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del

Jhonny Brea
Foto: Rodrigo Díaz Guzmán
La Jornada Maya

Viernes 27 de julio, 2018

El verano es una estación muy bonita. Lástima que hay que trabajar, porque si no sería posible irse a la playa, viajar un poco más lejos, conocer otros lugares, pero si con trabajo se consigue llenar el tanque de gasolina una vez a la quincena, y eso que el dólar está regresando hacia los 18 pesos (oyes, Secretaría de Hacienda, ¿no que la cotización era uno de los factores para que bajara el precio de los combustibles?).

El calor de esta época tiene sus ventajas. Por ejemplo, en casa llevamos un mes con el calentador apagado, así que se consume mucho menos gas. Con eso de que ya no hay tinacos de cemento sino esos de plástico negro, ni siquiera se necesita un calentador solar. El abasto de agua caliente está garantizado las 24 horas, a menos que las bombas de la Japay fallen, cosa que también suele ocurrir, pues no en balde esta dependencia se caracteriza por romper calles recién repavimentadas para hacer pozos de absorción. Si lo hicieran al revés, los que reparan baches no tendrían trabajo.

Otra ventaja es que la ropa, una vez tendida, tarda menos de una hora en secarse. Lo malo es que con esta canícula hay que lavar más, y por lo tanto se gasta el agua, el fab y la polegía; más cuando hay que tallar el kirits del cuello de las camisas, cosa que por lo general realizo en la batea (ustedes saben, las labores propias de mi sexo) y por mayor comodidad, semidesnudo. Al menos hasta hace una semana porque antier paró una patrulla en la casa porque una vecina reportó que había un exhibicionista… ¿Quién la manda asomarse a mi patio? Voy a tener que usar una de las camisetas de la campaña de Mauricio Vila. Imaginen de qué tamaño están que hasta a mí, macho omega grasa en pecho, espalda peluda, nalga de mayonesa, abdomen de lavadora y bebedor de cerveza light, me quedan más como bata.

Lo malo de esta época es que con cualquier movimiento uno empieza a sudar y al poco rato adquiere olor a chivo. Descubrimos también la falsedad de la propaganda y que el desodorante sí abandona, y que no hay modo de tener agua a una temperatura agradable para la regadera; así que tomamos un par de cubetas, se llenan y después de un tiempo bastante considerable, en lugar de “darse un regaderazo”, la emprende uno a jicarazos y deja que el sosquil se lleve las bacterias.

Ahora, no bien termina uno de bañarse y en menos de cinco minutos ya está de nuevo sudando. En casa, por eso estamos acabando con la mota y necesito comprar por lo menos una para cada quién.

Antes de que empiecen, me refiero a que en casa sólo hay una mota para el talco y es la de mi suegra donia Ixchel. Venía en su talquera de Maja, y no he visto dónde venden ni mota ni esa marca de talco. En fin, ocurre que después del baño, a mis rapaces, La Xtabay y a mí por supuesto, ya nos dio por salir como pastelito de camote con su cubierta de azúcar glass; pero con la precaución de usar una camiseta esport y ponernos de inmediato frente al abanico porque luego la capa de talco comienza a caerse por grumos. A mi chichí le daría un infarto que los niños, así todos calurosos, se pusieran directamente el ventilador. De niño, me tocaron chicotazos para que me alejara, hoy lo que digo es que el aparato lo único que hace es aventar aire caliente, así que no pasa nada.

Para colmo, la comida se echa a perder más rápido. Así que hay que revisar muy bien qué se compra y cuánto se puede meter a la nevera, porque luego hay que bajarle la temperatura y la Comisión aprovecha para decir que uno consumió más kilowats que los que tiene permitido en su tarifa, y como la Estrategia Integral para Defensa de la Quincena tiene como límite precisamente el recibo de la luz, hay que ver cómo ahorrar y no andar pagando de más.

Andaba precisamente viendo qué medidas tomar contra la canícula y se me ocurrió precisamente la más sana: tomar.

“¿Quieres una cerveza?”, le pregunté a La Xtabay con intención de lanzarme a la agencia por una canastilla y combatir entre ambos los 42 grados a la sombra, y de paso hacer más agradable la ensalada de pepino, zanahoria y jícama que estaba preparando.
“No, corazón. Recuerda que hoy toca”, me contestó, para mi sorpresa.

“Entonces voy por un vinito, pan artesanal, un queso de cabra…”, comencé, con ganas de hacer un preámbulo agradable.

“¿Qué te pasa? ¡Hoy toca pero tu clase de cross training en el gimnasio!

No hay duda. Parece que la canícula trae consigo recomendación de Derechos Humanos para que nadie le pueda hacer nada.

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