Texto y foto: Gina Fierro
La Jornada Maya

Mérida, Yucatán
Jueves 18 de abril, 2019

Pamela Poot Euán tiene 26 años, y hasta hace cinco, era niñera. Su primer trabajo fue a los 15, cuando comenzó a cuidar a la bebé de su primo; después, se mudó con una familia, donde se hacía cargo de una niña de 10 años y un niño de cuatro. Todos los días se levantaba a las 6 de la mañana para preparar el lunch antes de mandarlos a la escuela; más tarde, comenzaba con las labores domésticas, lavaba ropa, trastes y, a veces, cocinaba. Alrededor de las dos de la tarde, cuando los niños regresaban a casa, comían con sus padres, y más tarde, Pamela les ayudaba con sus tareas, los preparaba para dormir y los llevaba a la cama.

“Los más chiquitos son los que más trabajo dan. El más chico a veces no quería hacer su tarea, no se quería bañar. Lloraba, se encerraba en su cuarto con llave y lo tenía que ver, le decía que cerrara la puerta pero que no le pusiera seguro”.

Así fue su rutina durante dos años, las 24 horas de lunes a viernes, hasta que decidió dejar la casa en busca de un empleo con mejor sueldo. En su último día habló con el padre de familia y le expuso su renuncia. Después, sólo se marchó, sin despedirse de los hermanos, pues para entonces su cariño por ambos era tan grande que no quería vivir la tristeza de una despedida. “Me acostumbré mucho con ellos, y para no ponerme a llorar cuando me quité, pues no les dije nada”.

Como niñera, se enfrentaba a despedidas constantes. Bajo su cuidado tuvo a algunos bebés, atendía sus enfermedades, alimentación, les daba compañía y día con día los veía crecer. Sus actividades obligaban a la joven a generar lazos estrechos con los niños, pues la figura de la nana se volvía parte esencial de su vida cotidiana. De este modo, el momento más difícil era decirle “adiós” a cada uno.

En seguidas ocasiones, la joven yucateca se veía en la necesidad de abandonar a las familias en búsqueda de otras oportunidades económicas, ya que sus ingresos de 600 pesos a la semana apenas alcanzaban y no contaba con ningún tipo de seguridad social.

[b]Fuera de los hogares y dentro de las empresas[/b]

Una vez fuera de las casas, Pamela tuvo un cambio importante en su vida, se integró a un ambiente laboral formal y aprendió el oficio que le traería una nueva fuente de ingresos: la costura. “Tenía miedo de venir porque no sabía costurar”, dice la actual empleada de la compañía de exportación Ganso Azul.

Pamela se integró a un grupo inexperto en el medio, sus miembros cursaban un taller introductorio para desempeñar el puesto de operador.

El cambio a un nuevo estilo de trabajo fue drástico, pero para Pamela significaba una oportunidad de encontrar la seguridad financiera. “Sí lo sentí raro, pero haces nuevos amigos y como ninguno de nosotros sabíamos de costura, aprendimos un montón”.

“En el área de la Escuelita te enseñan todo sobre la máquina, cómo vas a costurar, con qué vas a cortar el hilo, con qué alzas el prensatela; nombres, colores, agujas. Una vez que aprendes todo eso, con hojas de papel y dibujos, costuras sobre ellos, para que aprendas a controlar la máquina, ésta te dice: aquí vas a frenar, aquí vas a cortar. Y vas agarrando práctica”.

En su caso, Pamela asegura que no se demoró en aprender a operar las máquinas de coser y pronto aprendió a manejar las telas. “Todo tiene su chiste para que te quede bien, si no, te queda arrugado o embolsado, eso es lo que me dio más trabajo”.

Finalmente, la joven se incorporó al área de producción de camisas, donde se ensambla cada una de las piezas hasta obtener el producto final. Los operadores manipulan mangas, botones, cuellos, parches, bolsas, ojales y figuras, y arman a diario más de 200 prendas que son exportadas al extranjero.

“Producimos mucho y todo el día nos estamos moviendo, no nos quedamos haciendo una sola cosa; trabajamos pieza por pieza y cada operación tiene un tiempo que hay que cumplir”.

Hoy en día y con cinco años de experiencia en el sector, Pamela sabe manejar diversas operaciones dentro de la línea de producción y asegura que es una actividad que disfruta, y que no sólo la mantiene en actividad constante, sino que al trabajar en equipo, sus aportaciones económicas son mayores, ya que el trabajo de varias manos se traduce en mayor productividad.

Su estancia en Ganso Azul trajo a su vida comodidad y seguridad en diversos aspectos, tanto en el financiero como en el de la salud, transporte y vivienda, gracias a las prestaciones que ofrece la empresa. Asimismo, le permitió desarrollar otros lazos sociales, distintos a los que creaba siendo niñera. Incluso, fue en esta empresa donde conoció a su actual pareja, con quien tiene planes de contraer matrimonio en los siguientes meses.

Y aunque al inicio extrañaba el ambiente de hogar en el que se había desenvuelto por años, ahora se siente contenta en su lugar de trabajo.

A su corta edad, la historia de Pamela se ha visto impregnada de muchos cambios que le han costado despedidas y pérdidas, la última de ellas, la de su hijo, debido a complicaciones médicas durante el parto. Esta experiencia ha hecho que Pamela piense en ejercer algún día el papel de niñera, pero ahora de sus propios hijos y en su hogar.


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