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Rodrigo González
Foto: Notimex
La Jornada Maya

Viernes 18 de enero, 2019

Spike Lee tiene una fantástica habilidad para politizar absolutamente todo lo que toca. Es casi imposible encontrar en sus más de ochenta títulos como director (cortometrajes, documentales, películas, videos), alguna historia donde no esté presente la lucha por los derechos civiles, la esclavitud en Estados Unidos, la desigualdad, la brutalidad policial o el racismo. En uno de sus primeros cortometrajes, [i]The Answer[/i] (1980), hace una dura crítica a la infame [i]The Birth of a Nation[/i], de D.W Griffith y es a partir de ese momento que el cine de Lee se debate entre la política, la música, los derechos civiles, el racismo y la desigualdad aún presente en Estados Unidos.

En [i]El infiltrado del KKK[/i] Spike Lee vuele a poner el dedo en la llaga de una manera elocuente y tremendamente absurda. Ron (John David Washington), un oficial de policía afroamericano logra infiltrarse en el capítulo del Ku Klux Klan de Colorado Springs con la ayuda de su compañero Flip (Adam Driver, fabuloso), un judío no practicante. De nuevo: un policía afroamericano y su compañero judío logran infiltrarse en el KuKlux Klan.

Poco a poco logran acceso total a esta célula del grupo supremacista más peligroso en la historia de Estados Unidos, descubriendo y desmantelando planes de posibles atentados y logrando gracias a su labor aportar algo significativo y valioso a su comunidad.

En apariencia tenemos una historia muy sencilla que cumple con el molde clásico de la comedia policiaca y con los arquetipos conocidos: el jefe de policía blanco e inepto, el policía corrupto, el novato con ganas de cambiar el mundo, los compañeros viejos lobos de mar que se vuelven sus compinches, el interés romántico que aborrece todo lo que nuestro héroe representa. Pero no nos engañemos, a pesar de que la película puede pasar por una comedia policiaca más con un aventurado toque social y aderezada con dejos de chistes absurdos por aquí y por allá, no es tan simple como parece. Entre líneas, Spike Lee logra esconder situaciones mucho más complejas que solo regalar el chiste racial inmediato, como cuando escuchamos el plan del líder supremo del KKK David Duke (Topher Grace, de alarido) diciendo que algún día uno de ellos ocupará la Casa Blanca y remata su grandiosa idea con un “we will make America great again”. Entonces, sin retraso, la imagen de Donald Trump aparece en la cabeza de todos para cortarnos la risa de un solo golpe.

Es esta habilidad la que pone a Spike Lee en un sitio aparte. Él sabe que el tema más complejo en Estados Unidos es precisamente el de la esclavitud sobre la cual se fundó la prosperidad de ese país, el racismo y la lucha por los derechos civiles. Una historia que se repite en la población afroamericana y que pernea hoy en día a todas las minorías étnicas. Y sabe también que la risa desnuda, sin apologías y sin permisos tiene un efecto más duradero que la propaganda. Por eso deja que sus personajes hablen con soltura, nos hace sus cómplices y nos pone de su lado gracias al absurdo que compartimos con ellos. Nos reímos cuando los supremacistas afirman poder reconocer a una persona de color hablar por teléfono solo por la manera en la que pronuncian las palabras y luego nos damos cuenta que es gracioso porque es cierto, porque hoy en día aún hay personas que viven bajo esta percepción torcida de la superioridad étnica.

Sumamente aguda, logra que la risa cale. Y esta agudeza que yace perfectamente bien fundamentada en un inteligentísimo guión escrito por Charlie Wachtel, Spike Lee, David Rabinowitz y Kevin Willmott, es la que hace que este trabajo funcione en dos direcciones que podrían ser opuestas: por una vía se cuela en el circuito comercial por ser una comedia ligera sobre un policía de color en una situación imposible -aunque basada en una historia real- y por la otra, asesta un golpe brutal de crítica social al actual régimen del presidente Trump y lo llama por lo que es: un cerdo racista, misógino, ignorante, fascista y supremacista, aunque nunca usa ninguna de esas palabras para referirse a él.

Es de aplaudir el trabajo de Spike Lee, y es esperanzador saber que en tiempos turbulentos, de cambios tan radicales, tan violentos, de pugnas y de vaivenes políticos y sociales siempre existe en el arte, en la comedia y en la inteligencia la oportunidad de no perder el rumbo, de no cegarnos, de seguir siendo contrapeso de aquellos que ostentan y ejercen el poder.

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