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Katia Rejón
Foto: Rodrigo Díaz Guzmán
La Jornada Maya

Jueves 20 de septiembre, 2018

En un semáforo de la avenida Circuito Colonias, un chico de treinta y tantos que venía con su padre me invitó con un gesto a subirme a su auto. Les grité muy molesta que me dejaran en paz. El joven subió el cristal avergonzado, pero su padre volvió a bajarlo y comenzó a insultarme.

La situación en sí misma es ridícula: ¿pensaban que iba a bajar sonriente de mi auto para subirme con ellos? ¡Claro que no!; ¿creían que voltearía a otro lado, bajaría la cabeza, me haría chiquita? Cuando los enfrenté, se indignaron ¿Cómo una mujer se atreve a hablarles así?

Historias así tengo miles, mías y de amigas o conocidas. Todas, de alguna forma, somos expertas en el tema del acoso callejero. Intercambiamos recomendaciones: yo cruzo la calle; yo saco el celular y hago como que grabo; yo me pongo la mochila tapándome las nalgas; yo ya no paso por ahí...

Ahora la noticia en Yucatán es que las fuerzas políticas de la LXII Legislatura aprobaron por unanimidad exhortar a los 106 municipios de Yucatán para que sancionen con arresto y capacitación a quienes cometan acoso callejero.

No sé cuánto pueda hacer una ley por corregir algo tan normalizado. No sé si una mujer se acercará a un policía cuando camino a su trabajo alguien se limpie los labios con la lengua mientras la mira arriba y abajo. No sé si nos tomarán en serio cuando digamos “este fulano me dijo que estoy rica”.

He sido acosada sexualmente por militares y policías más de una vez. Lo que sí puede hacer la ley es capacitar a los policías para primero evitar este tipo de conductas, y a que si ven acoso callejero, intervengan. O si alguna mujer acude a ellos, no lo subestimen.

La definición de acoso callejero dice que “son prácticas de connotación sexual ejercidas por una persona desconocida en espacios públicos, que suelen generar malestar en la víctima”. Sólo la primera parte ya eriza la piel: nos parece inocente y normal la connotación sexual hecha por desconocidos en plena calle.

La cosa se pone peor si vemos las estadísticas. De acuerdo con fuentes oficiales, al 73 por ciento de las mujeres que han sido acosadas, fue con frases ofensivas y humillantes; al 58.2 por ciento también las han tocado sin su consentimiento; al 13 por ciento de las que han sufrido este tipo de acoso las han hecho sentir miedo; y al 9.6 por ciento las han invitado abiertamente a tener relaciones sexuales.

[b]Apocalipsis de la galantería[/b]

Pero a los críticos del feminismo les preocupa que esto sea el apocalipsis de la galantería, que se acabe el romanticismo. ¿Cuándo exactamente ha sido romántico que un hombre desconocido, 30 años mayor, te diga “mami, qué rica estás”?, ¿soy yo o es tétrico?

Quienes normalizan la violencia dicen cosas como “deberías sentirte halagada”. Este argumento es pobre al menos por tres razones: porque la persona que se entromete en tu camino para dar su opinión no tiene intenciones de platicar contigo, más bien espera que no le contestes; segundo, porque si fuera para hacerte sentir bien no se molestaría cuando le dices que no te gusta; y en tercer lugar, porque no te están “chuleando” el conjunto o los zapatos que traes puestos, sino tus partes sexuales. ¿Ya mencioné que esto empieza desde los 12 años? Entonces, gracias, pero no gracias.

[b]La culpa es de nosotras[/b]

Un estudio del Colegio de México y otras estadísticas oficiales aseguran que alrededor del 93 por ciento de las mujeres en México han sufrido acoso callejero. Cuando se empezó a hablar del tema oficialmente, hubo una reacción inesperada por parte de la opinión pública: otra vez, la culpa es de nosotras.

Aparentemente, además de la menstruación y el embarazo, tenemos un súper poder que obliga a los hombres a enviarnos miradas lascivas, opiniones sobre nuestro cuerpo, silbidos, jadeos, besos, gestos obscenos, a que nos persigan, a que nos tomen fotografías, nos manoseen o se masturben enfrente de nosotras. Bien decía mi abuelita, “lo que el diablo no puede, lógranlo las mujeres”.

Hablando en serio, ¿es tan difícil juzgar a las personas por sus propios actos?, es decir, yo soy responsable de caminar sobre la calle, pero no de que un hombre no pueda “controlar” su impulso de decirme todo lo que quiere hacerme. Cuántas veces hemos escuchado que se juzgue a la mujer por cómo iba vestida, pero no a los hombres por mirarnos como un trozo de carne.

El debate del acoso callejero ha desencadenado cosas más detestables que el mismo acoso, como el famoso “los hombres también sufren acoso”. Nadie dice que el acoso a los hombres esté bien o no exista, pero ¿en serio van a acudir a la autorreferencia cuando a las mujeres nos ocurre todos los días, más de una vez al día, desde los 12 años? Para nosotras no es un “episodio traumático”, una “anécdota” o algo que “pasó una vez y fue muy feo”. Es una astilla que pisamos todos los días cuando caminamos solas por la calle.

Hagamos de cuenta que no es nada, que es inofensivo ¿por qué entonces cuando se les enfrenta, niegan diciendo cosas como “no era a ti”? Si no está mal, ¿por qué no lo hacen cuando estamos acompañadas de un hombre?, ¿acaso guardan la esperanza de que después del chiflido querramos salir con ustedes y por eso nos prefieren solteras?, ¿o es porque respetan más a otro hombre?; Si no está mal ¿por qué preferimos cambiar nuestra ruta, aunque sea más larga, sólo para evitar a un grupo de hombres?; Si no está mal, ¿por qué se siente tanta impotencia al bajar la cabeza y seguir caminando?; Si no está mal, ¿por qué su único argumento es “a los hombres también nos acosan’”?, por fin ¿está mal o no está mal?, ¿o está bien porque también les pasa a ustedes?

Tengo muchas dudas sobre el acoso, pero mi duda más grande es ¿por qué lo seguimos permitiendo?

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