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Felipe Escalante Tió
Foto: Rodrigo Díaz Guzmán
La Jornada Maya

Viernes 1 de junio, 2018

Ha sido interesante observar la repercusión de una iniciativa realizada por estudiantes de la licenciatura en desarrollo y gestión interculturales, que se imparte en las instalaciones que tiene la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) en Mérida. Su intención de retirar las estatuas de Francisco de Montejo, El Adelantado, y su hijo Francisco de Montejo, El Mozo, del inicio del Paseo Montejo ha conseguido reavivar un debate que únicamente exhibe la falta de capacidad de análisis de quienes pretenden intervenir.

La iniciativa que los estudiantes promueven se encuentra en la plataforma change.org, donde al momento de escribir estas líneas recién había superado el centenar de firmas de apoyo. En el documento dejan saber que su propósito es “abrir nuevamente una discusión sobre la relevancia del monumento y proponer una alternativa que refleje los valores de la actual sociedad meridana”.

En seguida se cuestionan cuál es la memoria que “glorifica” el monumento en cuestión y presentar los dos extremos de un debate basado en falsas premisas. Falsas, porque ni el monumento está para “glorificar” una memoria, y porque tenemos que verlo como una pieza en diálogo con otras similares repartidas por distintos rumbos de Mérida, incluyendo el propio Paseo Montejo. Por eso mismo, no puede negar o sepultar otra cultura; en este caso la maya. Igualmente, un árbol solo, así sea la más frondosa ceiba, no equivale a reforestar la urbe.

Los valores de una sociedad son cambiantes, incluyendo en una que se supone tan conservadora como la meridana. Nuestra composición demográfica es también cambiante; la compone una buena cantidad de personas que han hecho de Yucatán en general y de Mérida un nuevo hogar. Pero eso no quiere decir que debamos cambiar el paisaje urbano y hacer a un lado los lugares de memoria que no nos gustan.

Los monumentos no sirven para “glorificar”, insisto. Somos nosotros los que le damos significado. Suprimir el dedicado a los Montejo puede ser el primer paso para que en Mérida practiquemos la arqueología al estilo israelí, con buldócers. Si tanto molestan los recuerdos de los conquistadores, dinamitemos la Catedral. Estoy seguro de que habrá partidarios del general Salvador Alvarado capaces de hacer fila en las instalaciones de la Secretaría de la Defensa Nacional para pedir la autorización de emplear explosivos.

Podemos seguir con la supresión del monumento a Gonzalo Guerrero, que recuerda que el mestizaje no fue siempre producto de violaciones y relaciones “ilícitas”. Pidamos también la demolición del dedicado a Jacinto Canek, quien fue en realidad dirigente de una riña de borrachos (Victoria Bricker dixit), y la del gran racista que fue Felipe Carrillo Puerto (¿cómo que “MIS indios”?); traigan mazos para tirar el Monumento a las Haciendas, que sahuma a los esclavistas que explotaban a los mayas en sus propiedades. Derribemos todo lo que no se ajuste a los valores de la sociedad de hoy. Destruyamos y sembremos una ceiba, parece proponer esta lógica.

Entre el hoy y el ayer debe existir un diálogo, la intención de aprender de nuestros traumas en la construcción de la sociedad de la que formamos parte. De mi parte, veo con pena cómo incluso académicos caen en el error de aplicar categorías de hoy, como genocidio, en lugar de impulsar la comprensión de las mentalidades que impulsaron una empresa de conquista y evangelización.

Porque también a los colegas se les ha hecho fácil invocar al maya bueno y oponerlo al español malo. Algo les ha de redituar abandonar uno de los principios de la disciplina histórica, que es buscar entender el pasado, no juzgarlo y menos con categorías del presente; menos ético es pretender destruir los testimonios del pasado a fin de expresar la nueva composición de una sociedad.

Es cierto que la inauguración del monumento a los Montejo fue polémica. También debe reconocerse que fue utilizada políticamente. No sólo se dio el último día de la administración de César Bojórquez, que sería sucedida por la de la priísta Angélica Araujo.

Recordemos también que hay actos de la autoridad que no requieren de consulta pública, y que cuando ésta se realiza los resultados suelen dejar a mucho insatisfechos. Recordemos por ejemplo que se realizó una sobre la conveniencia de mover el carnaval de Paseo Montejo a Xmatkuil. La participación fue mínima. ¿Sería distinto si se tratara de un nuevo monumento? ¿Acudimos a una consulta con suficiente información?

El panorama que espera a Mérida sin monumentos como el de los Montejo es el de una ciudad inocua, carente de identidad y de memoria, rediseñada dentro del lenguaje “políticamente correcto” para no herir susceptibilidades, en lugar de remitir a los recuerdos para forzar a la crítica de nuestro propio tiempo. Con ceibas y “letras turísticas” en lugar de monumentos, no tenemos nada qué ofrecer; nos queda una “no ciudad”.

Sólo me queda preguntar a los estudiantes algo: si con esta propuesta no están promoviendo el diálogo entre culturas y entre pasado y presente, ¿de verdad están estudiando gestión intercultural?

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