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Edgar A. Santiago Pacheco
Foto: Rodrigo Díaz Guzmán
La Jornada Maya

Martes 16 de octubre, 2018

Las librerías son presente de la cultura escrita; temas, autores, editoriales, precios son indicadores, que con una mirada diferente, explican mucho del mundo que los rodea. Un acercamiento a los estantes de una librería de décadas atrás, nos mostraría la diferencia con nuestro presente, qué ideología permeaba a la sociedad, de qué país eran los libros que llegaban a la ciudad, quiénes vendían, cuál era la relación ideológica que se construía con países latinoamericanos y de otros continentes, cuyas ediciones campeaban en las librerías.

La reminiscencia de lugares como la Literaria, A.B.C, Burrel, Pluma y Lápiz, la Librería Selecta o Librería Santa Lucía la de la calle 60, entre 53 y 55, mucho nos dicen de procesos económicos que afectaron esta actividad y construyeron nuevas topografías de la ciudad.

Hacer un seguimiento de las librerías nos permitiría responder a preguntas, ¿cómo y en qué momento ciertas calles del centro de la ciudad de Mérida dejaron de ser el corredor cultural donde el interesado acudía a hacerse de sus lecturas?, ¿cuándo los alrededores de la plaza central o los bajos del palacio de gobierno abandonaron su vocación de receptor y distribuidor de letras?, así como cuestiones más finas sobre, ¿qué quería el lector?, ¿cómo se apropiaba de esos volúmenes con letras que le llenaban la mente y los sentimientos?, ¿cuáles eran sus posibilidades económicas para adquirirlos?

Si hemos de señalar las características fundamentales de las librerías, habría que empezar por su naturaleza comercial. Una librería existe para el acto presente de distribuir letras a través de la venta; su afán es cambiar constantemente sus contenidos; es líquida, en el sentido de estar fluyendo; no logra tener un pasado pues su destino es buscar lo nuevo, diferente, atractivo; su público, su gran éxito paradójicamente, es tener un gran número de libros el menor tiempo posible, lo contrario, acumular libros, es estar destinada al fracaso y la desaparición. Su naturaleza apunta a lo efímero.

Las bibliotecas son como las librerías, brújulas culturales que guían hacia la tradición, reciben la estafeta de las librerías de tomar el presente y guardarlo –falacia sin duda-, organizarlo y tenerlo para usar, acumular la historia es su referente en un marco de utilidad social. Tal es el sentido de su existencia.

Si bien en algún momento puede decirse que son hermanas del mismo padre, pues contienen y hacen accesible un producto cultural, no podrían tener madres más diferentes. Su naturaleza termina por enfrentarlas, en la librería está el texto salvaje que es capturado y se vende al mejor postor; en la biblioteca la bestia es domada, se deja acariciar y se aleja de su hogar en manos de un lector ansioso, pero siempre vuelve para continuar su relación con la manada, incluso ahora, es posible palparla y conocer sus secretos a través de miradas mediatizadas por un monitor.

Las librerías y bibliotecas siempre han sido referencia en Yucatán, entre estas últimas se han modificado nombres, lugares de funcionamiento y adscripciones institucionales, pero sus orígenes de prosapia se mantienen; tres son las principales, que hoy en día todavía muestran sus hondas raíces en el tiempo: la Biblioteca Central Universitaria de la UADY, que con justicia debería llevar el nombre de Rodolfo Ruz Menéndez; La Biblioteca Pública “Cepeda Peraza”; y la Biblioteca Crescencio Carrillo y Ancona, ahora parte de la Biblioteca Yucatanense.

Sobre el punto de los primeros comerciantes especializados en el libro en Yucatán, a lo más que hemos llegado es a identificar en nuestras excavaciones archivísticas a un joven de oficio librero que en el año de 1809 se reporta como habitante del centro de Mérida, D. diego de Montero, natural de Malaya, reconocido como español de 23 años, casado y sin hijos, “hombre útil de segunda clase”. A partir de él se podría construir una genealogía libresca de largos alcances, con apellidos como Rada, Espinosa, del Castillo, Cantón, Burrel, y un largo etcétera que hasta hoy sigue teniendo referentes. Por ello, si se quiere irrumpir en la selva de los libros, en las librerías y ferias librescas, como nuestra FILEY, se tiene una oportunidad sin igual, de explorar, conocer y obtener el texto oculto entre la numerosa floresta.

Las bibliotecas, por su parte, seguirán capturando a los textos para domesticarlos, cuidarlos y hacerlos accesibles a las generaciones futuras, aun siendo víctimas de los presupuestos escasos. Por ello no podemos dejar de señalar la importancia de librerías y bibliotecas para orientar el recorrido histórico de los caminos de la cultura escrita.

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