Paul Antoine Matos
Foto:Jafet Kantún
La Jornada Maya

Mérida, Yucatán
Viernes 28 de diciembre, 2018

La casa número 501 de la avenida Colón fue construida para durar medio milenio. Resiste al paso del tiempo. Sus cimientos soportan el calor sofocante de la península de Yucatán, los huracanes del Atlántico y las inesperadas trombas con granizo. Pero también resisten el crecimiento urbano de Mérida, la voracidad empresarial y las políticas públicas insaciables.

Aún en pie, se acerca al primer siglo de su construcción. Estela Ruiz Milán, la niña que hace 75 años se mudó a la Ciudad de México, está tan segura de la firmeza de su primer hogar por el simple hecho de que su padre la construyó.

“Si mi papá la construyó, no se cae nunca. Durará cinco siglos”, dice Estela Ruiz con la misma solidez que poseen los muros de la casa, mientras desayuna unos huevos motuleños en el centro de Mérida.

Es cierto. Las manos del abuelo de Juan y Carmen Villoro la moldearon de tal modo que ha soportado casi un siglo de cambios en el paisaje urbanístico, político y social de Mérida. Hoteles, visitas presidenciales, huracanes y repavimentaciones son los elementos que la casa ha atestiguado durante ese tiempo.

Opacada por la construcción del Centro Internacional de Congresos a unos metros, la casa no perdió la luz de antaño, pero sí la vida cotidiana. Abandonada, la dejaron en pie para vender souvenirs artesanales que los mayas modernos crean para subsistir. Sin embargo, el proyecto nunca se concretó.

Con el cambio de administración en el gobierno del estado, se decidió rentar como espacio comercial. Un grupo de cerveceros artesanales yucatecos, los creadores de Patito, decidieron establecer su cuarto restaurante[i] Hermana República[/i] ahí.

El terreno pertenecía a Gonzalo Milán, quien se la otorgó a su hermana, Estela Milán Nicoli, cuando se casó con Juan Ruiz el 3 de diciembre de 1923. Su padre, un autodidacta que migró de España a los 12 años, fue el primero de una familia de ovejeros que se interesó en la literatura. Ese aprendizaje por voluntad propia le permitió adquirir conocimientos para la construcción.

Al nacer Estela Ruiz Milán, el 7 de octubre de 1933, su padre construyó el segundo piso y las escaleras. En uno de los cuartos de arriba, ella leía El tesoro de la juventud, una colección de libros, una gran enciclopedia compuesta por historia natural, de América Latina, países de Europa y de Asia, poesía y las respuestas a preguntas de la época.

La casa de la avenida Colón durante la década de 1930 se encontraba en los límites de Mérida, recuerda. En la esquina con la calle 62 había un establo de vacas el cual era visitado por ella con apenas dos años, la misma vialidad era la ruta que viajaba hasta Progreso.

A la Plaza Grande, dice, el viaje era en “Gua Gua” y coches de caballo por las calles 60 y 62, que eran de doble sentido. Iba a la Catedral a tomar sus clases de catecismo, a cargo del padre Arturo José Arias Luján, donde notó las injusticias sociales.

Estela aún recuerda a los vecinos que vivían en la zona. Los Puig, con sus hijas Anita y Eugenia, la casa don Porfirio, una casita con Víctor y Manuel, los Cámara Peón y los Juanes. Nombres de familias de alcurnia del Yucatán henequenero.

Por las mismas escaleras que fueron construidas al nacer Estela, años más tarde, Beatriz Salazar se lanzaría en carros de alambre; los Ruiz Milán vendieron la casa a los Salazar el 20 de noviembre de 1942, cuando la familia se mudó a la Ciudad de México.

En el mismo paredón donde Estela jugaba con una pelota, Betty proyectaba películas y jugaba en un árbol de mango, flamboyán y de caimito que fueron sembrados por Estela Milán. La mata de mango fue calcinada por un rayo.

En 1982, Estela retornó a su hogar en Mérida. Se encontró con la madre de Beatriz Salazar. Observó el gallinero de su infancia: ahora era un garaje.

Su hijo Juan visitó la casa seis años más tarde. Los Enríquez modificaron la casa al construir un arco para tener más espacio, se justificó la madre de Beatriz. Pidió perdón al escritor.

Hasta 2012 la casa fue habitada por la familia, pero en 2015 la adquirió una empresa y luego el gobierno estatal.

La casa fue comprada por la empresa Prodema el 7 de agosto de 2015 y el 2 de octubre lo revendió al gobierno yucateco.

Prodema ha sido señalada como parte de los presuntos proveedores fantasmas utilizados por el gobierno de Rolando Zapata Bello en el esquema de contratación de servicios de salud al cotizar en más de 23 millones de pesos un “estudio de seguridad estructural de los hospitales de la SSY para la implementación del programa Hospital Seguro”. Prodema expidió tres facturas con fechas de 2016 correspondientes a ese contrato.

Este edificio sería remozado para exponer artesanías en conjunto con el Fondo Nacional para las Artesanías (Fonart), pero el proyecto no se concretó. Luego, en octubre de 2018, ingresó la administración de Mauricio Vila Dosal que rentó el espacio comercial al restaurante Hermana República.

Perdió su color amarillo y fue repintada por un azul celeste. El muro y la reja que la rodeaba fueron removidos para que el espacio se compartiera con la explanada del Centro Internacional de Congresos.

Javier Muñoz Menéndez, El Bonch, arquitecto yucateco, también vecino de la García Ginerés, fue el encargado del proyecto para restaurar y rescatar la Casa 501 de la avenida Colón y convertirla en la nueva Hermana República. Se inauguró el jueves.

“Pertenece a una época distinta del tiempo, posporfiriato, una pequeña casa que quedó inmersa en el proyecto del Centro Internacional de Congresos y los hoteles de Mérida”, declara El Bonch Muñoz.

“El interior se respetó en su totalidad, solo se tiró un pequeño muro que no era original, sustituido con una viga, y la capacidad optimizada con una gran barra como ícono de Hermana República y las estancias arriba”, indica.

Estas propiedades le dan valor a la ciudad, puede ser uno arquitecto contemporáneo comprometido con la modernidad, pero no por eso será uno irrespetuoso, enfatiza.

Era una casa impecable, que no estaba muy alterada, y es un lugar icónico para mostrar las diferentes etapas de la historia de Yucatán, que se conserva como una muestra maravillosa de lo que sucedió en Mérida en los cuarentas y cincuentas, destaca.

Con su nombre, Hermana República hace un homenaje involuntario a una familia formada por miembros de dos regiones unidas por intentos de independencias fallidas, de países que no fueron pero que son territorios distintos: Luis Villoro, el filósofo catalán, y Estela Ruiz, la escritora y psicóloga yucateca.

La Casa 501 de la avenida Colón se sostiene con otros colores. Ya no será habitada, ahora servirá cervezas y cochinita a los turistas del mundo que la rodea. Pero la palmera que dio nombre al libro de Juan Villoro todavía está en la terraza exterior. El viento que se va, acaba de volver.


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