Margarita Solano Abadía
La Jornada Maya

Tlalnepantla, Estado de México
Viernes 5 de octubre, 2018

Norma Angélica tiene casa llena. En su sala los asientos dicen que hay espacio para cuatro invitados pero han llegado el doble. Todas mujeres participativas y entusiastas con un propósito común: lograr una mejor calidad de vida. Una donde desaparezcan los estereotipos de género que las ubican exclusivamente en quehaceres domésticos, donde tengan independencia económica, sean capaces de denunciar cuando son víctimas de la violencia y se protejan entre todas de la inseguridad en la colonia Lázaro Cárdenas en Tlalnepantla de Baz, Estado de México.

Hoy ocho mujeres se juntan en la casa de Norma. La más pequeña tiene meses de nacida y la carga en brazos su mamá. En apenas sesenta días, Norma Angélica de la mano con sus amigas y vecinas cercanas, ha logrado convocar en su red de mujeres a cien féminas, un número nada despreciable cuando se trata de articular estrategias de convivencia que les permita capacitarse, incidir con otras mujeres, canalizar a víctimas de la violencia y escuchar sus necesidades más urgentes.

Norma terminó la secundaria y tiene 12 años realizando gestión social en su comunidad. El gobierno municipal de Tlalnepantla de Baz que encabeza Denisse Ugalde Alegría, la ha capacitado para conocer de cerca cuándo una mujer es víctima de violencia de género. Dentro de ese catálogo, la violencia económica ejercida por los hombres en su comunidad, es la que más le preocupa. “Queremos ser independientes, autosuficientes”, cuenta la mentora mientras hace hincapié en la falta de proyectos productivos que les permitan lograr esa libertad.

Norma tiene el cabello a la altura de los hombros y se pinta los labios de rojo. Conserva una vocación genuina por ayudar a los demás. Hace meses atrás, encontró a una adolescente cerca a los rieles del tren en la colonia San Juanico en alto estado de ebriedad junto algunas amigas. Sin titubear llamó a una patrulla de la policía municipal y se montó con ella para acompañarla a la delegación. Por el color y escudo del uniforme, pudieron saber a qué escuela iba y se la entregó en propia mano a sus papás. ¿Te imaginas si la hubiéramos dejado? la pregunta queda en el aire.

Tlalnepantla es un municipio del Estado de México con alerta de género. Norma tiene amigas que viven violencia intrafamiliar, económica, sicológica. Muchas de ellas hoy integran su red y se han capacitado con ella para saber cuándo detectarla y a dónde acudir para denunciar.

Cuando se les pregunta cuál es el mayor logro de una red organizada como la que han construido, María Elena responde con prontitud: “ya sabemos qué es la violencia de género”. Tardaron décadas, quizás unas tres, para que cientos de mujeres de la colonia Lázaro Cárdenas, entendieran que no es normal ser golpeadas, humilladas, maltratadas físicas y emocionalmente. Y ese es un logro invaluable.

Concepción Miranda levanta la mano. “Aquí hay mujeres que todavía nos dicen que así tenemos que ser las mujeres”. Así sumisas, en la casa, aguantando golpes físicos y emocionales. Pero “la violencia no es normal, no nos toca vivirla y ahora yo les explico que tienen derecho a ser libres”.

El turno ahora es para Rosa. Antes de pertenecer a la red que coordina Norma Angélica, le tocó ver un caso que la hizo sentir mal por un motivo: no supo qué hacer. El líder comerciante de un mercado popular, se sintió con el poder de patear a su esposa porque tiene el respaldo de otros varones y mira a los demás con aire de prepotencia, creyendo que las leyes jamás lo tocarán. “Hoy podría ayudar a esa mujer”, reflexiona.

María Elena reparte en la calle folletos para prevenir la violencia. Hace poco le entregó uno a una chica que le confesó estar contagiada por el virus del papiloma. “Podemos ayudarnos las unas a las otras, podemos actuar, ayudar y seguir ayudando” y esboza una sonrisa.

Además de las reuniones donde se capacitan en Derechos Humanos, tipo de violencia de género y las instituciones donde deben acudir a denunciar, la red que coordina Norma Angélica tienen un grupo de WhatsApp. Allí se comparten información exclusiva para prevenir la violencia de género y socorrer a sus participantes en caso de alguna eventualidad. Allí participan también elementos de la policía municipal que están a disposición de lo que pueda ofrecerse, como hace algunos meses cuando Norma informó que una mujer había sido golpeada y en el Ministerio Público no querían levantarle el acta correspondiente. Al final, la esposa denunció sin contratiempos.

Ahora Norma Angélica planea con sus vecinas tener un silbato de auxilio. “Para hacerlo sonar cuando alguien quiera robarlas, abusar o en alguna situación en particular”. Entonces saldrían todas al llamado. Mientras tanto, ellas quieren dejarle un mensaje a las demás, a las que todavía no se atreven a pertenecer a la red, a las que les da miedo denunciar: “no estamos solas”.

[b]“Amarse a sí misma: el reto por la igualdad”: Reye Vergara[/b]

Ser mujer en la colonia Lomas de Tepeolulco en Tlalnepantla de Baz, es difícil. Además de los estereotipos de género que suponen que las mujeres deben quedarse en el hogar, la violencia en las calles es cruel. Asaltos en el transporte público, violaciones, acoso, morbo para las que bajan del cerro. Sin embargo, en estas calles empinadas se esconden historias que vale la pena contar. La de Reye Vergara es una de ellas. Madre de familia y mentora de una red de mujeres que lucha por sus derechos en medio de la adversidad.

En la calle 16 de septiembre vive Reye, su esposo que se dedica a la mecánica automotriz y sus dos hijos de 9 y 12 años. En la sala donde antes comían cuatro, hoy es el sitio de reuniones donde 32 mujeres tlalnepantlenses se reúnen para decirle alto a la violencia de género.

Reye sonríe siempre. Y cuando no lo hace mira al cielo buscando explicaciones que le permitan llevar esa luz que irradia en su mirada a otras que todavía no conocen el significado de la palabra autoestima. A Reye en lo particular le preocupa eso. Que la mayoría de las vecinas que la buscan no se quieren. Ella lo sabe porque permiten que las manipulen, las repriman, las humillen, incluso muchas permiten que les peguen.

Hace tres meses, cuando Reye no tenía a su cargo la red de mujeres, una chica le confió que su esposo le pegaba. Vergara la canalizó con las autoridades municipales pero después se enteró que la esposa violentada regresó a su hogar y retiró las acusaciones a su marido. ¿Cómo multiplicar el mensaje de igualdad con historias como éstas? “La clave es no juzgar”, responde Reye sin tapujos.

“Amense a sí mismas, quiéranse a sí mismas”, en una entrevista de 35 minutos, Reye ha repetido estas dos frases cada que termina una idea. ¿Por qué la insistencia? “porque amarse a sí misma es el reto para lograr una igualdad”, contesta con la firmeza que la caracteriza y la mirada otra vez hacia el cielo.

Reye Vergara es mentora de la red de mujeres en Lomas de Tepeolulco donde el grupo con mayor vulnerabilidad de violencia, son las niñas con un 33 por ciento seguido de las adolescentes en un 24.5 por ciento y jóvenes en un 19 por ciento. Para las mujeres de su colonia, el riesgo más alto a sufrir algún tipo de violencia es la calle, el transporte público, la escuela y el trabajo, en ese orden. Para mejorar la seguridad, las vecinas proponen más policías, calles iluminadas, talleres de sensibilización e impartición de justicia pronta y expedita.

A Reye la acompaña Vicky, una vecina que antes de pertenecer a la red, no le simpatizaba mucho trabajar con otras mujeres porque por lo general siempre criticaban a las demás. Pero ahora se siente empoderada porque integra una red propositiva que le ayuda a ella y otras como ella a entender que la violencia de género no es normal. “Sí hay otra vida” dice Vicky mientras se agarra el vientre.

[b]¿Te imaginas un México sin violencia de género?[/b]
“Lo veo lejano pero pienso que en un mes daré a luz a una niña y tengo la esperanza de que a ella sí le va tocar un México en igualdad.


[b]¿Qué no volverías a permitir en una relación sentimental?[/b]
“Que alguien me violente sicológicamente, eso jamás”, responde Vicky.


[b]¿Qué no volverías a permitir?[/b]
“Que nos sigan sometiendo. Seguir patrones donde los hombres siempre tienen el poder, eso ya terminó”, contesta Bety.
¿Tú puedes?

“Yo puedo siempre que me lo proponga”, concluye.


[b]“Las mujeres no nos limitamos”: Xitlali, multiplicadora[/b]

Cuando Xitlali se enteró que su prima iba a estudiar pedagogía se molestó de sobremanera. Amigas desde la infancia y coequiperas en la secundaria, siempre discutieron lo que querían estudiar cuando terminaran la preparatoria. Xitlali optó por la enfermería y su prima año con año insistió en convertirse en una nueva administradora de empresas. Pero no ocurrió. Su mejor amiga veinteañera se fue a vivir con su novio y entre él y su abuelita, le hicieron cambiar de parecer. Quieren que su prima estudie pedagogía y punto final.

Xitlali cuenta con voz fuerte, cómo su prima, un año mayor que ella, no ha podido regresar a su casa ni visitar a su papá porque su novio no se lo permite. “Me molesta que le impongan decisiones y ella las acepte”, expresa la adolescente que cursa cuarto semestre de la Licenciatura en Enfermería de la Universidad de Durango.

Xitlali Itzel Ramírez tiene 19 años y cuando se inscribió en la universidad, no tenía para comprar el uniforme que debía portar en las aulas, hasta que el mismo vendedor le regaló el atuendo que hoy porta con orgullo. Con ayuda de un maestro de inglés, lee documentos y libros en ese idioma que todavía le parece extraño pero que está aprenderá porque “las mujeres no nos limitamos”.

En el Cerro de la Carbonera donde Itzel vive con su mamá y sus abuelos en la colonia Jorge Jiménez Cantú de Tlalnepantla de Baz, el robo a transporte público es una constante y le ha tocado ver a sus vecinas adolescentes, regresar de la escuela “sin zapatos o sin mochilas” porque se suben asaltantes a robar en las horas pico.

Xitlali es precavida. A pesar de estar en los dulces 19, se rehusa a acudir a fiestas nocturnas a las que la invitan con frecuencia sus amigos porque “me da miedo no regresar”. En cambio, prefiere ser multiplicadora, un peldaño que escaló desde el gobierno municipal de Tlalnepantla de Baz que la capacitó recientemente en prevención de violencia de género. Una multiplicadora como Itzel, tiene la tarea de divulgar de boca en boca, los conceptos aprendidos con otras mujeres para que sepan qué hacer en caso de ser víctimas de violencia de género.

Xitlali lleva días esperando poder hablar con su prima para explicarle que no es normal que su novio le prohíba visitarla.

Subida en la terraza de su tío, la adolescente da la espalda al Cerro de la Carbonera que parece la postal de un nacimiento con casas de colores pastel. Aquí las mujeres, están interesadas en ser capacitadas para aprender panadería, repostería y otras actividades que les permitan crear proyectos productivos. El de Xitlali es terminar enfermería y, con suerte, estudiar después negocios internacionales porque “las mujeres no nos limitamos”, repite con orgullo.

Aunque el panorama de la igualdad de género en un municipio como Tlalnepantla es adverso, para Xitlali conseguir un México inclusivo va por buen camino. Lo ve en su universidad donde cada día hay más hombres estudiando una carrera que anteriormente era catalogada como exclusiva de mujeres. Lo ve cada tres o seis años en las urnas donde salen a votar millones como ella. Lo ve en las casas donde ya hay mujeres y hombres que trabajan parejo por el sustento de sus hijos.

¿Cuáles son los retos de las mujeres jóvenes como tú?
“Aspirar a tener una mejor economía, más y mejor educación, no presentar embarazos a temprana edad, ser independientes”, contesta con seguridad.

Es en la universidad donde Xitlali pone a prueba sus conocimientos sobre violencia de género entre sus compañeras y “después ellas platican con sus mamás”, explica la adolescente sobre un círculo virtuoso donde compartirse información entre mujeres, así de boca en boca, se ha convertido en la clave para vencer el miedo, la indiferencia, la desigualdad.

Xitlali Itzel se imagina en diez años con varios estudios profesionales terminados, ayudando a las demás y todavía sin esposo e hijos. Subida en la terraza de su tío suelta una frase final: “si me caso, ambos tenemos que trabajar. No quiero que alguien con la mano en la cintura me diga vete porque esta es mi casa”.


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