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Felipe Escalante Tió
Foto: Rodrigo Díaz Guzmán
La Jornada Maya

Miércoles 22 de agosto, 2018

Como humanidad, y como mexicanos en particular, seguimos atorados en la discusión de muchos temas que sólo en apariencia se superaron en el siglo XIX; uno de ellos, la separación del Estado de cualquier credo religioso, que viene aparejado con los límites de la vida privada y la pública y la responsabilidad de la familia en la formación del individuo-ciudadano.

Hace apenas unos días, la Suprema Corte de Justicia de la Nación ordenó la transfusión de sangre a una niña de seis años enferma de leucemia. Esto en contra de sus padres, miembros de la Iglesia de Jesucristo de los Últimos Días, más conocidos como Testigos de Jehová, cuya fe prohíbe recurrir a este tratamiento. Hay un problema: son también miembros de la etnia rarámuri y parte de una comunidad que mayoritariamente profesa el credo mencionado. El criterio de la Corte, según se indicó en un boletín, fue que el límite del derecho que tienen los padres, tanto en el campo de la salud como en el de la educación religiosa, tiene por límite no poner en riesgo la salud y la vida de los menores.

La Unión Nacional de Padres de Familia y el Frente Nacional por la Familia, también la semana pasada, organizaron una protesta nacional contra los contenidos de educación sexual en los libros de texto gratuito y para exigir que se les incluya en la elaboración de éstos. “Que quede claro, nosotros sí estamos a favor de la educación sexual en las escuelas, pero que está basada en criterios científicos y biológicos”, fueron las palabras de Nicte Há Aguilera Silva, en Campeche. En Yucatán, Rodrigo Iván Cortés señaló que “la enseñanza de la escuela debe ir acorde con los principios que se enseñan en la familia”.

Me atrevo a preguntar: ¿cuál familia? ¿La integrada por una madre sola y uno o dos hijos? ¿La formada por un padre y una madre trabajadores ambos, que apenas conviven con su prole? ¿La reconstituida, en un segundo y hasta tercer matrimonio con vástagos de ambos contrayentes? ¿Vamos a seguir expresándonos en los términos de la familia “tradicional” ideal, de madre dedicada a las labores del hogar, padre e hijos, unidos en matrimonio per secula seculorum? ¿Dejamos de contar a quienes viven en unión libre?

Sin duda la familia, como institución, es diversa y frágil. Necesita del apoyo de más instituciones. Esa diversidad es la que limita al Estado a que las garantías a la salud y la educación sean universales y separadas de las creencias religiosas, pero nos hemos acostumbrado en ver un conflicto cuando sólo debe existir un límite entre el Estado laico y el respeto a toda creencia, y a creer que el individuo puede por sentido común ser artífice de cualquier política pública, cuando los derechos de todos tienen un límite ante la sociedad.

Lo que ha quedado claro con estos dos hechos es que una buena parte de la sociedad es incapaz de distinguir entre lo que es una creencia y lo que es la ciencia, y que existe un movimiento anti científico y anti estatista a nivel mundial que también se expresa en México y encuentra a las instituciones que debieran responder a este movimiento muy debilitadas, incapaces de ofrecer una respuesta clara y articulada.

Porque la decisión de la SCJN puede generar –y seguramente lo hará– un conflicto en el seno de una comunidad indígena, en el que precisamente la que resultaría como mayor afectada es la menor a la que se pretendió proteger; porque la SEP está concentrada en unos libros en los que aparecen manos con seis dedos o se dice que el pan francés de Yucatán es lo mismo que el bolillo del altiplano, está mirando más a la recomposición del SNTE con motivo del anuncio de la cancelación de la Reforma Educativa y la liberación de Elba Esther Gordillo, pese a que la Unión Nacional de Padres de Familia no puede distinguir entre instrucción, que es lo que reciben los niños en la escuela, y educación, la cual es responsabilidad de los padres.

Vienen tiempos para los que se requiere una ciudadanía preparada y exigente, mas por las discusiones que se pueden encontrar en redes sociales con respecto a estos dos hechos hace falta mucho por avanzar como sociedad, y tenemos un Estado que en lo referente a la defensa de la libertad, encuentra a miles queriendo ser esclavos; porque eso es elegir entre la vida de un hijo y mantenerse en la fe, porque eso es armar protestas contra los contenidos sobre educación sexual y escandalizarse con estudios como el de Masters y Johnson, que data ya de 1966.

Nos falta mucho por hacer para tener un mejor país y una mejor sociedad, y el odio a la religión disfrazado de laicismo alimenta más la desintegración social. También, dejar de apoyar a instituciones como la escuela pública implica renunciar a la construcción de un mejor futuro, el que debiera ser accesible a todos a través de la instrucción.

Espero que la niña Saraí encuentre apoyo en su comunidad rarámuri, que viva muchos más años y sea reconocida por su familia y vecinos como sobreviviente y un milagro de la ciencia, y recupero un consejo familiar: si tus hijos no te preguntan de sexo, preocúpate, pues se están informando por otras fuentes cuando tú debieras ser la más confiable, incluso que la escuela.

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