de

del

Rubén Torres Martínez
Francisco J. Hernández y Puente
Foto: Especial
La Jornada Maya

Viernes 1 de junio, 2018

En 1988 surgió en México una extraña pero extraordianria coalición de fuerzas progresistas y de “izquierda” que acompañaron a Cuauhtémoc Cárdenas en su candidatura: el Frente Democrático Nacional. Esa variopinta agrupación política tenía la peculiaridad de, por primera vez en la historia del país, aglutinar a la mayoría de la mal llamada “izquierda mexicana”. Unos, como Cárdenas y Muñoz Ledo, provenían del mismo PRI, pero la gran mayoría de los militantes de esa nueva agrupación tenían su origen en diferentes fuerzas que durante muchos años, --algunos durante décadas-- habían luchado, incluso en la clandestinidad, por la democratización del país.

Los trokistas del Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT), los militantes del Partido Mexicano de los Trabajadores (PMT) que encabezaba el ingeniero Heberto Castillo, y los del Partido Comunista Mexicano (PCM), recién convertido en Partido Socialista Unificado de México (PSUM), que en alianza con el PMT habían constituido el Partido Socialista Mexicano (PMS). Había también gente con origen en el maoismo y de los sindicatos democráticos como los electricistas de la Tendencia Democrática del SUTERM, del movimiento social, y aunque minoritaria estaba presente la incipiente sociedad civil, incluso ex guerrilleros se sumaron al proyecto cardenistas que desembocó en mayo de 1989 en la fundación del Partido de la Revolución Democrática (PRD). Se habló entonces del nacimiento del primer partido político de izquierda en México, fragmentada pero no fracturada.

Si bien se trataba de distintas corrientes, podemos afirmar que la galaxia que dio nacimiento al PRD coincidía en puntos ideológicamente neurálgicos para cualquier partido político que se precie de serlo. Valores como la igualdad, la justicia social, la equidad de género, la soberanía nacional y la paz, estuvieron presentes en su declaración de principios. Los socialistas, comunistas, nacionalistas, troskistas, maoistas, entre muchos más que se adhirieron al PRD aceptaron ir juntos bajo la imagen del líder carismático Cuauhtémoc Cárdenas, pero dejando en claro sus diferencias tanto con el PRI como con el PAN, que a partir de entonces se embarcaban en un proyecto de nación neoliberal.

El sexenio salinista fue duro y crítico para el PRD y durante esos seis años cobró la vida a más de 400 militantes. Vinieron entonces los años del zedillismo donde el PRD, a pesar y gracias a sus pugnas internas, parecía incorporarse al proceso de institucionalización democrática del país; lo anterior incluso le valió distanciamiento de los simpatizantes del EZLN que en 1994 se había levantado en Chiapas. Así fue como las primeras victorias llegaron hasta 1997 bajo la dirección del líder Cárdenas y del ya entonces emergente Andrés Manuel López Obrador como presidente del partido. Se comenzó a hablar de nuevos tiempos para la capital del país y pronto la ciudadanía chilanga entró en comunión con sus nuevos gobernantes. Siguieron Zacatecas, Michoacán, Baja California Sur…

Para la capital del país los gobiernos sucesivos de Cárdenas, Robles, AMLO, Encinas, Ebrard y Mancera, fueron de altibajos, escándalos de corrupción, crisis políticas, choques con actores como la Iglesia católica y el empresariado, y hasta desencuentros con la sociedad civil, pero siempre guardando la imagen de ser un gobierno progresista y de izquierda. Eso hoy no existe más para el PRD.

El PAN y el PRI, por su lado, han tenido la precaución de cuidar la formación de sus cuadros y futuros dirigentes. Si algo debemos reconocerle al partido de Gómez Morín es que goza con una excelente escuela de cuadros en la Fundación Rafael Preciado Hernández; el PRI por su parte, cuenta con su ICADEP; el PRD en cambio, nunca se ocupó realmente de crear una verdadera escuela de cuadros; se limitaron a conferencias y encuentros ocasionales. Lo importante era, ha sido y seguramente será, el reparto de posiciones entre tribus de distinto signo y perfil ideológico, más la herencia de aquellas organizaciones otrora priístas que alimentaban las urnas de boletas en los procesos electorales de la capital.

Ya desde inicios de milenio el PRD comenzó a desmoronarse. Sus pugnas internas solían resolverse con dádivas y reparto de posiciones. La ausencia de un debate ideológico era evidente ante la fuerza de los caudillos; primero Cárdenas y Muñoz Ledo, después AMLO. Las tribus, o corrientes si se prefiere, poco aportaron a la creación y fortalecimiento de un pensamiento crítico tan necesario para el país, y para el propio partido. Esas mismas tribus prefirieron el camino de la burocratización partidista y gubernamental a nivel micro (municipios y estados), por lo mismo no alcanzaron a ver más allá de las fronteras de su terruño. Juan Zepeda, el ahora candidato del Frente al Senado, es un buen ejemplo de ello. Así el PRD continúa en una sangría que a la larga le será fatal.

El pensamiento crítico y la visión panorámica de lo que es el país tuvo que venir de fuera, de sectores que decidieron no militar en el PRD por el desprestigio que ello significa (Miguel Mancera, Patricia Mercado, Salomón Chertorivski, entre otros), o incluso los que decidieron militar no se formaron en el PRD (Ifigenia Martínez, Agustín Basave, Jorge Calderón) y al final también se están yendo dada la nula capacidad de movilidad interna si no se pertenece a una de las tantas tribus.

Así llegó el proceso de 2018. Con un PRD desgastado, sin ideología propia, sin proyecto claro de nación; peor aún, de ciudad, sin candidato presidencial, y sí con muchos “militantes” reclamando un lugar en el presupuesto. Ricardo Anaya, con lo hábil y astuto que ha demostrado ser, vio que el entre 5 y 7 por ciento que representa hoy el PRD le caería bien a su proyecto personal; por eso los sumó y les impuso un programa en el cual los principios progresistas y de izquierda brillan por su ausencia. Su frase de días pasados, “La gente no quiere clases de ideología política”, es contundente. El candidato del PRD a la presidencia es un militante del PAN, la candidata del PRD al gobierno de la CDMX no atina a realizar una campaña propositiva y progresista como las que gusta la ciudadanía chilanga, y por ello ya fue rebasada por la derecha por Mikel Arriola, del PRI, quien pasó de ser testimonial a verdadero contrincante de Alejandra Barrales.

Es justamente en esta confrontación, en la capital del país, donde se ve el fracaso ideológico del PRD. Si el candidato del PRI ha decidido acudir a un discurso ideológicamente anclado en el conservadurismo, el PRD debería combatirlo, como sí lo hace Claudia Sheibaum, de Morena; pero Barrales parece tener miedo de perder ese voto azul que jamás ha tenido.

¿Qué va pasar cuando se confirme la victoria de AMLO? No nos queda duda que el PAN se replegará y comenzará un proceso de reflexión profunda e intensa, refugiándose y apoyándose en su Doctrina, lo cual les permitirá rehacerse, como lo han hecho ya en ocasiones anteriores. El PRI apostará a buscar líderes carismáticos en su propio partido y si no a plegarse a AMLO. ¿Qué le quedará al PRD? Por el momento no nos queda sino “agradecer” a ese puñado de “militantes” que por ambiciones personales están sacrificando un proyecto que bien pudo cuajar en una verdadera opción de izquierda progresista. Gracias Jesús, gracias Chucho, gracias Angélica, gracias Erick, gracias Ángel, gracias Lupillo, gracias Fernando, gracias Martha, gracias Héctor, gracias Carlos, gracias René, gracias Héctor, gracias Isaías … y otros tantos más, gracias.

Zoom anatómico. Se confirman las palabras de nuestro amigo diplomático: “Trump no va a negociar más con el gobierno en turno, va esperar la llegada de un nuevo grupo (AMLO) para retomar las negociaciones del TLC”.

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