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La Jornada Maya
Foto: Fabrizio León Diez

Jueves 13 de diciembre, 2018

En la línea está el futuro del país, está en juego si se mantiene -o no- la división de poderes; sin embargo, el debate de fondo de esos temas fundamentales, se ha reducido a una discusión construida alrededor de un tema casi irreal y ridículo: el sueldo de los ministros de la Corte y de los jueces del Poder Judicial.

Seamos un poco duros, a quienes encabezan la Suprema Corte pareciera que les ha hecho falta un poco de malicia y realismo sobre los crudos tiempos que vivimos: se han dejado encajonar en un tema simplón -su salario- y se han escudado en medidas y recursos jurídicos, que así sean legítimos, resultan muy técnicos para que lo entienda el grueso de la población. Han respondido como abogados de gobierno aislados del sentir social y no como parte de uno de los Poderes del Estado Mexicano, uno soberano y autónomo; han pensado en chiquito y no necesariamente han pensado en la Nación.

En un país donde el ingreso medio de una persona que trabaja es de 10 mil 500 pesos mensuales, es indefendible que un ministro gane 30 veces esa cantidad, y probablemente gane mucho más si le ponemos aguinaldos, compensaciones y otras bagatelas.

Es indefendible no porque esté mal per se (un buen abogado requiere una buena remuneración); es indefendible porque resulta ridículo que el Poder Judicial escoja defender su autonomía en el campo de batalla de los salarios. Es suicida. Los van a crucificar. La caricatura política se dibuja sola ante el grueso de la población. Esa batalla está perdida y, peor aún, no se han dado cuenta que, si la Corte llegara a ganar esa batalla, perdería la guerra por el equilibrio de poderes en el país. Sería el sinónimo proverbial de una victoria pírrica.

Al Poder Judicial está cayendo redondito en una trampa de su propia autoría. Si el Poder Judicial es reducido, ante la opinión pública, a ser medido en su relevancia y legitimidad por el mero tema salarial, el Poder Judicial se va a convertir en el enemigo público número uno del electorado. Un sector que quiere -con razón o no- castigar al gobierno y los gobernantes por sus privilegios de siempre.

Defender la autonomía de la Corte empezando por los salarios, es empezar muy mal.

En esa mescolanza del humor social reinante en México, van los jueces y ministros, les guste o no, sea justo o no. Cuando un juez se ampara para mantener su salario, la gente de a pie lo que ve es a un “poderoso de siempre” retorcerse para proteger sus privilegios, usando “cínicamente” ideas abstractas e intangibles como la Constitución y la autonomía del juzgador.

Si el Poder Judicial mantiene sus salarios y a cambio de eso se erosiona políticamente y pierde altura moral frente a la ciudadanía, entonces no podrá hacer valer ni una sola de sus resoluciones, será visto como enemigo de lo que es bueno para México y entonces sí, tanto el Poder Ejecutivo como el Poder Legislativo, podrán quitárselo de encima. Esa Corte de tremendos salarios, será una tremenda corte incapaz de ser la instancia última de las decisiones de fondo y, por tanto, la Constitución será lo que diga quien trabaje en Palacio Nacional hoy o mañana.

Hay que pedirles a los ministros que sean patriotas y generosos, que aprecien mejor la circunstancia de tiempos llamados a dejar huella profunda en México ¿De verdad van a destruir la credibilidad del Poder Judicial por mantener sus sueldos?

¿Por qué no reducen sus salarios y prestaciones, la de ellos 11 y las del Consejo de la Judicatura, para poder defender el sueldo digno de los demás?, ¿en serio la autonomía del Poder Judicial y todo el entramado institucional que se la logrado en las últimas décadas para que nazca la verdadera división de poderes, se va a consumir en un árido debate por unos cuantos pesos?

El respeto al Poder Judicial debe empezar en la Suprema Corte, la división de poderes vale más que unas cuantas monedas. Que se respete al Poder Judicial, las decisiones y remuneraciones de los jueces, pero que los sueldos en la cúpula se ajusten a las nuevas realidades y al nuevo tiempo, por el bien de todos.

*El papel arde a los 233 grados centígrados, tal como lo hace en la inmortal novela de Ray Bradbury, Fahrenheit 451.

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