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Óscar Muñoz
Foto: Rodrigo Díaz Guzmán
La Jornada Maya

Martes 16 de octubre, 2018

Nadie puede negar que los museos son espacios donde se exhibe obras de arte para el deleite estético y en los que es posible realizar actividades educativas. Desde finales del siglo XIX, los museos de arte comenzaron a impulsar acciones de carácter didáctico, lo que ha persistido con ciertos ajustes en el camino hasta la actualidad; sin embargo, en esta imbricación de enfoques museísticos, la narrativa estética se ha mantenido siempre por encima del proceso educativo.

Desde la perspectiva de la filosofía estética, de la cual emergió el movimiento estético implementado desde principios del siglo XX, el museo de arte fue entendido como un espacio para fomentar el buen gusto y relajar de las tensiones de la vida cotidiana. Además, el museo de arte ha sido reconocido, en su capacidad democrática y unificadora, en una sociedad culturalmente diversa, como una institución que podría ayudar a crear “una identidad por encima de los intereses de clase, (…) una cultura superior oficial e institucionalizada”, según Carol Duncan.

En este contexto, el museo de arte ha sido entendido como un templo sagrado donde el público es invitado a contemplar la belleza artística, como en un rito, y no como un espacio donde es posible aprender a partir de las obras, incluso llegar al grado de la crítica y la desaprobación. Aún hoy las obras de arte son aisladas en este espacio de protección casi místico para ser así enaltecidas en su sacralidad. Y esto porque muchos han creído que estos “objetos sagrados” tienen la fuerza de elevar el espíritu de quien las contempla. Al presentar las obras en un escenario formal, como las salas del museo, éstas se transforman en arte elevado.

Ahora bien, respecto de la educación en los museos de arte, desde la perspectiva estética dominante, se ha pensado que la mejor forma en que un museo puede desarrollar su misión educativa sería tan sólo coleccionando y exhibiendo obras de la mejor calidad estética. Ante esta situación, la educación es considerada implícita, ya que tan sólo por mirar las obras de arte se cumple el objetivo educativo de civilizar y culturizar a los públicos. Además, lo más ridículo es que muchos consideran que no debe realizarse otro tipo de educación porque, al descender al nivel de la gente, se crearían más problemas que beneficios. En el fondo de todo, mientras persista este enfoque estético, no será posible lograr que éstos sean espacios idóneos para la educación.

En esta situación se encuentra la mayoría de los museos de arte de este país, en particular los de Yucatán, los cuales operan bajo el esquema del recinto sagrado del museo y no como el aula magna de los aprendizajes más sólidos. En estos espacios, la educación es considerada la función secundaria de los mismos, según lo señaló Benjamin Ives Gilman en 1918: “el museo de arte es principalmente una institución de cultura y sólo secundariamente un lugar para el aprendizaje… El disfrute es el principal objetivo de los museos de arte, la instrucción un objetivo secundario…” Increíble que, un siglo después, este enfoque continúe vigente y que nadie se detenga a revisar siquiera si conviene o no seguir con esta perspectiva.

Usted podría dar una vuelta a alguno de los museos de arte en Yucatán para darse cuenta de la vigencia de este enfoque. Los museos yucatecos han seguido la filosofía estética al ofrecer actividades educativas, aunque tendientes a fomentar y facilitar la contemplación de las obras. La creencia principal en este museo sigue siendo la misma: que las obras “hablan por sí mismas”.

Esta idea sobre el museo y la comprensión artística adquirió importancia cuando tuvo auge el formalismo como forma de “leer” y explicar el arte, a mediados del siglo XX; sin embargo, esta concepción ha envejecido porque hay tendencias educativas novedosas y más convenientes.

El día de hoy no es extraño identificar, en la mayoría de los museos de arte de México, la persistencia de la filosofía estética dominante sobre la educativa, aunque bajo nuevas formas y teorías. Por ejemplo, existe la tendencia educativa de corte visualista vinculada con la filosofía estética, que considera un acercamiento de las obras de arte basado en “sólo mirar”, con lo que es rechazado el manejo de información que contextualice las obras. Este método surgió en los años 90 y persiste hasta la actualidad. Esperemos que los nuevos gobiernos, el estatal y el federal, hagan una revisión de los enfoques que persisten en los museos, principalmente los de arte.

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