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Otto Von Bertrab
Foto: La Jornada
La Jornada Maya

Las compras de pánico de gasolina en el país solo han ayudado a poner en duda la estrategia para detener el robo de combustible. Durante el último mes pasamos del estado de emergencia ambiental en cuanto a calidad del aire a tener que dejar de conducir vehículos de combustión por necesidad solidaria de ahorro, debido a la amenaza de desabasto.

Yo me pregunto: ¿preferimos gasolina o aire puro? ¿No es acaso nuestra adicción a las gasolinas la principal fuente de contaminación? En lo personal yo definitivamente prefiero aire limpio, el principal medio de energía para el ser humano es el aire; podemos vivir meses sin comida, días sin agua, pero tan solo un par de minutos sin aire.

Dejando de lado la salud humana y medioambiental, lo que sí puedo afirmar es que esta semana que pasó gasté una cuarta parte de la gasolina que normalmente consumo. La alarma de falta de abastecimientos provocó que fuera más consciente de mi forma de traslado y los resultados fueron de verdad positivos para mi economía personal.

Primero comencé a manejar bien; sin acelerones innecesarios, aprovechando la velocidad para soltar el pedal de combustible, circulando a velocidades moderadas sin pretender tener prisa. También planeé los traslados con mi familia para evitar que dos vehículos fueran en paralelo, tratando de llevar a uno o varios miembros de mi familia a la vez y evitar el uso innecesario de gasolina. Para prevenir vueltas innecesarias organicé mejor los quehaceres del día para que, en una sola salida, poder realizar todos mis pendientes en el camino. No sólo fui eficiente en el consumo de gasolina: también mejoró mi efectividad personal y laboral.

En trayectos cortos utilicé la bicicletas y al hacerlo me di cuenta que la mayor parte de los recorridos cotidianos son en efecto cortos; ahorro en combustible y en tiempo de traslado y espera; evito congestionamientos y cuotas de aparcamiento. Es un hecho que en áreas de tráfico intenso es mucho más rápido moverse en bicicleta –incluso caminando– que formando parte de esos ríos de coches encendidos que avanzan a vuelta de rueda.

Si algo he aprendido esta semana es que soy adicto a la gasolina, soy miembro de esa generación que piensa que tener un vehículo es el lujo más grande que una persona se puede dar, pero hoy me doy cuenta que muy fácilmente puedo reducir mi consumo; hacerlo no implica un sacrificio: es un proceso de mejor planeación, mejor organización y mejor conducción. Bajar el consumo de gasolina es una de las mejores prácticas ambientales, de movilidad y de salud pública.

Me quedo con mantener este estado de alerta; seguiré ahorrando ya que no sólo beneficio a mi salud y al medio ambiente, sino que dejo de ser uno más en el tráfico y ayudo a mi economía familiar.

Entiendo que mucha gente está muy preocupada, pero si con estas acciones se va a evitar el robo al Estado, se va a eliminar la corrupción y como producto secundario se genera una mejor cultura vial y se disminuye la contaminación, yo personalmente aguanto lo que sea necesario. Creo que ya viene siendo tiempo de apagar los motores y comenzar a disfrutar de la vida sin pretender que estar la mitad del tiempo tras un volante es calidad de vida.

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