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Francisco J. Rosado May
Foto: Notimex
La Jornada Maya

Miércoles 21 de noviembre, 2018

Después del foro sobre el tren maya en Mérida y de la consulta sobre la creación del Instituto Nacional de los Pueblos Indígenas, ha resurgido una discusión que pensé ya estaba resuelta: ¿pueblos indígenas o pueblos originarios?

La confusión, argumentan algunos, es porque un pueblo puede ser originario, pero no indígena. Por ejemplo, el municipio de San Nicolás de los Garza en Nuevo León, el más rico del país, con un PIB de 26 mil 636 dólares por persona (según Standard & Poor’s) tiene población originaria de ahí; pero ni el municipio ni sus habitantes existieron en épocas precolombinas. Entonces las personas con este argumento prefieren usar el término de pueblos indígenas, no el de pueblos originarios.

El concepto de indígena tiene sus orígenes en el siglo XVI, cuando los españoles se vieron obligados a darle un nombre genérico a los habitantes del lugar que conquistaron. Para ello se basaron en el latín, lengua madre del español, combinando la palabra “inde”, que quiere decir “del país o región”, con la palabra “genos” que quiere decir “nacido u originario”. La palabra indígena, entonces, no tiene relación con la palabra “indio”, palabra que refleja la confusión original de Colón que pensó haber encontrado una ruta occidental a la India. Pero en el imaginario de demasiadas personas, esta diferencia no se detecta.

Aun en pleno siglo XXI tenemos la confusión de términos. El sentido, percepción y uso de una palabra no está dada, lamentablemente, por su etimología sino por la intención que el uso de la palabra trae consigo. Esto en parte explica el racismo, discriminación, falta de respeto, hacia los indígenas borrando el legado cultural y cognitivo acumulado durante milenios.

El movimiento zapatista de los años 90 del siglo XX y otras luchas sociales que se habían acumulado en Latinoamérica en años previos, sentaron las bases para usar otra palabra que exprese la esencia de los pueblos indígenas, pero sin la carga negativa de percepción en su uso. Esa palabra fue: “pueblos originarios”.

Quizá esa misma forma de pensar existió cuando en otros idiomas acuñaron la palabra “aborigen” o “nativo” o “local”, todas tratando de establecer una palabra que defina un concepto: la diferenciación del “otro”, en sentido figurado para un conjunto de personas, que no tiene en su bagaje cultural los mismos elementos que tiene la cultura occidental.

Recordemos que fueron los propios europeos quienes se autodenominaron como “occidentales” (ver el libro de Octavio Ianni, La occidentalización del mundo) usando esa percepción en el proceso de colonización que agresivamente hicieron para imponer su visión de “civilización” y mantenerse, así, como diferentes de los pueblos conquistados.

De acuerdo con estudiosos en la materia, la cultura occidental se sustenta precisamente gracias a esa diferenciación, como si fuera una aplicación del dicho “divide y vencerás”. La diferenciación es un elemento crítico para justificar el individualismo, forma de integración en una sociedad que es diferente al del colectivismo que caracteriza a los pueblos no occidentales. Otro elemento es la propiedad privada, occidental, versus propiedad comunal, indígena.

Los elementos antes mencionados son muy importantes para el tema de la consulta pública, libre, previa, informada y culturalmente pertinente. No es lo mismo hacer una negociación con una persona que posee la propiedad privada de un territorio que hacerlo ante una comunidad que percibe al territorio como un bien común.

No entender estas diferencias ha generado corrupción, manipulación simulación, amenazas, e incluso muertes. Y aquí los políticos tienen mucha responsabilidad, cuando toman decisiones que no tienen sólidas bases de entendimiento de procesos sociales y culturales. En este sentido la educación intercultural cobra una importancia relevante en el desarrollo de nuestra sociedad.

Para organismos y acuerdos internacionales el término de “pueblos indígenas” prevalece sobre el de “pueblos originarios” haciendo prácticamente sinónimos ambos términos cuando se refieren a las diferencias culturales entre sociedades.

El Acuerdo 169 de la OIT, por ejemplo, acepta el concepto “indígena” desde la versión de 1989. Ha habido intentos de dar uniformidad a las personas, bajo los términos de “equidad”, “igualdad”, pero no han funcionado, sino que ha prevalecido el “reconocimiento del otro”. Actualmente el Acuerdo 169 de la OIT usa el término “pueblos indígenas”.

Para la cultura occidental la idea de igualdad social está cada vez más presente en el imaginario de su sociedad, pero en un contexto de “reconocimiento del otro”, en el que el otro es el indígena. Los pueblos indígenas, por su lado, tienen una idea que combina semejanza con diferencia; es decir no hay dos cosas iguales, pero sí pueden ser semejantes, esta es una realidad que se da en forma simultánea e inseparable y explica la visión comunitaria que caracteriza a los pueblos originarios.

En conclusión, en la consulta del tren maya participarían pueblos indígenas, o bien, pueblos originarios, sinónimos para efectos prácticos.

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