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Paul Antoine Matos
Foto: Afp
La Jornada Maya

La vida se mide en mundiales. En cuántas copas del mundo has visto ser levantadas. Cuando concluye, recordarás lo que pasó durante ese mes, cada cuatro años, por el resto de tu vida. Las memorias son marcadas en el contexto del torneo deportivo más importante, junto con los Juegos Olímpicos, y las emociones que se sienten durante las cuatro semanas que dura.

Al nacer en 1993, los mundiales los recuerdo desde Francia en 1998, vagamente, con la mascota Footix, un gallo azul de cresta roja. Cuatro años más tarde, Corea-Japón era el torneo de las madrugadas, los partidos se jugaban a las tres, cuatro de la mañana, otros a las siete y unos más a las nueve, por lo que cuando jugaba la selección mexicana era complicado verlo sin luchar contra el sueño y las clases en la primaria al día siguiente.

En 2006 en exámenes finales de la secundaria, con los mensajes de alerta de Telcel; el 2010, la eliminación de México frente a Argentina, mientras me encontraba en el hospital tras serme retirado el apéndice; y en 2014 ver los 64 juegos, aún cuando en la universidad los observaba en una computadora.

Este 2018, Rusia se jugó a la par que el proceso electoral de México. Con un ojo en las campañas y otro en el futbol, el recuerdo de este mundial será el que se vincula con un hecho histórico del país como lo es la victoria de Andrés Manuel López Obrador.

El triunfo de Francia en Rusia 2018, con una selección compuesta mayoritariamente por jugadores de origen migrante, de las antiguas colonias africanas, representa a una Europa más amplia que el nacionalismo característico de los siglos hasta comienzos del actual. Sucedió igual con los galos hace 20 años, con su victoria en 1998 con migrantes de Noráfrica, como Zinedine Zidane.

En un punto en el que la Europa vieja se enfrenta a una oleada de refugiados y migrantes del Medio Oriente y África, la victoria francesa tiene que significar que esa gente es capaz de integrarse y aportar a su sociedad.

Como el poeta francés Arthur Rimbaud, que a los 19 años ya brillaba por su oscuridad en el firmamento literario, el delantero Kylian Mbappe repite la fórmula de una estrella brasileña que ganó el primer mundial de su país en 1958, con 17 años, llamada Pelé.

Si el poeta abandonó la vida bohemia por la seriedad burocrática de ser un traficante de animales, armas y esclavos en África, Mbappe difícilmente dejará el glamour del futbol y, posiblemente, sea el principal pilar en la construcción de la tercera galaxia del Real Madrid.

Rusia y Catar

Rusia se muestra al mundo como un país moderno y actual, no solo la potencia bélica que se construyó y regeneró en el último siglo.

Es un país repleto de historia y cultura, su gente es más abierta de lo que se piensa desde el mundo occidental, desde la narrativa creada con la Guerra Fría por el bloque liderado por Estados Unidos, frente al comunismo de la Unión Soviética.

El mundial se desarrolló sin violencia ni inseguridad, a pesar de amenazas terroristas, y la policía fue reconocida por los diversos medios de comunicación en sus operativos y su trato con los aficionados, de forma amable.

Catar representa el primer mundial que se jugará entre noviembre y diciembre, a diferencia del tradicional verano del hemisferio norte, debido a las altas temperaturas. País rico por el petróleo, sus retos son mostrar una cultura incluyente dentro de un régimen musulmán, en el que los aficionados querrán pasear por las calles con libertad, la presencia de fans homsexuales, beber alcohol y las mujeres salir sin la necesidad de esconder su rostro o cuerpo. A eso se le incluyen las tensiones geopolíticas de la región del Medio Oriente con sus vecinos.

El balón se detuvo en las canchas rusas, pero el mundo seguirá rotando por los próximos cuatro años.

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