Texto y foto: Abraham Bote
La Jornada Maya

Mérida, Yucatán
Lunes 22 de abril, 2019

Margarito Ek May acepta la entrevista con la promesa de recibir un [i]caballito[/i] de tequila al finalizar la charla, no le agrada mucho el foco, que le tomen fotos; sin embargo en cuestión de segundos se siente en confianza para platicar sobre lo que más ama: cocinar.

El cocinero lleva más de 30 años trabajando en área respectiva del hotel Holliday Inn y ha vivido grandes experiencias, desde deleitar el paladar de grandes artistas como Vicente Fernández y su hijo, [i]El Potrillo[/i], hasta José José, entre otras celebridades.

Para él no importa si es famoso o no, lo que le interesa es que la comida que les prepara les alegre el estómago y el corazón durante su estancia en el hotel.

Margarito se sienta en la silla en una sala del recinto, nunca deja su gorro tubular alto y además viste con una filipina. Comenta que desde el 85 trabaja ahí, antes laboró en Cancún igual en el ramo de la hotelería, pero decidió regresar a Mérida y empezó como aprendiz en la cocina. Su labor consiste en preparar los platillos de los huéspedes, en el restaurante y para eventos especiales, y ahora, con su experiencia, enseña a quienes van empezando en el arte culinario.

La plática fluye y Margarito cuenta sus anécdotas más entrañables, suspira y recuerda cuando cocinó el cantante Vicente Fernández, quien pidió platillos típicos yucatecos: cochinita pibil enterrada. “Mándame dos órdenes”, expresó el músico. Eso fue hace 30 años, estima, pues venía con su hijo, [i]El Potrillo[/i], que aún estaba muy chico”. Yo se lo preparé y le gustó, admite con orgullo.

Luego indica que también conoció al famoso Príncipe de la Canción, sin embargo, él no pidió algo tradicional. Le cocinó Pollo duquesa que se prepara con base en una salsa de espárragos y queso relleno.

“Por eso me gusta mi trabajo, conoces mucho tipo de gente, te vas comunicando con personas que no conocías”, expresa. Para Margarito es un placer que una persona quede satisfecha con su platillo. Eso es lo más satisfactorio.

También recuerda que una vez le tocó atender a un “americano”, quien fue al hotel a comer, pero también para platicar con alguien, él quería hablar en maya. El extranjero había vivido en un pueblo de Yucatán durante varios años y ahí aprendió la lengua indígena, entonces al llegar a la capital quería practicar lo aprendido, pero no había podido encontrar a alguien de la ciudad que hablara la maya, le confesó con tristeza este personaje a Margarito, quien en ese momento le dijo: “Yo sí sé maya, no me da vergüenza, es mi cultura”.

Los dos se pusieron ha hablar en maya durante esa noche. “Usted sí me entiende, hay gente donde voy que no habla maya”, señaló el visitante al cocinero.

Ahí, en ese momento, se dio cuenta de lo atractiva que es su lengua para otras personas, de otros países.

El cocinero indica que no sabe cuándo va a dejar la cocina. Es lo que ama y no ve dejando el gorro. Agradece la oportunidad que le dio el hotel para aprender de este arte del cual no deja de aprender. Siempre hay algún platillo nuevo que crear.

La entrevista concluye. “Queda pendiente mi tequila”, indica Margarito con una sonrisa, mientras se aleja de la habitación.


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