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del

Ulises Carrillo*
La Jornada Maya

Lunes 11 de marzo, 2019

Treinta y tres años, sí, apenas 33 años -la edad de Cristo al ser crucificado-, era probablemente la edad que tenía Hernán Cortés cuando inició la aventura que le daría, simultáneamente, infamia y fama inmortal; sin embargo, no juzguemos esos años de vida desde la comodidad de nuestros tiempos y métricas.

En 1519, tener alrededor de 33 años de vida ya no era sinónimo de juventud, ni mucho menos. En ese entonces, la esperanza de vida para la población en general era de 40 años, y para alguien con la posición social y económica de Cortés, las cosas no eran mucho mejores, por lo que 33 años era ya una edad más que madura.

Si hoy el conquistador nacido en la villa de Medellín -en la provincia de Badajoz, Extremadura-, en algún momento de 1485, pisara estas tierras haciendo las respectivas equivalencias demográficas y de esperanza de vida, tendría algo así como 62 años cumplidos.

Sesenta y dos años llenos de experiencia, una larga carrera burocrática y conquistas sencillas, pero no menores. Él ya había sido parte de la administración colonial de La Hispaniola -la isla que hoy ocupan Haití y República Dominicana- además de un destacado conquistador y encomendero en Cuba.

Cortés tenía una formación truncada de escribano, misma que le sirvió para distinguirse en tareas de tesorería y registro en la isla que ayudó a conquistar. Era un servidor público competente y, sobre todo, un gran orador. La oratoria y el mando de hombres eran sus fuertes; sabía de política y había sido ya dos veces -sí, dos veces- alcalde de Santiago de Cuba.

Su educación no era de primera, ni lo académico era lo suyo, aunque no por ello renunciaba a cierta pose intelectual y una pluma notable, con toda proporción guardada. Él era un hombre forjado al calor de los hechos, de las primeras líneas de batalla, del hacer que las cosas pasen y llevar los planes a las acciones. El extremeño había tenido una vida dura y privilegiada al mismo tiempo, llena de éxitos y sinsabores. Por supuesto, él tenía una larga historia de, primero, ser arropado por tutores y superiores jerárquicos a los que, después, se enfrentaría como enemigos y competidores. Una historia contemporánea y que nos suena familiar.

Así, aprovechando estos días en los que Cortés estaría descansando en Cozumel o recorriendo la costa de lo que algún día sería este país, sin hacer desembarcos o contactos de relevancia, tenemos tiempo para -desde esos barcos de madera y vela- preguntarnos por quienes nos gobiernan hoy y sus circunstanciales conexiones con esa epopeya trágica y heroica de hace 182 mil días.

[b]Nueva era [/b]

La nueva era y actores del poder en México parecerían, a primera vista, pasados de edad, como el Cortés colonial, quien ya no era un polluelo; con una educación deficiente, como un Hernán con sus abandonados estudios, si se les juzga desde las aulas de las grandes escuelas.

Sin embargo, cuando uno visita a los veteranos de la conquista política en marcha -no a los rapazuelos sin pasado ni edad que también abundan- descubre un entusiasmo de adolescentes y un cierto idealismo fundamentalista que sólo se ve en almas juveniles, así los nuevos conquistadores armados con votos y casillas ronden los 70 años.

Muchos vienen de carreras brillantes, pero que nunca coronaron del todo. Ellos, cada uno desde su nivel y perspectiva, se quedaron a milímetros de encabezar presidencias, secretarías de estado, gubernaturas o direcciones generales, tal como Hernán Cortés se quedó a milímetros de varios amores, puestos, cargos y expediciones previas antes de la que sería y haría la suya.

Estos nuevos constructores de un proyecto de país, cualquiera que éste sea, han visto pasar varias expediciones sin que los subieran a las naves; ellos se quedaron rumiando en la orilla 12, 18 y hasta 24 años, pero no se quedaron a morirse o ahogarse: hicieron de todo, algunos prosperaron, se curtieron, mutaron, adoptaron nuevas banderas y, sobre todo, sobrevivieron. Ahora es su tiempo, su expedición arranca, casualmente, 500 años después de la que fue la primera oleada por apropiarse de este territorio.

Tienen, al igual que Cortés, un mandato que parece ilimitado en la nueva tierra, pero que es frágil en su contexto externo. El riesgo inicial que podía demoler la conquista de 1519 no eran los ejércitos nativos (esas batallas llegarían después), sino la negativa final de Diego Velázquez, gobernador de Cuba, para dar la bendición a la expedición de Hernán Cortés e incluso decidir enviar una expedición militar para someterlo.

Para los nuevos conquistadores, los que desde la Nueva Tenochtitlán quieren imponer al Gobierno de México sobre la República Mexicana, sobre la Federación Mexicana, sobre estados antes libres y soberanos, ocurre algo similar: el riesgo no son las fuerzas internas derrotadas o todavía en shock traumático, sino los nuevos Diegos Velázquez que operan en los mercados globales, los que pueden bajar la calificación crediticia del país y crear terremotos en el movimiento de capitales y capitanes.

[b]Adultos con libertad de adolescentes [/b]

Sin embargo, no perdamos el rumbo, volvamos a la edad de estos jóvenes de 70 años en promedio, los que han ganado el derecho a ocupar el islote del lago en la Ciudad de México. A ellos ya nadie los espera en casa, sus hijos ya son adultos y, en muchos casos, padres y madres en su propio ciclo, esa presión que tenían hace 25 años ya no existe.

Hoy pueden trabajar, o pretender trabajar, 16 horas diarias incluidos los fines de semana y nadie va a protestar demasiado por reuniones escolares, fiestas de cumpleaños o vacaciones perdidas. Su situación económica, con holgura o estrechez, ya la solucionaron y sobrevivieron, ya no tienen 45 años, ni la hipoteca o las colegiaturas que los ahogan y presionan.

Hasta el patrimonio de una casa, en una buena colonia o en una de interés social, es asunto saldado. Ya no gastan mucho, ya no comen mucho, ya ni la locura de un affair resulta tentación obvia.

Tienen la libertad de adolescentes, porque están liberados de las presiones económicas de construir y sacar adelante a una familia, ese ciclo ya lo vivieron. Tienen tiempo para dedicárselo a ellos mismos y no a formar a la siguiente generación biológica. En realidad, no tienen nada mejor o más emocionante que hacer que su trabajo.

De las cuatro fuerzas que mueven al mundo: sexo, dinero, fama y poder; las dos primeras les interesan poco, cada vez menos. Lo suyo es la apuesta por trascender, por llevar a buen puerto su conquista y su gesta heroica, la que tocó a su puerta quizá cuando ya no la esperaban del todo.

Tienen una libertad que sólo puede vivirse en la preparatoria o la universidad, cuando no se tiene ninguna responsabilidad más allá de construirse un rumbo en la vida y escoger un sueño que materializar: ellos sólo tienen la exigencia de construir el país que creen es el correcto. Es cosa de días para que opten por hundir las naves, como en 1519, y decidan que no quieren tener más opción que triunfar y transformar todo, que no habrá retirada. Todos iremos en esa apuesta, nos guste o no. Su triunfo o derrota nos va a tocar, trastocar o transformar.

Igual que hace 500 años, la conquista recorre las calles, los pueblos, las ciudades. De nuevo vienen nuevos santos y religiones políticas a decirnos que los que teníamos antes colgados en paredes y anuncios eran falsos; de nuevo la cruzada conquistadora la encabezan hombres y mujeres fogueados, curtidos y -hay que decirlo- tal vez dispuestos a cometer atrocidades en nombre de un bien superior que ellos ven en el horizonte.

En la historia no hay casualidades, Cortés tenía la mágica edad de 33 cuando se lanzó por todo; no es casualidad que ahora, desde el eterno Templo Mayor, exactamente 500 años después, se quiera conquistar este territorio para que sólo sea México. El choque de culturas ya reinició, algo nuevo nacerá.

*Analista y escritor, meridano

[i]Mérida, Yucatán[/i]
[b][email protected][/b]


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