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Giovana Jaspersen
Foto: Captura de video
La Jornada Maya

Viernes 21 de septiembre, 2018

¿Soy o no soy una escritora? ¿Puedo escribir? ¿Qué? (…) Si no lo soy no me voy a morir por eso (…), escribía Rosario Castellanos en carta dirigida a Ricardo Guerra. Ella tenía pasados los 40 años, un hijo compartido con el filósofo y una historia de amor que como ola vendría y se iría durante 17 años. Tenía también -para aquel momento- publicadas dos novelas, dos libros de cuentos y ocho de poesía; y bajo el brazo, el premio Villaurrutia y el Sor Juana Inés de la Cruz. Estaba escribiendo el prólogo a [i]La vida de Santa Teresa[/i], era articulista semanal en [i]Excélsior[/i] y le habían otorgado la beca Rockefeller, además de ser catedrática en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Sin embargo, dudaba.

El retrato de esta -supuesta- contrariedad, se estrenó en las salas de cine este mes de agosto y en la península de Yucatán la semana pasada; con retraso, tan sólo en dos salas y con horarios poco accesibles, pero se estrenó, por fin.

[i]Los adioses[/i], de Natalia Beristáin, no es una película biográfica de la escritora, sino un bosquejo de ella en la relación amorosa de su vida, puesta en complejidad y valor al contrastarla con el mundo público del personaje, sus furias, logros y luchas. Y si bien algunas críticas han dicho que es imposible medir a la enorme Rosario a partir de su relación con Guerra, habría que resaltar que una no existe sin la otra, y que en todas sus facetas vive la absoluta grandeza de la autora.

El retrato es hermoso, con una Rosario rebelde que fuma sobre ladrillos rojos; otra joven que lee en el baño refugiada de un mundo que no le es propio ni ajeno; con una mujer que “no sabe más que escribir” y vive al ritmo de las teclas, con la máquina como astrolabio. Que se desangra sola en un hospital y vuelve a una casa devorada por las furias.

El que la película forje sus personajes de dos personajes también construidos, tampoco debe perderse de vista. Vino principalmente de [i]Cartas a Ricardo[/i] (1994) publicada post mortem, por lo que en pantalla vemos a la Rosario que ella hizo para él en más de 100 envíos. Ella le escribe a un hombre, al suyo, al que era con y para ella. Pues ahí, en los entresijos de la literatura epistolar, habita quién somos con ese otro. El Ricardo que vemos pues, es también a través de sus ojos. Esa mujer que sólo daba por vivido lo redactado, se escribió y lo escribió, todo el tiempo.

Las cartas muestran una claridad de mente en división de roles que pocas veces veremos reflejada. Una mujer que pide división de gastos, días, responsabilidades y tiempos en la vida cotidiana; que construye su libertad con base en ello y divide al padre del hombre. Mientras a uno le escribe mordidas de sonetos en los pezones, al otro le pide un contrato claro para ver si acepta o se divorcia. El gran acierto de la película es justo contrastar también estas dos facetas.

Otro, es dejar expuestas las tripas de la vida de “las mujeres exitosas”. Muestra que pensar la batalla, la defensa y la fortaleza se lleva siempre hasta las últimas consecuencias y el más íntimo rincón del hogar, no sólo es un error, sino que además es emocionalmente injusto. La debilidad también es equilibrio, aceptarla y rendirse es escenario de acción y libertad, especialmente en el amor. Rosario fue libre de mostrar sus inseguridades y ser una ella distinta a su antojo, silueta de personajes.

La exitosa catedrática y literata podía romper en llanto porque se le quemaba el arroz o perdía el recibo del predial; así como otras lo hacemos cuando se termina el gas en casa y vemos cómo fracasamos en aquello para lo que nos dijeron que servíamos. Luchaba con su cuerpo y sus formas redondeadas; hervía de celos; habló de la maternidad como probablemente nadie más en nuestro país se ha atrevido a hacerlo, desde la contrariedad de sentirse abierta, expuesta y alterada; también humillada.

Así, la película es una manera de contarle al mundo cómo una mujer ve el ascenso y la fortuna en la vida profesional arrollando su vida personal; cómo el gozo se recibe con el miedo de saber lo que viene y cómo la simple existencia se torna una desbrozadora que rebana e incita la lucha. Y el triunfo convertido en culpa, no es bipolaridad, sino la división entre lo que se es y lo que se supone debió ser.

La misma fiera que lee frente a un auditorio repleto sin alterar su seguridad, enmudece cuando él entra en la sala, lo ve, se reconocen y se saben, lee lo que otros ignoran. Las mañanas entre las sábanas leyendo lo que el otro escribe; las caídas de la cama entre las risas, la sensualidad y las caricias de dos cuerpos desnudos que se conocen. La mujer que encontró otros modos de ser, se llena la boca y las letras de un amor desbordado y energético que la alimenta y parece darle combustible y efervescencia. Se muere de mirarlo y no entender, y de amarlo “hasta la pared de enfrente” en la ironía de estar frente al mar. Y basada en el mismo amor deja ir y renuncia, por amor escribe y calla. Se va.

Ella, como muchas más, se perdió en un Ricardo Guerra, y la película recuerda que hay muchos. Un hombre que parece que para amar a una mujer de esa altura el único rescoldo de seguridad y control lo encuentra en la patanería, siendo el ladronzuelo seductor que punza en inseguridades. Que se planta a pedir perdón diciendo que es sólo “un jodido filósofo” y que las únicas palabras de amor que tiene son las de ella; que la quiere, como puede, y lucha por no ser algo triste y pesado, mientras se equivoca.

Ver a esta Rosario, de carne, palabra y deseo, es probablemente la más cercana que hemos tenido. Con ella todas tenemos algo que ver. La película hay que verla, porque es el camino para que el nombre Rosario Castellanos deje de ser tan sólo una primaria o una biblioteca. Para que exista ella en toda su complejidad diversa y cambiante, insegura y suprema. Delirante, como cada una de sus letras que van del humor a la rabia de saberse grande y diminuta.

Hay que verla, para que de la pantalla se pase a las letras, se lea, y comprenda que sí hay otros modos de ser y de amar. Entonces, ella, seguirá siendo.

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