23 de mayo, 2018

Llegué tres minutos antes del tiempo que me indicaba la aplicación. A las seis de la mañana los traslados son más rápidos y seguros a cualquier rumbo de la ciudad. No esperé demasiado cuando los vi salir de una casa, aparentemente abandonada y semiderruida en el fraccionamiento Francisco de Montejo, al norte de Mérida. Alexis era moreno, fornido, de aproximadamente 20 años; su corta estatura contrastaba con la de Conchi, que era demasiado alta, malencarada y con un visible sobrepeso. Su desaliñada figura aparentaba el doble edad que Alexis. Lo acompañó hasta la puerta del coche. Antes de subir, Conchi intentó besarlo, Alexis se resistió. De inmediato se acomodó en el asiento del copiloto. Más que apenado, se veía contrariado y molesto con la actitud controladora de Conchi. Le dio un celular y en tono de amenaza le dijo que se bañara y la esperara para desayunar.

-"Buenos días, ¿me voy con la aplicación o tienes alguna ruta?", le dije.

-No sé, no conozco por aquí pero voy pa´l centro. Ella siempre pide el Uber.

Su actitud evasiva y de desconfianza despertaron mi curiosidad. No tardé en iniciar la conversación. Lo intento en cada servicio, para hacer menos tedioso el viaje. Casi siempre me resulta.
Al principio fue parco en sus respuestas.

-¿Quieres que prenda el aire?
-Así está bien
-¿Me voy por la 60 o cruzo por Chuburná?
-Por donde llegue más rápido.

Despuntaba el día. El movimiento citadino incrementaba poco a poco. A través de la ventana, la mirada de Alexis se perdía en el horizonte. Conforme nos alejabamos, se sintió en confianza y comenzó a hablar.

-"¿Usté es de acá?", preguntó.
-"No, soy del DeFectuoso, pero vivo en Mérida desde hace dos años. Y tú, ¿tampoco eres de aquí verdad?"

Sonrió al escuchar mi respuesta. Bostezó y se acomodó con la intención de dormir. No se lo permití y seguí preguntando.

Alexis es hondureño, de San Pedro Sula. Con la ayuda de familiares y amigos cercanos abandonó su tierra, después de herir con un picahielo a un pandillero de su barrio. Durante varios días, a veces a pie a veces de aventón, llegó a Coatepeque, Guatemala. Junto con otros centroamericanos que encontró en el camino, cruzó el Río Suchiate y se internó en territorio mexicano. No recuerda con certeza cuantos días le llevó llegar hasta donde está ahora. Me mostró una cicatriz debajo de la barbilla. Me dijo que se la hicieron con un pedazo de botella de vidrio, “unos cabrones”, porque se negó a darles lo que traía. Finalmente se lo quitaron.

“La verdad no sabía pa’ donde jalar. Desde muy chavo escuché que todos decían pa’ México y que pa’ México y, pus me vine. Mi vieja me dijo que si jalaba pa’ acá buscara a una hermana suya que vive en Veracruz. Tenía que irme del barrio, papi, si no me iban a matar”.

Desde que apareció en la pantalla “iniciar viaje”, el celular que le dio Conchi sonó varias veces. En cada llamada me pedía con señas que guardara silencio. “Todo bien sí, yo te aviso cuando llegue. Me dice el don que ya estamos cerca. Sí, yo te aviso”, contestó y cortó la llamada.

De vez en cuando Alexis me preguntaba sobre mi nueva vida en Mérida. No me negué al diálogo; contestaba y conducía.

Mal dormido y mal comido llegó a Tapachula. Esa noche lo asaltaron y le quitaron el poco dinero que traía, además de una mochila con ropa y los tenis viejos que calzaba. Ahí conoció a Roger, un camionero que lleva con regularidad plátano y otras mercancías al mercado de abasto de Oxkutzcab. Le ofreció trabajo como “machetero”. No lo pensó y aceptó.

“Yo estaba con otros tres cuates, eran de El Salvador. A todos nos ofreció chamba, ellos no quisieron porque su plan era jalar pa’ Estados Unidos”, recuerda.

Su llegada a Mérida fue fortuita. Una vez que descargaron en Oxkutzcab, les salió una entrega de chile habanero al mercado de Progreso. No llegaron al puerto, el camión se descompuso a la entrada Mérida. Pasaron la noche en la ciudad. Roger le invitó unas chevas en una cantina del centro. Ahí conoció a Conchi. Ésta le ofreció trabajo como velador, comida y estancia en el mismo hotel, propiedad de un tío.

“La verdad ni lo pensé, le dije que sí. Me dijo que ella me ayudaría a llegar a Veracruz y encontrarme con mi tía, primero Dios”, abundó. “Mi cagazón fue soltarle toda la sopa. Ahora no me la quito de encima a la vieja, papi”.

Cada tercer día y una vez que termina su turno nocturno en el hotel, Conchi le pide Uber a Alexis para que lo lleve a su casa. Pasan la noche juntos. Al amanecer y una vez cumplido con su cometido, Conchi le pide otro Uber para que lo regresé al centro.

“A mí la verdad ni se me antoja la señora, pero tengo que cogérmela, papi”, me dijo.

“Dice que hay una oficina de migración aquí, que conoce gente que a las primeras de cambio me echan pa’ fuera de México, si no le cumplo. La verdad a mí sí me da miedo. Y más de regresar a San Pedro, papi”, remató, visiblemente asustado.

Desde hace cuatro meses y días que llegó Alexis a Mérida. Bajo la amenaza de que si se niega a tener sexo con Conchi será deportado, tiene como obligación “cogersela” en contra de su voluntad.

“Yo no puedo salir del hotel para nada papi, me llevan de comer, ahí me baño, ahí todo. Dice la señora que me tiene vigilado. Cuando salgo, es con ella o con alguien que ella misma manda”.

A punto de llegar a su destino, me confió que no sabe de su familia desde que huyó de San Pedro Sula. Que no tiene forma de comunicarse con ellos; por lo menos para que sepan que esta con vida. No sabe cuánto tiempo permanecerá en Mérida, ni tampoco si podrá seguir su camino a Veracruz para buscar a su tía. Lo único que tiene claro es que no regresará a su país. Sonó el celular una vez más.

“Ya estoy aquí. Sí, ahorita lo hago”, respondió y cortó la llamada por última vez.

Antes de bajarse y visiblemente conmovido, Alexis agradeció que lo haya escuchado. A prisa cruzó el Parque de San Juan y se perdió entre la gente.

Alexis es uno más de los inmigrantes centroamericanos que llegan a nuestro país, la mayoría con destino y objetivos concretos: los Estados Unidos. Muy pocos lo logran, otros más mueren en el camino o son reclutados y obligados a formar parte del crimen organizado. Alexis, hasta el momento no. Él huyó de su tierra por su seguridad. Se lamenta del momento que está pasando al lado de Conchi, pero también agradece que le haya dado trabajo y un lugar donde dormir. Sigue en espera de que ella lo ayude a llegar a Veracruz con su tía, como se lo prometió.

*Reportero jubilado por la UNAM en la fuente de cultura. Actualmente asisto a la Escuela de Escritores "Leopoldo Peniche Vallado"; también soy socio-conductor de Uber, en donde a través del relato y la crónica periodistica plasmo lo que cada cliente me platica.

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