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Felipe Escalante Ceballos
Foto: Fernando Eloy
La Jornada Maya

Miércoles 6 de marzo, 2019

A fines del siglo XIX, desde su natal Cuba, los muchachos Urzaiz Jiménez trajeron a Mérida un juego en el que se empleaban bates, pelotas y guantes. Los jóvenes inmigrantes practicaron por primera ese entonces desconocido deporte -al que ahora el Diccionario de la Lengua Española asigna el nombre de béisbol- en un terreno cerca de su domicilio en el barrio de Santiago.

Poco a poco el pasatiempo se volvió el más popular en la península yucateca, al grado de cambiar las costumbres de nuestro pueblo, pues, para protegerse de los rayos solares, los humildes campesinos sustituyeron sus sombreros de palma por gorras de béisbol.

Mi primer contacto con el popular entretenimiento fue a fines de 1949, poco antes de cumplir cinco años. Una tarde mi padre, cronista deportivo de un periódico local, me llevó al Estadio Salvador Alvarado para entretenerme mientras él anotaba las incidencias del juego. Los participantes en ese encuentro eran los equipos Estrellas Yucatecas y Pericos del Mérida, integrantes de la inolvidable Liga Peninsular de Béisbol.

Quedé impresionado por el vistoso espectáculo y la algarabía de los espectadores. El partido culminó con un triunfo de las Estrellas Yucatecas. Los nombres de algunos equiperos se me grabaron en la memoria por toda la vida, como los de los lanzadores: el cubano René Tata Solís, por las estrellas; y Rodolfo Mulo Alvarado, por el Mérida; y el zurdo Conrado Babalú Pérez, jardinero de color y cubano de origen, que defendía el jardín derecho de los Pericos.

Como aficionado, mis ídolos infantiles fueron varios jugadores de los distintos equipos participantes en la justa, sin ser partidario de ninguno. Lo mismo disfrutaba de un cuadrangular de Alberto Alá, tercera base de los Pericos; una atrapada a todo correr de Pepe Adam, jardinero derecho de los Piratas de Campeche, y los ponches propinados desde la loma de los Cardenales de Motul por el velocista cubano Fernando Rodríguez, a quien por su descontrol llamaban Trompoloco, pero era un espectáculo verlo lanzar.

Para mí, niño menor de 10 años, ir con mi padre al Carta Clara era una aventura. Desde temprana hora, con la libreta de anotación en una mano y la otra sujetándome para no me extraviara, don Felipe me llevaba por la calle 60 de nuestra urbe, desde el edificio del Diario de Yucatán, hasta su cruzamiento con la calle 61, al costado norte de la Catedral emeritense.

Allí salían los autobuses con destino al campo de juego. Aún recuerdo las voces estentóreas con que los conductores y despachadores de los vehículos del servicio urbano llamaban a los aficionados: ¡A la pelota! ¡Pelota! ¡Pelota! ¡Directo a la pelota!

Gran emoción era para mí subir al medio de transporte, el cual pronto estaba colmado de personas ansiosas de sanas emociones. En mi mente ya me veía sentado cómodamente en el parque beisbolero para disfrutar de las bellas jugadas del apasionante deporte.

La gente se arremolinaba para abordar los autobuses, pero no había problema. Las [i]wawas[/i], como se les dice en Cuba, salían una tras otra, sin tiempo de espera en la terminal o, mejor dicho, paradero. Todos llegaban puntualmente al estadio.

Por el trabajo periodístico de mi padre, quien a través de los años llegó a ser el afamado escritor deportivo Juan Brea, desde muy pequeño tuve acceso a la caseta de prensa y radio del Parque Carta Clara.

Allá conviví con figuras de la narración deportiva local, como don Rolando Bello González Landoro -para mí el mejor cronista de todos-; el dinámico George White, como le decían a Jorge Blanco Martínez, cuya imagen contemplé muchos años después en el Salón de la Fama del Béisbol de Monterrey; y Jorge Abraham Rodríguez, a quien el presentador radiofónico anunciaba como el pimentoso Primo Abraham.

Algunas ocasiones Landoro llevó a la caseta a un niño de uno a dos años menor que yo, el hoy conocido comentarista político Alfredo Jalife-Rahme, quien era muy callado, al parecer porque aún no hablaba el castellano.

En ese espacio destinado a la prensa y radio conocí también a Carlos Castillo Barrio, quien con su clara y educada voz daba la bienvenida a los fanáticos: Distinguida concurrencia: ¡Muy buenas noches! A continuación los lainops (lineups) de los equipos contendientes en la noche de hoy.

E igualmente tuve tratos con los caballerosos Venancio Castillo Silva y Rodrigo Rodríguez Berzunza, quienes, más adelante y en épocas distintas, recibieron sendos galardones como el mejor anotador de la Liga Mexicana de Béisbol.

Nos faltó hablar de los equiperos de la Liga Peninsular, pero, por razones de espacio, lo haremos en nuestra siguiente colaboración.

[i]Mérida, Yucatán[/i]
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