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Pedro Bracamonte y Sosa
Foto: despertaferro-ediciones.com
La Jornada Maya

Lunes 6 de mayo, 2019

Desde 2017 comenzaron los eventos destinados a reflexionar sobre la conquista de México. Primero, sobre la circunnavegación de las huestes guiadas por Hernández de Córdova a la península de Yucatán que, a la postre, le costaría la vida. Ahora políticos e historiadores ponen su mirada en el 13 de agosto de 1521, fecha de la caída de Tenochtitlan, para conmemorar el fin del imperio azteca y la expansión colonial de Castilla. Se trata de un evento lleno de simbolismo, pero también de una falsa consciencia en la que se entreveran verdades, errores, falsedades de la historia oficial, intereses, imaginación e interpretaciones cargadas de ideología y, también, de abiertas mentiras.

Cada quién ha tomado su trinchera para los múltiples encuentros académicos y analíticos que vienen. Asimismo, los conductores de programas de opinión comienzan a fijar sus héroes y villanos. Su problema es que, encerrados en un proceso político nacional llamado la 4T, ya dan muestras de comparar a López Obrador con Cuauhtémoc, antes que con Cortés, al llamarlo Tlatoani, sin saber el real significado de tal concepto. Como sea, es un tema que intentarán “vender” a la opinión pública. Algo parecido habrá en el ámbito de la investigación en la que muchos ignaros en el tema no tendrán empacho en procurarse una buena dosis de turismo académico a costa del erario.

Correrá tinta, sin duda. Cada quien en favor de su verdad y en detrimento de las de sus adversarios. Ello porque el estudio del pasado es un asunto de mucha dificultad, en especial cuando de América, Asia y África se trata. Y no es que la historia de Occidente sea más fácil, pero si ha sido la más trabajada, y copiada y forzada a ser trasladada a esos tres continentes, en uno de los errores más absolutos y absurdos jamás cometidos en los campos de la ciencia y las humanidades. Porque es del todo falso aquello que popularizara un dirigente nazi de que una mentira a base de contarla innumerables veces se convierte en apariencia de verdad. Cuando se usa el método histórico, muy temprano se descubre el engaño. Así como la difamación y la calumnia no resisten la más leve brisa, y sólo hay que soplar un poco para que afloren en toda su inconmensurable miseria.

La efeméride de la conquista de la capital azteca es poca cosa, aun para los mexicanos, si nos enfocamos en la historia de la conquista y colonización de América entre 1492 y 1600, a lo menos. Es nada más un dato en el tiempo lineal de la historiografía europeizada. Un dato en el proceso muy largo y complejo del choque de economías, culturas, lenguas sumamente distantes en el derrotero de la humanidad y de sus entreveramientos tanto violentos como literalmente pacíficos. En cada zona se fraguó un pacto social específico para lograr la reducción y adaptación de las nuevas instituciones del sistema, si bien con base en un modelo castellano único de colonización y también aceptándose las condiciones impuestas por los pueblos sometidos. No poca cosa: autonomía en tenencia de la tierra, en gobierno propio y en gestión de lengua y cultura.

[b]Quinto centenario[/b]

Lo que argumento es que con ocasión del 1521 y de su quinto centenario la mirada deberá centrarse en las ventanas por las que se pueda atisbar el proceso de la creación de una nueva sociedad en el sentido más amplio de la palabra. Al respecto se han popularizados verdades que ya sabíamos, como eso de que los tlazcaltecas fueron la inmensa fuerza de choque de los españoles, simplemente para evadir la dominación que padecían. O aquello de que los pueblos originarios muy rápido percibieron que los extranjeros eran mortales, como sus caballos, y que no eran deidades. Y más aún, que fueron las epidemias y no los combates las que diezmaron a la población nativa.

Afortunadamente existe el gusto por la historia y la profesión del mismo nombre. Y también el método correcto de investigar en ese campo de lo espacio-temporal. Su nombre es la investigación empírica y el posterior análisis conceptual. Al aplicar este método dejamos de repetir las viejas ideas y anacronismos, y tejemos la historia no conocida, hasta ahora, de una inmensa parte del pasado de la humanidad. Desafortunadamente ni todos los profesionales de escudriñar el pasado se afanan en ello, ni la generalidad del público es receptivo de los nuevos descubrimientos. Es un problema que se deriva de la comunión entre colonizadores y colonizados de la academia, en el que los primeros imponen las reglas, la moda y los reconocimientos, y los segundos ansían abrevar del saber de aquellos y seguir sus pasos.

A la expansión de los pactos de sujeción seguía la reorganización de la sociedad en lo económico, religioso y social. En lo primero se estipuló el pago de tributos al rey quien lo cedía a conquistadores y colonos; también se desplegó la producción mercantil por medio de contratos forzosos a los pueblos (repúblicas de indios) y se utilizó sin medida de los mandamientos de trabajo asimismo forzosos. Lo que quedaba para la población colonizada después de esta exacción era menos de lo mínimo indispensable para mantenerse con vida. En lo segundo, sólo se intentó destruir todo vestigio de las religiones vigentes para implantar el cristianismo, ¿poca cosa? Y en lo social los pueblos originarios estaban obligados a vivir en “policía”, esto es, en pueblos y comunidades al estilo español. Se trata de un inmenso despojo de riqueza colectiva e individual; material y espiritual. Pero hay todavía algo más imperdonable: el uso de la diferencia (racial, cultural, de pensamiento) para imponer la dominación.

Este es el asunto crucial de la conquista de América. No si Hernán y Malinche se tomaron de la mano. Aunque los europeos ya habían despojado a los habitantes de las Antillas desde 1492 y se afanaban por controlar Centroamérica a la que llamaron Tierra Firme; y luego de haber derrotado la defensa de Tenochtitlan y alcanzado otras regiones de América, en 1552-3 esa definición de la calidad de los habitantes de América encontró, por fin, la justificación plena, filosófica y teológica, de la conquista y de la guerra justa. Dictaminaron que los seres humanos de ese continente eran defectuosos, menores de edad y bárbaros. La gran misión del naciente imperio español era convertirlos al cristianismo y formarlos como verdaderos humanos mediante su vasallaje a la monarquía y su transformación cultural y económica. Fue así que a esos hombres los llamaron indios e indígenas, cuya definición es la minoría de edad o la escasa racionalidad.

Debemos recordar que la monarquía es una corporación atemporal en España, esto es, que es la misma institución consagrada. Y, sí, deberá pedir perdón por tan craso error de la invención de los indígenas americanos y por atribuirse el derecho de hacerles la guerra en los casos de resistencia. Pero pedir perdón será nada más un acto simbólico, pues en el caso de México sus políticos de toda clase adoptaron desde la independencia ese mismo concepto de indígena y lo usaron en su beneficio, y también deberían pedir perdón por ello aunque sea como un acto asimismo simbólico. He aquí el dilema. Digamos que monarquía española y gobierno del país sean perdonados por los pueblos originarios. ¿Seguiría un resarcimiento económico por tanto despojo?

CIESAS Peninsular

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