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Margarita Robleda
Foto: Rodrigo Díaz Guzmán
La Jornada Maya

Viernes 21 de diciembre, 2018

Al parecer, el año tiene prisa por terminar. Los días vuelan cargados de carreras locas a ninguna parte. Al final de ellos, tenemos la sensación de no haber hecho todo lo que teníamos planeado, a pesar de haber “sacrificado” situaciones que “sabemos” más valiosas: lo inmediato atropella a lo importante. El dinero nos pica en las manos. Pareciera que tenemos urgencia de “gastarlo” ¿en qué? ¡En lo que sea! Sobre todo, si es algo que puede despertar sentimientos envidiosos a nuestro alrededor, aunque después, ¡oh paradoja! No sepamos qué hacer con él.

¿Dónde quedó la magia de esta época?, ¿la preparación con las coronas de adviento?, ¿el pedir posada para ir preparando el corazón, para reunirnos en familia y pasar la tradición a los nuevos integrantes de clan? Donde la traducción de la palabra navidad es el nacimiento de un niño, hace más de 2000 años, cuya historia nos propone: “Paz a los hombres de buena voluntad”, en lugar del personaje central de esta época que viste de rojo y en medio de los “jo, jo, jo” y los “jingles bells”, nos presiona a comprar y comprar, lo que sea, para dárselo a alguien que no sabrá dónde poner y recibir a cambio, algo que tampoco nosotros sabremos dónde esconder.

Tiempos de excesos. Excesos de prisa, de presiones sociales, de actividades, “de cumplir” lo que se espera de nosotros; de necesidad de vernos todo lo que no nos vimos durante el año; de quemar cohetes que aterrorizarán a las mascotas, donde prenderemos fuego a nuestro dinero y con esto, contaminaremos el aire y nuestro sentido acústico. De comer y comer, de beber y beber, como los peces en el río, sólo que ellos no padecen, al día siguiente, la resaca del alcohol y del hastío; de caminar y caminar en búsqueda de algo indefinible qué regalarte, envolverlo con un costo casi similar al regalo, envoltorio que se irá de inmediato a engrosar las toneladas de basura que contaminan nuestro planeta y que a partir del día 25 -en el agotamiento físico, la cartera vacía, las deudas, la cruda realidad, y la recuperación de un ápice de sentido común-, juraremos que nunca más caeremos en el juego orquestado por la mercadotecnia, pues la realidad es que, el verdadero regalo que nos dimos, es el tiempo que disfrutamos juntos.

¿Dónde quedó Belem? Independientemente de las creencias personales, navidad solía ser un espacio de recogimiento donde las personas preparaban su corazón al nacimiento del hombre nuevo. La cercanía del fin de año nos invita a hacer una evaluación del tiempo transcurrido. No podemos negar la intensidad a nivel político y social del año a punto de terminar. Cada quien sabe lo vivido y su costo; las preguntas, sinsabores, temores, soledad y desesperanza, sueños y logros, de metas alcanzada que cargamos.

¿Qué tal detener la carrera loca y recuperar junto con el aliento, la conciencia de ser?, ¿esto es lo que quiero? Si es así, adelante, disfruta tu elección. Si no, abre el cofre de la memoria, mira el menú de opciones, elije lo que desees y no esperes la aprobación. Los regalos se hacen cuando quieras, a quien quieras -si es que quieres-, lo que quieras. El mejor regalo que nos podemos hacer es la conciencia de ser y de estar. De compartir la mesa, la charla, el morral y la vida con quien deseas hacerlo; de recuperarnos y llenarnos de esperanza; que somos un todo y nuestro paso no fue en vano. Entonces sí, ¡feliz navidad!

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