Rodrigo Corona
La Jornada Maya

Ciudad de México
Miércoles 5 de septiembre, 2018

El 3 de septiembre unos estudiantes del Colegio de Ciencias y Humanidades (CCH) de Azcapotzalco tomó la explanada de rectoría para reclamar la falta de maestros en su institución y la justicia por el feminicidio de Miranda Mendoza González, de 18 años, quien fue calcinada al salir del plantel Oriente. Estos jóvenes fueron disueltos por unos porros, que son grupos de choque que se utilizan para disolver manifestaciones y hacer necesario el uso de la fuerza pública contra ellos. 14 resultaron lesionados y dos heridos de gravedad.

Hoy 5 de septiembre, dos días después de aquel suceso, y a 27 días de celebrar los 50 años de la Matanza de Tlatelolco, la trágica conclusión del movimiento estudiantil más icónico en la historia de México, estudiantes de al menos 30 facultades de Ciudad Universitaria, otros tantos CCH, del Instituto Politécnico Nacional, la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM), la Escuela Nacional de Antropología e Historia (ENAH) y la Escuela de Periodismo Carlos Septién García, marcharon de la Facultad de Ciencias Sociales al edificio de Rectoría porque ya no haya más porros en la UNAM, la democratización de la Universidad, la destitución del rector Enrique Graue y todos los funcionarios involucrados con algún grupo porril, la justicia del feminicidio de Miranda y la creación de un grupo de autodefensa estudiantil.

Como en el 68, los estudiantes tomaron CU, la que les pertenece, y marcharon, en paz, con el único fin de dar a conocer sus demandas. Sin miedo a algún otro ataque planeado. Con sed de justicia y ganas de expresar su descontento con las autoridades universitarias.

Al pasar por Rectoría, al rededor de las 15 horas, los jóvenes hacían una pausa y cantaban porras como “Ése no es un rector, es un fascista macho burgés”, “el que no brinque es porro” o simplemente decían “fuera Graue”. También gritaban al unísono porras futbolísticas con una letra diferente “en dónde están, en dónde están, esas autoridades que nos iban a cuidar”.

El alumnado buscó la manera de poner en la parte derecha del edificio un cartel con las caras de Gustavo Díaz Ordaz, el presidente que dirigió al país durante el 68, y de Graue. La imagen era diabólica, toda de rojo y con los contornos de las figuras en negro. Tlatelolco y Ayotzinapa fueron las masacres que estuvieron presentes durante todo el recorrido.

Sin embargo, esas “autoridades” los miraban desde las ventanas de las oficinas indiferentemente, como si fueran enemigos. Los que estaban bien eran los que dirigen, no los subordinados, que no deben de rebelarse, sino solo seguir órdenes. Sus demandas no valen porque realmente no cuenta su voz, están en el eslabón más bajo en la jerarquía.

Entre las 15:30 y las 16:00 horas todo transcurría con normalidad, salvo algunos encapuchados con botas y palos en las manos, pero que parecía formaban parte de la comunidad UNAM, ya que se mezclaban en los contingentes. Sin embargo, esta vez las apariencias no engañaron. Poco después de las 16 horas, los porros hicieron su aparición, casi al final, cuando todos pensaban que la habían librado. Con golpes a los estudiantes, quienes corrieron a sus respectivas facultades a resguardarse. La avenida Insurgentes se cerró. El Metrobús dejó de funcionar y la movilización finalizó. Los malos triunfaron, aunque la llama del cambio aún está prendida. Hay enojo por parte de los alumnos y la conmemoración 50 de Tlatelolco puede funcionar como inspiración para armar un movimiento en forma.

Como en 1968, 1971 o incluso en el 2014 con los 43 normalistas de Ayotzinapa fallecidos, los enemigos son los estudiantes. No hay otros. Es al que hay que eliminar, ya sea con granaderos, militares, el Batallón Olimpia o con los porros. Porque nadie puede estar encima de la autoridad y menos jóvenes menos de 25 años, que toman un papel que no les corresponde, el de criticar y señalar a las autoridades, quienes están por encima de ellos, “hay que respetar las jerarquías".


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